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domingo, 28 de julio de 2024

Protestas

            ¿Quién nos ha visto y quién nos ve? Del premio al turista un millón, que se retransmitía con todo boato a través del NO-DO o de la primitiva televisión, y de la libertad en formato caña madrileña más reciente hemos pasado a manifestarnos contra los abusos del turismo y de las terrazas de los bares. Y me parece bien, aunque no tengo nada claro que esas mismas personas que se manifiestan no formen parte también en algún momento de las olas viajeras o que no ocupen un sitio en un velador a lo largo del día, todos soportamos nuestras contradicciones. Pero me parece bien, digo, incluso lo de tener contradicciones: ¿qué sería de nosotros en caso contrario?

 

            Lo interesante de este fenómeno es que las protestas se articulan con relativa facilidad e incluso concitan muchos más seguidores que otras movilizaciones digamos clásicas o repetidas en el calendario, ya sea un primero de mayo o un lunes sin sol, por poner algún ejemplo general y cercano. Será cosa de las redes. También la gente se manifiesta sin mayores complicaciones movida por banderas o contra las macro-granjas, que tanto da la una como las otras, en el fondo una patria no se diferencia en gran cosa de un establo con animales: le ponemos un trapo de colores en el tejado y un nombre vistoso y reclamamos la independencia de inmediato.

 

            A mí, pensando en el fin del verano, aún distante, y en la vuelta a la normalidad cansina, si es que alguna vez la hemos abandonado, lo que me gustaría es promover una manifestación para pedirle a Cuca Gamarra que no nos riña más. Paso por aguantar a políticos repelentes, como Tellado, o iluminados, como el alcalde de Vigo, o estridentes, como Ana Pontón (me han salido todos gallegos, no sé por qué), pero no puedo más ni con el tono ni con las formas de Gamarra. Si alguien más piensa como yo, podríamos quedar en una de esas terrazas malditas para tomar algo y preparar una protesta humanitaria frente a quienes nos regañan constantemente como si fuésemos imbéciles o auténticos borregos.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 28 julio 2024

domingo, 21 de julio de 2024

Olímpicos

Llegan las Olimpiadas y conviene recordar algo sobre su origen. Por ejemplo, que en la antigua Grecia, frente a lo que en la actualidad nos proporciona la mercadotecnia, tenían una importancia fundamentalmente religiosa, alternando concursos con sacrificios y ceremonias en honor de Zeus y de Pélope, héroe divino y rey mítico de Olimpia, famoso por su legendaria carrera de carros. Es muy recomendable releer su increíble historia precisamente a la luz de los Juegos.

 

Y es oportuno así mismo recuperar el sentido de lo olímpico que, además de lo obvio, remite también al Olimpo, la morada de los dioses, y que en versión adjetiva nos habla de lo soberbio, de lo altanero y de un sinfín de sinónimos de ese calibre. Si lo pensamos bien, las dos acepciones tienen parentesco y son materia común hoy en día, no hace falta remontarse a la antigua mitología. Los dioses modernos, aquellos a quienes idolatran las masas, los deportistas, habitan también en su propio Olimpo, poco accesible para el común de los mortales, y brillan en muchos casos por su comportamiento engreído y presuntuoso. Lo vimos, sin ir más lejos, en cómo estrecharon la mano al Presidente del Gobierno algunos de los ganadores de la Eurocopa de fútbol o en los ridículos de la celebración de ese título en la Plaza de Cibeles. Un espectáculo muy educativo para todos sus fieles seguidores.

 

El polo opuesto, a mi parecer, lo encarnan los ciclistas y el ciclismo en general, a pesar de que también le condicionen los intereses puramente comerciales. En ningún otro deporte el público está al lado mismo de los héroes, así en las salidas como en las llegadas, se mezcla con ellos, les tocan incluso, les hablan. Y en pocos deportes se escuchan declaraciones de humildad como las que se pronuncian al final de cada etapa. Seguramente el cansancio inmenso, casi olímpico, contribuye a que así sea. A pesar de que siempre puede existir algún Fignon que escupa a la cámara, lo cual no resta méritos a su carrera. Le recordaremos al ver París.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 21 julio 2024

domingo, 14 de julio de 2024

Polvos

            De niños, y no tan niños, cuando se hablaba de polvos nos referíamos estrictamente a polvos de talco. Eran los polvos por antonomasia y, además, una especie de alivia-todo epidérmico: rozaduras, picores, escocidos… Pues bien, después de idolatrarlos toda una vida, nos cuentan ahora que son posiblemente cancerígenos y nos quedamos estupefactos, como compuestos y sin novio. Al cabo, no resultaron ser tan milagrosos, sucede con ellos como con todo tipo de polvos, siempre provocan efectos secundarios.

