Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 28 de junio de 2020

Bollos


            Todo, casi todo, es materia para el lío en los niveles públicos. Ahora le ha llegado el turno a los festejos locales, cuya prohibición ha sido respondida con énfasis por algunos alcaldes, unos con fina ironía, otros con palabras gruesas sin más. Bien es cierto que tampoco hubo grandes explicaciones por parte de quien hizo pública la medida, el Vicepresidente de la Junta de Castilla y León, que se quitó de en medio con un simple: “no es un año que tenga especiales motivos de celebración, desgraciadamente”.


            Ni quitaremos ni daremos razones, aunque mucho podría decirse sobre las palabras de unos y otro representantes políticos, sobre todo por la simpleza de las mismas. Argumentaremos, sin embargo, que sí es posible celebrar otras fiestas locales alejadas del jolgorio, que es lo que al fin y al cabo las ha parasitado y las hace hoy imposibles en términos de cautela sanitaria. Las fiestas, como ciertas formas de turismo, efemérides universitarias o ceremonias sin clasificar, han sido convertidas en mera excusa para la melopea y la parranda. De ahí que un contexto como el actual es en realidad una oportunidad para desnudarlas de ese ropaje y ensayar unas formas diferentes que quizá, quién sabe, de tener éxito, podrían convertirse en pilar para la modificación de usos y costumbres tan desdeñados como consentidos. Esto supondría un trabajo notable de ingeniería festiva que es, posiblemente, lo que no se está dispuestos a hacer. Por tal motivo se opta por la prohibición y no se hable más. O sí, como hacen algunos alcaldes, en lugar de ocuparse de la ingeniería.


            No es una cuestión ideológica. Sencillamente, no hay términos medios o no se buscan porque ello supone esfuerzo o se ignoran directamente. De ese modo no hay quien haga bollos en tales hornos, porque siempre hay alguien que atiza el fuego en lugar de atenuar la temperatura. No importa de qué se trate, como hemos tenido ocasión de comprobar a lo largo de estos tiempos excepcionales que nos ha correspondido padecer.


Publicado en La Nueva Crónica, 28 junio 2020

domingo, 21 de junio de 2020

Bicicletas


            Pocos títulos teatrales se han incorporado al caudal del habla corriente con tanto éxito como el de la obra escrita por Fernando Fernán Gómez en 1977: “Las bicicletas son para el verano”. Su popularidad supera con mucho la anécdota de la obra, la cual seguramente gran parte de nuestra sociedad ni conoce ni la vio jamás representada. Aunque, de otro modo, pudieron saber de ella a través de la adaptación que Jaime Chávarri hizo para el cine en 1984.


            El caso es que acabamos de entrar en un nuevo verano de bicicletas. O tal vez lo hicimos ya el pasado mes de mayo al inaugurar la fase 0 de nuestra resurrección, cuando se nos permitió el paseo y el deporte durante una hora diaria y hubo quien se reencontró con la bicicleta con pasión casi olvidada. Incluso hubo quien aprendió a montar en ella directamente en esos momentos, tal fue la fiebre deportiva desatada y la tontería. A partir de ahí, atemorizados tal vez por otras formas de transporte, las bicis ganaron espacio en las ciudades y en el fervor de los individuos hasta el punto de que, sí, algo parecía cambiar en el ambiente urbano. Leo que, de hecho, algunas ciudades sabias, o gobernadas sin más por personas sabias (Bogotá, Milán, Berlín, Valencia…), han decidido mantener activos los carriles-bici que habían ampliado con motivo de la pandemia. También, muy probablemente, porque el 64% de la ciudadanía europea no quiere los niveles de polución anteriores.


            Sin embargo, no he escuchado por estos páramos nuestros algo parecido. Tampoco lo espero. Como de costumbre, levantaría voces irritadas en contra tal y como sucede con todo lo que huele a humillación del automóvil, ese artilugio objeto de veneración y expresión de narcisismo. Quizá por eso mismo tampoco escucho nada acerca de expulsar de las aceras a algunos ciclistas endemoniados y a otros vehículos de la movilidad moderna aún más agresivos. Ser firmes en eso obligaría a buscarles una solución, que por otro lado  es más que obvia, y eso cansa. Tanto como pedalear.


