Merece la pena seguirle la pista al lince. Sobre todo porque, en medio de un panorama de noticias por lo general desalentadoras y turbias, las que se refieren a este hermosísimo felino son últimamente estimulantes. Lo más reciente de su peripecia es que en los últimos tres años ha duplicado su población y supera ya los 2.000 ejemplares en la península. Aunque la especie continúa en riesgo de extinción, estamos ante una buena noticia. En particular para quienes en ocasiones se sienten al borde del abismo, que por lo que se ha comentado estos días, a propósito de depresiones y suicidios, son multitud. Se dirá que a las personas enfermas se las trata con menos mimo que a los linces y no es verdad. No deja de ser otra mortificación. En suma, pasar del “peligro crítico” al simple “peligro” es un triunfo hasta para los más atormentados.
La ventaja del lince es que anda, anda mucho, lo cual tiene también su envés en el riesgo de ser atropellado: en 2023 hubo 144 muertes por esa causa. Pero andar errante, aparte de proporcionar recursos (alimentación, reproducción, esas cosas comunes), les ensancha la vida, que debiera ser una aspiración compartida por cualquier ser animado, me refiero a hombres y mujeres. De los linces conocidos, Kentaro fue el más viajero, recorrió 2.400 kilómetros en ruta por España. También Khan, otro explorador, se chupó 1.605 kilómetros. No suele ser habitual tan largo peregrinaje, pero está bien reconocer que siempre hay alguien dispuesto a superar límites territoriales.
Exactamente lo contrario de quienes levantan fronteras y exaltan naciones. Lo natural es andar sin esos límites convencionales, por muy históricos que nos parezcan, más aún en estos tiempos de campaña electoral europea, donde se oye de todo y no siempre bueno. Khan y Kentaro tendrían que dar mítines también para compensar tanta barbaridad. Claro que, si se dejan ver mucho, siempre habrá un cazador furtivo o un vehículo iliberal en alguna otra lista dispuesto a acabar con sus vidas.
Publicado en La Nueva Crónica, 26 mayo 2024