A
mi modo de ver, lo mejor de aquellas fallas fue el glam, y lo mejor del glam,
David Bowie: “Hay un hombre de las estrellas, esperando en el cielo. / Quiere
venir y conocernos”.
Sucedió
en Carcagente un mes de marzo de cualquiera de aquellos años seminales. Sonaba
y olía la pólvora, también llovía. Había que ir a los casales, que es donde se reunían falleros y falleras no se
sabía bien para qué, en torno a los cuales las bandas de música repetían una y
otra vez pasodobles y ritmillos similares. En las calles se levantaban lo que
llamaban monumentos falleros,
unos artefactos de escaso gusto, en mi opinión, y llenos de colorines,
destinados a ser quemados con ritmo de otro pasodoble y más olor y sonido de
pólvora. Cuatro o cinco días de rondas, paella, falleras y otros folclores.
Pero afortunadamente llovía, así que el segundo día tocó reclusión en la casa
que nos albergaba. Entonces Ernesto conectó su tocadiscos -¡menudo lujo!- y colocó en el plato lo mejor de
aquellas fiestas: The rise and fall of Ziggy Stardust and the
spiders from Mars,
el disco capital de David Bowie en esos años. No hubo ya más fallas ni más
bandas de música, sólo aquellas canciones repetidas una y otra vez hasta la
total abducción: “Me recosté escuchando la radio. / Un tipo estaba tocando rock
and roll muy emotivamente”.
Fue
el más colorido castillo de fuegos de artificio, la más estremecedora mascletá, la hoguera donde ardió un antes y un después en
nuestra percepción musical. Porque, frente a la devoción por las canciones
sueltas que digeríamos en los jukebox, nos dimos cuenta de que había formatos
que no cabían en aquellas cajas sonoras y que había discos que formaban una
obra cerrada imposible de abarcarla en fragmentos. Fue la primera vez; luego le
sucedieron otros episodios parecidos: A night at the Opera de Queen, Tubular
Bells de Mike
Olfield, Journey to the centre of the Heart de Rick Wakeman, Too
old to rock n’roll, to young to die de Jethro Tull…, creaciones todas que excedían del límite
de las 45 revoluciones por minuto y que nos obligaron a evolucionar en nuestros
modos de escuchar y consumir música. Ello, es verdad, no era obstáculo para
extraer singles que por sí mismos eran piezas valiosas. De hecho, cualquiera de
las canciones del disco grande de Bowie merecía también ser degustada por
separado, pues en todas había hallazgos narrativos diferentes y melodías
identificables: “No eran DJs. Era un confuso jazz cósmico”.
La
más esperanzadora de las canciones de aquel álbum era precisamente Starman. En medio de la desolación,
parecía como si David Bowie fuese un alienígena enviado a la Tierra para
traernos el rock and roll. Incluso en ella la voz es divertida, casi tanto como
el atrezzo que el artista y su banda lucían por entonces, perfectamente
adaptable a aquellos entornos falleros donde lo descubrimos.
Starman se publicó como sencillo en abril
de 1972 y se añadió al LP The rise and fall of Ziggy Stardust and
the spiders from Mars
por insistencia de Dennis Katz, miembro de la discográfica RCA Records. Tal y
como Bowie declara, canción y disco son el más claro testimonio de que “…los
años 70 fueron el inicio del siglo XXI”. http://www.youtube.com/watchv=muMcWMKPEWQ&noredirect=1
Publicado en Gentikarockradio.com, 16 febrero 2013
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