Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

jueves, 31 de octubre de 2024

BRUNO ESTRADA: Rumbo a Catay

  

EL AUTOR

      Bruno Estrada es economista, coordinador de la Secretaría General de CCOO y director adjunto del curso de Relaciones Laborales de la UNED. También es presidente de la Plataforma por la Democracia Económica, miembro del consejo editorial de CTXT y de la Revista Temas. Es autor, entre otros libros, de La revolución tranquila, 20 razones para que no te roben la historia de España y 1968, el año de las revoluciones rotas.

 EL LIBRO

      Rumbo a Catay es una novela de género negro, pero que a la vez ofrece una lectura como libro de viajes y de lujurias. En cierto modo, es también un libro de saberes, tal y como comenta el periodista Rafael Fraguas: la novela, más allá de su trama, “es un retablo de una legión de saberes y experiencias vividas, desde las náuticas a las tecnológicas o las relacionadas con la ingeniería financiera. Todas estas y muchas otras afloran en el texto con una transparente naturalidad que, pese a su complejidad, el autor sabe hacerlas cercanas, comprensibles y llevaderas, sin permitir al lector que pierda un minuto en distraerse del galope tendido al que la novela le guía".

EL TEXTO

     "Sofía tomo conciencia, por primera vez en mucho tiempo, de que era ella quien debía tomar las riendas de su vida. No quería abandonar a Olmo. Decidió permanecer allí viendo cómo el Turko desparecía bajo las aguas, acompañándole en su último viaje. Tal vez sí llegará a Catay".


 

domingo, 27 de octubre de 2024

Lámparas

            Mi amigo Hilario Franco diseñó lámparas y las construyó artesanalmente para conjurar la primera guerra de Irak, aquella madre de todas las batallas según la calificó Sadam Huseín o aquella tormenta del desierto en versión promocional y militar por parte de los Estados Unidos. Frente a esas dos estridencias, Hilario nos regalaba lámparas que fabricaba con sus manos refugiado en una cueva del Sacromonte granadino, adonde había llegado como un sefardita desterrado por los Reyes Católicos tras su expulsión de la ciudad de León. Ahora que ya no está con nosotros, cuatro años hace, pienso en cómo reaccionaría Hilario ante tanta locura bélica y tanta demencia política general como las que padecemos.

 

            Pienso en él porque me apena pensar en nosotros mismos y en cómo asumimos con absoluta indiferencia tanta barbaridad e incluso en cómo contribuimos a ella, a veces con votos frívolos, a veces con el pecado de omisión. Hace tiempo que se produjo una especie de dimisión de los deberes de ciudadanía -hay muchas razones que lo explican- y nos convino pensar que de nada sirve cuanto podamos hacer para cambiar el mundo, para modificar al menos mínimamente el rumbo de los acontecimientos. Es decir, la impunidad que criticamos levemente en los otros no deja de ser en gran medida el resultado de ese abandono.

 

            He ahí por eso el caso de Hilario que traigo aquí a cuento en el aniversario de su muerte. Modestamente como él era y con la más absoluta de las humildades, desde su condición forzosa de ermitaño entonces, fue repartiendo llamas que iluminaron los hogares de su círculo de amistad, y desde ahí a otro círculo y a otro y a otro… hasta apagar con esos fuegos familiares el infierno exterior. Nos demostró así que no es necesario llevar a cabo grandes acciones para ser rebeldes y que, por otro lado, también una pequeña dosis de arte continúa siendo crucial para transformar la vida. Y lo que está claro es que ese fulgor suyo sigue luciendo en todos y cada uno de cuantos mucho le amamos.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 27 octubre 2024

domingo, 20 de octubre de 2024

Territorios

            En materia territorial, casi como en todo, lo fácil es ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. Hace días, con motivo de eso que llaman fiesta nacional o lo que sea, el presidente Mañueco reivindicaba ufano los principios de igualdad y solidaridad entre las personas de todos los territorios [de España]. Sabemos de dónde procede ese cantar, a propósito de qué viene y para qué suena. Lo que Mañueco no dice, ni otros que hablan así mismo de diferencias injustas entre territorios, es que la igualdad y la solidaridad bien entendidas empiezan por uno mismo.

 

            Sin referirnos a lo de León y Valladolid, que es lo manido, si resulta que la brecha entre el municipio leonés con una renta más alta y el que la tiene más baja es de 30.000 euros, algo de desigualdad y de poquita solidaridad existe y, además, son sostenidas. Es lo que pasa entre Santa María de Ordás y Villamoratiel de las Matas, por citar los extremos de los datos publicados por la Agencia Tributaria en materia de rendimientos del trabajo. Naturalmente, solo una fiscalidad equitativa y progresiva puede combatir esas diferencias, aparte de otro tipo de inversiones públicas y privadas que se orienten hacia el futuro.

