Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 27 de julio de 2025

Antifascismo

            Ser demócrata es ante todo ser antifascista. No hay medias tintas. No hay adversativas ni perífrasis ni titubeos. O se es o no se es. Hay otras expresiones y militancias que soportan la gradación, aunque al cabo sean igual de irrespirables: confesarse católico no practicante por si acaso, declararse apolítico o echar gaseosa al buen vino. Pero en materia de principios democráticos el antifascismo es el primer mandamiento, si se peca en eso se peca en todo lo demás. Y luego hablamos.

 

            Pienso en ello al leer la noticia, terrible, de que el gobierno valenciano ha ordenado retirar de la formación al profesorado un curso sobre antifascismo porque “la ideología debe estar fuera de las aulas”. Así nos va y así nos irá de continuar por esa senda claramente ideológica. Paradojas del saber. ¿Cómo se puede hablar de valores democráticos al alumnado si no se les explica cuál es su principal agresor, cómo actúa, cuáles son sus antecedentes históricos, adónde conduce a la postre y quiénes lo encarnan? Por supuesto que es ideología, la democracia es una ideología, qué es si no, ¿una etiqueta sin más? ¿un decorado? ¿una herencia etimológica griega? Hay principios que son principios y no vale comportarse con ellos como un mal alumno marxiano. Sí vale, en cambio, rectificar, ser otra cosa, mudar de traje, pero en tales casos conviene así mismo ser coherente y reconocer lo que se es, no vivir de lo que se fue o de lo que nunca se fue y soportar cuanto conlleva. No disimular. No engañar. No confundir. Por más que las ideologías también evolucionen.

 

            Y ser demócrata, es decir, antifascista, es serlo en todo trance y situación, ya hablemos del contexto político, ya lo hagamos del espacio de lo doméstico. Tampoco en esto último valen disimulos ni trampa ni cartón. Se es demócrata a carta cabal, a cuerpo, sin clandestinidades. Y, en paralelo, eso mismo se exige del antifascista. Son lecciones muy sencillas, ésas que precisamente trata de obviar el ejemplar gobierno valenciano y alguno más.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 27 julio 2025

domingo, 20 de julio de 2025

Odio

            El odio, gran título el de ese libro fallido de Luisgé Martín, que, controversias aparte sobre su contenido y sesgo, es suficiente casi por sí solo para definir esta última temporada borrascosa. Añadámosle, por apurar un poco más el paisaje humano, especialmente cierto paisaje humano masculino, La náusea de Sartre y La peste de Camus. Podríamos decir que, en efecto, la peste del odio produce náuseas. Del mismo modo que el odio, en términos menos literarios, produce seres resentidos o psicópatas. Los primeros, a pesar de que el resentimiento es un tóxico no conciliable con la razón, pueden todavía redimirse de su mal, a veces es suficiente con un momento de lucidez, una caricia, una palabra acertada para hacer luz en un pensamiento herido. Los segundos, en cambio, son ponzoña y no otra cosa extienden alrededor, su único destino es la podredumbre. La propia y la de quienes se sitúan bajo su sombra.


            La literatura, como vemos, siempre ayuda a describir la realidad. Lo que no tengo claro es que consiga transformarla, por más que así lo exclamaran Celaya o Benedetti. No me imagino yo a esas turbas violentas leyendo versos. Quizá es que no se los leyeron cuando todavía era tiempo o acaso sólo les leyeron relatos de hazañas bélicas. O nada. Uno piensa inevitablemente en la niñez de esos violentos que salen de cacería y trata de imaginar cómo eran entonces, qué les hizo ser así desde una edad temprana, cómo nos embrutecemos. Uno se ve a sí mismo dando clase de Literatura y tratando de que entiendan y disfruten En tanto que de rosa y azucena / se muestra la color en vuestro gesto, aunque sabe que ya será inútil y empieza a sentir en su boca, al recitar, algo parecido a la náusea y a la peste: vacío, repugnancia, el absurdo del mal. ¿Quién les explica esto ahora a esos bárbaros? ¿Leerán acaso esta columna?


            No importa, la escritura, sea o no transformadora, sigue siendo imprescindible contra ese odio, contra toda forma de crueldad, de incultura, de idiotez y de ignorancia.


