¿Quién nos ha visto y quién nos ve? Del premio al turista un millón, que se retransmitía con todo boato a través del NO-DO o de la primitiva televisión, y de la libertad en formato caña madrileña más reciente hemos pasado a manifestarnos contra los abusos del turismo y de las terrazas de los bares. Y me parece bien, aunque no tengo nada claro que esas mismas personas que se manifiestan no formen parte también en algún momento de las olas viajeras o que no ocupen un sitio en un velador a lo largo del día, todos soportamos nuestras contradicciones. Pero me parece bien, digo, incluso lo de tener contradicciones: ¿qué sería de nosotros en caso contrario?
Lo interesante de este fenómeno es que las protestas se articulan con relativa facilidad e incluso concitan muchos más seguidores que otras movilizaciones digamos clásicas o repetidas en el calendario, ya sea un primero de mayo o un lunes sin sol, por poner algún ejemplo general y cercano. Será cosa de las redes. También la gente se manifiesta sin mayores complicaciones movida por banderas o contra las macro-granjas, que tanto da la una como las otras, en el fondo una patria no se diferencia en gran cosa de un establo con animales: le ponemos un trapo de colores en el tejado y un nombre vistoso y reclamamos la independencia de inmediato.
A mí, pensando en el fin del verano, aún distante, y en la vuelta a la normalidad cansina, si es que alguna vez la hemos abandonado, lo que me gustaría es promover una manifestación para pedirle a Cuca Gamarra que no nos riña más. Paso por aguantar a políticos repelentes, como Tellado, o iluminados, como el alcalde de Vigo, o estridentes, como Ana Pontón (me han salido todos gallegos, no sé por qué), pero no puedo más ni con el tono ni con las formas de Gamarra. Si alguien más piensa como yo, podríamos quedar en una de esas terrazas malditas para tomar algo y preparar una protesta humanitaria frente a quienes nos regañan constantemente como si fuésemos imbéciles o auténticos borregos.
Publicado en La Nueva Crónica, 28 julio 2024