 

            Vivíamos tan ensimismados en los polvos de talco que apenas reparábamos en la cantidad de polvo que había y hay alrededor nuestro. De todo tipo. En realidad, el descubrimiento del polvo se produce con la edad. Cuando un día nos dicen que pasemos la bayeta, reconocemos entonces que todo el entorno está poblado por un manto de partículas que no dejan nada libre de su contaminación, que en verdad no hay manera eficaz de eliminarlo y que es una batalla perdida. Más tarde supimos que había otro polvo, blanco, de efectos mucho más letales que el talco, que se llevó por delante a una parte de nuestra generación. Luego, de la mano de Carlos Pumares y con el oído puesto en la radio, reconocimos el polvo de estrellas y empezamos a juzgar el cine y el teatro de otro modo. Casi a la par nos llegó el polvo enamorado, el que escribía Quevedo, que continuamos recitando, constantes, para nuestros adentros. Con unos cuantos años más empezamos a notar que estábamos hechos polvo, es decir, que ya no aguantábamos una noche loca. También el uso de razón nos enseñó que del polvo viene el lodo y, sobre todo, la política de los últimos tiempos nos lo confirmó, hasta el extremo de que ya no se habla de lodo sino de fango. Y finalmente, aunque fuese un fenómeno viejo, el cambio climático y las persistentes noticias sobre el tiempo nos repiten con frecuencia que el cielo está lleno de polvo sahariano, o sea, que hay calima.

 

            En suma, como verán, el campo semántico del polvo es inagotable, como él mismo.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 14 julio 2024

domingo, 7 de julio de 2024

Asturias

            Advertíamos aquí hace unos meses sobre la conveniencia de atender a otros territorios y su circunstancia con el fin de aprender. Hablábamos entonces de la Región de Murcia por tratarse de una comunidad donde conviven casi todos los apuros sociales y políticos que hoy nos inquietan y su evolución allí podría ayudarnos a los demás, para bien o para mal. Pienso ahora, por lo mismo, en el Principado de Asturias.

 

            Recientemente hemos conocido datos del Instituto Nacional de Estadística, según los cuales Asturias se convertirá en el futuro epicentro de la España que se vacía: el Principado será en 2039 la comunidad española con mayor pérdida de población. Recojo esta información porque hace algunas fechas un alcalde locuaz arrojó a la mesa el naipe asturiano para un posible noviazgo autonómico con León, así, como quien escribe una carta a los reyes magos, sin más argumentaciones. Y pensé, no sé si alguien más lo habrá pensado, supongo que sí, en los parecidos y diferencias que se advierten entre esa comunidad del norte y esta otra mesetaria y diversa que ese mismo político, y otros con él, aborrecen y en la que sitúan el origen de todos nuestros males. No lo discutiré. Únicamente enmendaré un mito al respecto que se repite con frecuencia.

 

            Asturias no depende de Castilla, no tiene un vecino opresor que la menosprecie, se ha gobernado a sí misma desde el principio de esta configuración del Estado y ha conocido gobiernos de todos los colores y mezclas. Coincide con nosotros en que se le vino abajo también la misma fuente de alimentación económica, es cierto, pero conserva otras de interés. Incluso el mar, que no es poca cosa. Y cuidan más sus hablas vernáculas. Sin embargo, su deriva poblacional no es precisamente admirable ni imitable. Es verdad que todo el noroeste de España sufre enfermedades comunes, pero está claro que su remedio no pasa necesariamente por su desmembramiento de otros entes. De todo lo demás se puede hablar. De eso no conviene porque erramos y confundimos.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 7 julio 2024

jueves, 4 de julio de 2024

NICOLÁS SARTORIUS: La democracia expansiva...

EL AUTOR

      Nicolás Sartorius es abogado, político y sindicalista. Fue fundador de Comisiones Obreras, de cuya dirección formó parte y fue procesado por ello en el denominado Proceso 1001, por lo que pasó seis años en la cárcel. Participó también en la dirección del Partido Comunista de España y fue Diputado por el PCE en el Congreso. Posteriormente, ha liderado durante años la Fundación Alternativas y en la actualidad preside la Asociación por una España Federal. Es autor de varios libros, entre destacan La nueva anormalidad y El final de la dictadura.

EL LIBRO

      Es una reflexión sobre los retos que debe articular la izquierda para "superar el capitalismo", en palabras de Nicolás Sartorius, y, arrancando desde el contexto histórico precedente, aborda cómo afrontamos el futuro para superar ese sistema que muestra síntomas de agotamiento y contradicción tras las sucesivas crisis de las últimas décadas. El autor analiza así mismo el ascenso de las extremas derechas y las ofensivas ultraliberales, señalando como hito de ello la desindustrialización derivada de los procesos de globalización y deslocalización de la producción.

EL TEXTO

      "La IIª Guerra Mundial la ganaron, desde un punto de vista social, los trabajadores europeos, con la ayuda tardía de de los norteamericanos (...) Resulta, pues, una falacia afirmar que el modelo social europeo es insostenible, cuando lo que es insostenible es la actual y masiva evasión fiscal".