Publicado en La Nueva Crónica, 20 julio 2025

domingo, 13 de julio de 2025

Tubo

            Regresé una vez más al hospital. En este caso para someterme a una resonancia magnética. La sanidad (pública, por supuesto; la privada no haría eso por mí ni de lejos y a lo mejor ni yo podría pagarlo) sigue empeñada en explorar la supuesta mina de hierro que reside en mi hígado y apura todas las posibilidades que la tecnología médica pone a su alcance para conseguirlo. Esa obstinación, que yo agradezco, tiene mucho que ver con dos contingencias propias del actual sistema sanitario: el riesgo del diagnóstico y el poder omnímodo de las máquinas. Una y otra llevan a profesionales y pacientes a una doble encrucijada: el incremento de pruebas especulativas, por un lado, y la justificación (a veces sumisión) ante la inversión tecnológica, por otro. Eso le sucede a mi hígado, creo yo: el hierro vivía en él desde que lo heredó de su madre, pero sólo ahora perseguimos el filón desesperadamente. Tiempo atrás, todo se resolvía con un par de sangrías si los niveles se desequilibraban en los análisis de sangre.

 

            Así que me colocaron unos cascos en las orejas, me introdujeron en el tubo y me sometieron a ejercicios respiratorios amenizados por sonidos impropios de un centro de salud (mental). Más bien parecían salidos de una edición del Monoloco-Fest. Antes, me había tenido que medio desnudar -quédese solo con los calzoncillos y los calcetines: ¡qué imagen!- y me preguntaron si tenía algún tipo de tatuaje, piercing o restos de metralla. Me sentí humillado al confesar que no, que nada de eso, que soy un ser de otro mundo, un clásico venido a menos. También me colocaron una vía en vena por si las moscas, que luego, finalizada la prueba y extraído del tubo crepuscular, sangró lo que quiso a causa del anticoagulante que me han recetado. Esto no es por el hierro, sino por la mala circulación, aunque todo tenga que ver con la sangre y sus derivas. La autodeterminación de la sangre, que es lo que nos ocurre en general a todos: los cuerpos van por un lado y nosotros por otro. O algo así.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 13 julio 2025

domingo, 6 de julio de 2025

Indemnización

            En medio de la confusión general y del maremágnum informativo, una de las razones de ser de una columna periodística es llevar al primer plano algunas noticias que se nos pasan desapercibidas, llamar la atención sobre ellas y comentarlas en lo posible. Por ejemplo, eso de que el Consejo de Europa haya fallado que la indemnización por despido no es suficientemente elevada ni disuasoria en España. En suma, no se protege debidamente a las personas empleadas porque nuestro sistema de despido no cumple con la Carta Social Europea. Mucho más sencillo: ese sistema no alivia el daño causado por un despido.


            Esta resolución, que habrá de formalizarse, es un eslabón más en la cadena de tópicos que caen acerca de nuestro mundo laboral. Ni la subida del salario mínimo genera desempleo, ni los contratos indefinidos atentan contra la competitividad, ni las pensiones son un monstruo económico. Todo depende más bien de si el aparato productivo está vivo o es un modelo zángano. Y en ello, una vez más, le cabe gran responsabilidad a la clase empresarial, con sus beneficios a cuestas, y a las administraciones públicas, con sus cálculos no siempre bien oxigenados. Desde luego, no es un problema de la clase trabajadora, tal y como una y otra vez se viene sentenciando y demostrando. Celebrémoslo, pues, sobre todo en este mundo salvaje en el que nos hemos instalado.


            Y reconozcamos que éste como otros progresos laborales recientes se debe a la iniciativa del primer sindicato de este país, el que mayor respaldo recibe de forma regular por parte del conjunto de trabajadores y trabajadoras, el que fue objeto en días pasados de la ironía ácida y gratuita de “La negrilla” en este mismo medio, jugando con aquello tan ñoño de Urdaci y las siglas. ¿Quién y cómo se indemniza por esa memez inmortal? Del mismo modo que el Consejo de Europa condena la impunidad empresarial, algo deberíamos concluir de forma adecuada acerca de la impunidad de quienes tenemos la fortuna de escribir y de que se nos lea.


Publicado en La Nueva Crónica, 6 julio 2025