Publicado en La Nueva Crónica, 21 junio 2020

domingo, 14 de junio de 2020

Abrazo


            De entre los idos durante el último trimestre fatal, nos duele Juan Genovés. Duele como todos los que se fueron, por supuesto, pero nos pesa en su caso también por el significado de una de sus obras más celebrada: el abrazo. Esa pieza, convertida en símbolo de la transición, reproducida hasta la saciedad y colgada como un icono en cientos de paredes, recupera actualidad así por el fallecimiento del artista como por su nueva lectura a la luz de estos tiempos. Lo primero no requiere más glosas. Lo segundo, en cambio, ilustra la actualidad en una vertiente desdoblada que, al cabo, causa desconsuelo igualmente.


            No abrazarnos, ésa es la maldición. Hemos recuperado al fin los encuentros, las conversaciones, los veladores compartidos. Pero, como mucho y como una especie de mofa inelegante, sólo se nos permite rozar los codos para reconocernos, para tener certeza física de la otra persona, para constatar la entereza de los cuerpos que amamos. No abrazarnos, mucho más que la distancia prudente, expresa la amputación de lo material en nuestros sentimientos y nos obliga a comunicarlos solo con el alma y la mirada. Casi como en los días del confinamiento. Siguen, pues, confinadas las almas hasta que su vuelo las lleve al reencuentro de otros cuerpos.


            No sucederá así con los desalmados, para quienes el único abrazo aceptable es el castrense: esa percusión de palmas sobre espaldas anchas. Este es el envés de aquel espíritu del cuadro, regresión frente a progreso, resumido en el lema del reaccionario por antonomasia: ley y orden. De ahí también el penar, que unos ratos es espanto y otros, repugnancia. Y de ahí que nos sea difícil imaginar hoy un lienzo como el que nos regaló Genovés en tiempos igualmente convulsos, pero iluminados al menos por un leve afán de coexistencia. Es muy duro pensar que no hallaremos hoy espacio para los abrazos en ese mar de querellas, de ofensas gratuitas y de mentiras solemnes en el que tendemos a ahogarnos. Ni siquiera el abrazo del socorrista conforta.


Publicado en La Nueva Crónica, 14 junio 2020

domingo, 7 de junio de 2020

Pensadores


            No es habitual que una firma de un diario aproveche su columna semanal para cuestionar una iniciativa de ese mismo diario. Nos atreveremos a hacerlo en este caso con respeto y con atrevimiento, que son dos cualidades adecuadas para avanzar en nuestros procesos.


            Cuestiono aquí esa sección que se ha titulado “Cuenta con León”, presentada como un foro de ideas por esta tierra y un punto de encuentro para buscar soluciones a la situación económica, social y cultural a la que se enfrentan los leoneses. Bien está el planteamiento, por más que repetido, si bien en este presente circunstancias imprevistas y dramáticas le conceden una nueva actualidad. Ahora bien, examinada día a día la nómina de participantes, supongo que a instancias del propio periódico, ninguna o casi ninguna diferencia existe respecto a ediciones previas o parecidas con idéntico propósito. Si exceptuamos a David Rubio, director de La Nueva Crónica, el resto viene a ser el catálogo oficial, cuyo pensamiento valoro, por supuesto, aunque no deja de ser el pensamiento institucionalizado. Es más, repaso los titulares que encabezan cada aportación y casi resultan intercambiables: retos, prioridades, reinvención, unión, lo nuestro, dinamizar, diálogo, paradigma, responsabilidad, pacto, esperanza, empresa… Si volvemos a exceptuar a Rubio, que incorporaba el talento, poco de esto, francamente, se encuentra en la retahíla anterior. Más bien lugares comunes.


            Ante ello, lo que cabe preguntarse es si no hay otros mundos en éste. ¿De verdad que en la provincia leonesa y en su diáspora no hay otras personas que no seamos las habituales para aportar un poco más de pensamiento o un pensamiento diferente, no instalado, más fresco? ¿Acaso no es, o era, la universidad un espacio de ideas y de innovación que nos nutran? ¿Y en el ancho ámbito de las culturas no existe alguien que rompa con ese lenguaje del pasado y nos anime el oído? ¿Y en las calles? Quién sabe, tal vez también esta columna y sus reflexiones han caducado ya.


Publicado en La Nueva Crónica, 7 junio 2020