Desde Vela, vela, va (1989) hasta el presente Por aquellas cuestas (1999), sin olvidar el paso intermedio que supuso A tu puerta (1992), el ejercicio de restauración artística llevado a cabo por el grupo Plaza Mayor a lo largo de los últimos diez años, constituye indudablemente un eslabón imprescindible para la cultura de nuestras tierras y de nuestras gentes, aquél que enlaza la tradición con la modernidad para proyectar sobre el hoy melodías y textos apenas envejecidos, o quizá por ello todavía frescos.
Encomiable por lo tanto nos debe resultar tarea tan tenaz como discreta la de este grupo de músicos, a contracorriente de cuanto se estila, se vende y se difunde desde los templos culturales establecidos. Ya en un principio, la propuesta que proclamaba tan sonoro nombre -Plaza Mayor- venía a enlazar, a través de laberintos de música, con los espacios abiertos y libres que desde antiguo han acogido los mejores ejemplos de convivencia y de creación. En efecto, pocos lugares como las plazas mayores, así como sus precedentes históricos, pueden señalarse a la vez como metáforas del arte y de la vida urbana, donde por igual eran albergados los mercados, los cafés, las manifestaciones, las fiestas, los indígenas y los transeúntes. Así fuimos creciendo, extendiéndonos desde ese núcleo original hacia otros ámbitos cada vez más confusos y desordenados, pero siempre con la referencia primitiva en nuestros sentidos. Cierto es que el tiempo ha transformado nuestras costumbres y, en muchos casos, con ello se han erosionado también esos espacios, hasta el punto de que algunos no muy apartados de nosotros se significan en la actualidad tan sólo por la degradación, el abandono y el trasiego de berzas y cebollinos. Si el alma de los pueblos se refleja en el rostro de sus plazas, sin duda la de León, alma y plaza, no puede mostrarse más despreciada.
Encomiable por lo tanto nos debe resultar tarea tan tenaz como discreta la de este grupo de músicos, a contracorriente de cuanto se estila, se vende y se difunde desde los templos culturales establecidos. Ya en un principio, la propuesta que proclamaba tan sonoro nombre -Plaza Mayor- venía a enlazar, a través de laberintos de música, con los espacios abiertos y libres que desde antiguo han acogido los mejores ejemplos de convivencia y de creación. En efecto, pocos lugares como las plazas mayores, así como sus precedentes históricos, pueden señalarse a la vez como metáforas del arte y de la vida urbana, donde por igual eran albergados los mercados, los cafés, las manifestaciones, las fiestas, los indígenas y los transeúntes. Así fuimos creciendo, extendiéndonos desde ese núcleo original hacia otros ámbitos cada vez más confusos y desordenados, pero siempre con la referencia primitiva en nuestros sentidos. Cierto es que el tiempo ha transformado nuestras costumbres y, en muchos casos, con ello se han erosionado también esos espacios, hasta el punto de que algunos no muy apartados de nosotros se significan en la actualidad tan sólo por la degradación, el abandono y el trasiego de berzas y cebollinos. Si el alma de los pueblos se refleja en el rostro de sus plazas, sin duda la de León, alma y plaza, no puede mostrarse más despreciada.
No obstante, se me figura que a modo de desagravio, otra Plaza Mayor cultivada con el mimo que merecen así los recintos públicos y compartidos como los rincones privados e íntimos, nos ofrece el tercer documento de lo que es un digno y prolongado quehacer. En estos tiempos en que algunos descubren las bases folclóricas y étnicas como fundamento de sus nuevas músicas, con lo que nos advierten de lo poco que hemos avanzado en verdad desde los tiempos de la tradición oral, Por aquellas cuestas, título de este trabajo, nos acerca de nuevo a la raíz, pero también al tallo, a la flor y al fruto, de la canción. Lo que cabe, a la luz de este producto, es preguntarse sobre el esplendor de parte de estas músicas de raíz, mientras que otras expresiones estéticas de similar calibre permanecen en una injusta ignorancia. O lo que es lo mismo, ¿qué extraños mecanismos rigen la vitalidad, la prestancia y el donaire de ciertas plazas mayores, frente a otras que, engendradas por el mismo soplo, se acomodan a la ruina, al olvido y a la incuria?
Sean éstas, pues, palabras de estímulo para los artistas y para quienes se reconozcan y se gocen en sus músicas. A los primeros, exhortémosles a mayores riesgos y a necesarias ambiciones. Los segundos, démonos al vicio solitario de su reproducción técnica, mas no desaprovechemos ocasión de salir para cantarlas bien acompañados en los escenarios abiertos de nuestras plazas mayores.
Texto de presentación en el CD de referencia, marzo 1999
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