 

            Pero no, porque en esto último, me refiero a lo privado, se produce otra competencia entre territorios amparada desde lo público. Es esa costumbre extendida de que las empresas se domicilien fuera del lugar donde ejercen su actividad para cotizar a la baja y hacerlo, claro, lejos de donde hay que compensar los beneficios. La última en hacerlo ha sido la célebre FASA-Renault que se ha ido a vivir a un chalé de Alcobendas. Tampoco de esto habla Mañueco, no vaya a ser que se enfade con él la señorita.

 

            No obstante lo anterior, conviene saber también que la recaudación de Hacienda en lo que va de año creció en la provincia leonesa un 10,8%, mientras que en la Comunidad lo hizo sólo en un 3,5%. Sin embargo, el impuesto de sociedades, el puramente empresarial, se contrae un 6,9%. Un 10,2% en León.


Publicado en La Nueva Crónica, 20 octubre 2024

domingo, 13 de octubre de 2024

Ganado

            Escuché hace unos días al ministro Puente confesar su satisfacción por el rendimiento de los nuevos trenes Ave, Avril, Avlo, Talgo o como quiera que se les llame. Tantas son sus denominaciones como su colección de martirios para quienes en ellos viajan. De hecho, lo que más le entusiasmaba era su capacidad de almacenar viajeros, hasta 500 parece ser, no importa en qué condiciones, porque así, afirmaba, se responde al número ascendente de usuarios del ferrocarril. Hay que crecer en infraestructuras, es la consigna, aunque sean siempre las mismas. Porque en el fondo de poco sirve ampliar los establos de Atocha y de Chamartín, cuando en realidad hay que aliviarlos. Y de poco también amontonar viajeros y servicios si la red no da para más. Esa dichosa red radial que habría que liquidar de una vez por todas y que es la verdadera razón del caos y del embotellamiento en esos transportes de ganado: que no se nos obligue a abrevar en Madrid o en Valladolid para alcanzar cualquier destino, incluidos los más próximos.

 

            No, no hay que crecer en lo de siempre, hay que dispersar, descentralizar, esparcir o como quiera que se le llame. Y hacerlo no por razones nostálgicas, como hay quien proclama, ni por rellenar vaciamientos que no se resuelven así. Hay que hacerlo por eficacia y por rentabilidad. Es decir, menos congestión y más digestión. Eso obligará a invertir en la recuperación de líneas que fueron exterminadas en aquellos años donde lo que prevalecía por encima de todo eran las autovías y sus dichosos cacharros que hasta aquí nos han traído. Eso supondrá, pues, rescatar cuanto antes líneas como la Ruta de la Plata, la que une Madrid con Burgos por Aranda de Duero, la Valladolid-Ariza, la Soria-Castejón o el corredor entre Santander y Levante, por poner algunos ejemplos sonoros de lo que fue el genocidio ferroviario. O potenciar trayectos transversales venidos también a menos. Entonces sí podrá el ministro sentirse satisfecho y presumir de tal en lugar de hacerlo de pastor.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 13 octubre 2024

domingo, 6 de octubre de 2024

Callejero

Las ciudades se reconocen también por sus calles, por algunas de sus calles al menos, a pesar de la contaminación de franquicias y otros clones comerciales y hosteleros que tienden a igualarlas. También comparten, por lo general, un mobiliario urbano poco diferenciador en su estilo. Sin embargo, se distinguen, por ejemplo, gracias a sus callejeros, donde se suelen encontrar referencias locales, o no tanto, que esta vez sí que las personaliza de algún modo. En el caso de la ciudad de León esa personalidad es más que mejorable.

 

            No lo digo solo porque su mapa de nombres continúe incumpliendo la Ley de Memoria Democrática del año 2022 (y la de 2007, que ya llovió), lo cual empieza a ser una aberración, sino por la tendencia a vestir sus calles con un sesgo más que tendencioso. Basta con observar las decisiones adoptadas en esta materia recientemente: una calle para la policía nacional, un rincón para un ecónomo de la iglesia católica y un tramo al norte de la fachada de San Marcelo para la Hermandad Sacramental de Santa Marta y de la Sagrada Cena.

 

            En el primero de los casos, no discutimos los méritos de la policía, o tal vez sí, porque todo depende, pero llueve sobre mojado si recordamos que también le hemos entregado otra vía a la guardia civil, otra al ejército del aire y así sucesivamente. Puestos a reconocer a los empleados públicos, ¿por qué no una calle para los profesionales de la enseñanza, para quienes limpian nuestras basuras o para quienes nos cuidan? ¿no se lo merecen tanto o más que los uniformados o se trata de facticismo? Y en cuanto a lo católico, apostólico y romano, obvian los comentarios.

 

            En suma, el callejero describe a la perfección el rostro inmaterial de nuestras ciudades, lo que no se ve pero se vive, y, además, constituye en muchos casos toda una declaración política. Por lo que hace a la ciudad de León parece evidente que ese rostro es más que arcaico y que esa política no es desde luego socialista, como se tilda a sí mismo su equipo de gobierno.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 6 octubre 2024