Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 29 de enero de 2023

Nieve

            Las que fueron primeras nieves del invierno me recibieron en la ciudad de Burgos para alumbrar una postal diferente a la de visitas anteriores y, no obstante, un paseo repetido: Arlanzón arriba y Arlanzón abajo, esas dos riberas donde podrían representarse casi todos los dramas de la vida según en qué orilla se sitúen los protagonistas.

 

            El segundo capítulo sobrevino en la cumbre del Manzanal de viaje hacia El Bierzo. En este caso, a la nevisca se le sumaban vientos y nieblas para conformar un combinado de meteoros que permitía, sin embargo, adivinar el contorno de los montes cercanos a la carretera: eran un espectro de sí mismos, la acuarela del alma cuando duele.

 

            En uno y otro punto del mapa, a la belleza efímera de la nevada le siguieron enseguida, como suele ocurrir, comentarios prosaicos acerca de la falta de previsión frente al temporal. Siempre hay algo más que prevenir y siempre hay algo más que sobreactuar ante todo tipo de temporales, los reales y los figurados, aunque nada los hace inevitables. Yo mismo podría no haber viajado ni aquella mañana ni aquella tarde, pero lo hice finalmente en pos precisamente de lo imprevisto, que no deja de ser un atractivo más de la existencia o una osadía contra la vulgaridad del estar. De un modo parecido, todos podríamos haber eludido en parte los dramas o los dolores que nos turban, lo que resulta imperdonable es dejarlos a su caída como otra fatalidad del clima. No, siempre hay que pisar la nieve para regresar a casa.

 

            A ella hemos vuelto, pues, para cobijarnos y para recordar lo que vimos y lo que fuimos durante el viaje, para conversar sobre los pormenores del itinerario, también para buscar en los libros el eco de cuanto hemos percibido y perpetuarlo. Me refiero a un viejo poema de Julio Llamazares: “Mi memoria es la memoria de la nieve. Mi corazón está blanco como un campo de urces”. No fue necesario para sentir así tomar un avión en dirección a otro continente. Cuanto nos sacude el alma está realmente a nuestro lado.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 29 enero 2023

domingo, 22 de enero de 2023

Andenes

            No hay amor en los andenes. No quiero decir que el progreso nos condene necesariamente a la frialdad, aunque algo hay de eso también, sino que ciertos formalismos del progreso destrozan para siempre imágenes que llamábamos icónicas: no volveremos a ver las despedidas, entre humos, de Celia Johnson y Trevor Howard en “Breve encuentro”; ni las manos de Ricardo Darín y Soledad Villamil unidas por el cristal de la ventanilla en “El secreto de sus ojos”; ni el adiós dramático entre Montgomery Clift y Jennifer Jones, con el tren a punto de partir, en “Estación Termini”. Son sólo ejemplos de cuanto fue y ya no será. No veremos trenes difuminarse al fondo de las estaciones con su carga sentimental a bordo ni de ellos descenderá esa misma carga para ser recibida al pie del estribo. No habrá pañuelos asomados ni manos que se despiden desde las ventanillas.

 

            No hay ya ventanillas que se abran en ningún transporte y los accesos a los andenes son más que restringidos por cuestiones, cuentan, de seguridad y de organización. No, la estética aeroportuaria se impone en todo tipo de estaciones, y despedidas o bienvenidas se convierten en un acto funcionario alejado del momento crítico de la partida o de la llegada. Uno se acerca al lugar dispuesto para eso que llaman check-in, lo supera entre guardias y escáneres y de repente se abre un abismo de soledad y desconsuelo al otro lado. Del mismo modo, la espera se sitúa en una especie de hall o antesala entre tumultos y prisas sin ningún encanto. Es la modernidad.

 

            Son recibimientos y separaciones low cost. Rituales basura, como las hipotecas basura, la comida basura, la televisión basura o el pensamiento basura. Y de ellos aprenderán las nuevas generaciones porque son ritos imitativos, tal y como hicimos los seres analógicos en las películas que antes citábamos o en otras fuentes de información sepultadas por la urgencia y la velocidad de nuestros días. Más abono para garantizar ese individualismo sin alma que tanto abunda en los andenes.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 22 enero 2023

domingo, 15 de enero de 2023

Variante

            Desconozco qué variante se apoderó de mí hace unos meses cuando el virus, tras más de dos años largos de resistencia heroica, se convirtió en un nuevo pasajero dentro de mi cuerpo, como cantaban Eduardo Benavente y Ana Curra. Me hubiera gustado que me secuenciaran entonces para confirmar si se trataba de Kraken o de una simple Ómicron o, quién sabe, tal vez de una subvariante personal e intransferible. Nadie nos secuencia para comprobarlo, pero estoy seguro de que a casi todo el mundo de este mundo nos gustaría en el fondo ser protagonistas de nuestra propia mutación. Es tal la crisis de identidades que no dejamos de buscarnos a nosotros mismos, puros y diferentes, en cualquier parte. Hasta en el abismo de la enfermedad. Nos queremos únicos, ése es uno de los dramas de este tiempo, y somos capaces de vender nuestra alma a cualquier murciélago con tal de no ser iguales a los otros que, por otra parte, nos parecen feos, pobres y aburridos. Y, además, nos roban.

 

            Antiguamente, aunque tampoco hace tanto, las identidades tendían a ser colectivas y contribuían de una forma decisiva al progreso de las sociedades. La identidad de clase, por ejemplo, obró de ese modo. En la actualidad, la fragmentación y la mezcla, es decir, la multiplicación de variantes, nos llevan a perseguir más bien identidades individuales, que suponen, socialmente hablando, la antítesis del progreso común. Por eso mismo una de las identidades amplias y compartidas más notables de las últimas décadas, la de las mujeres, sufre el acoso de la reacción como ninguna otra. Y sufre la fragmentación y sufre la mezcla. Ello no la ha detenido, pero sí la ha amortiguado. Se fomentan las subvariantes y no es algo espontáneo precisamente, nada es más productivo para el conservadurismo que la diferenciación generalizada.

 

            Porque ese pasajero que se nos mueve dentro, el de la gloriosa canción de Parálisis Permanente, produce eso precisamente: parálisis. Tendríamos que matarlo, como concluía la letra, o echarlo fuera.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 15 enero 2023

domingo, 8 de enero de 2023

300

Asomarse sin más al título de esta columna podría resultar engañoso. Dado el imaginario en que solemos movernos, lo primero que vendría a nuestras cabezas sería sin duda alguna la película de espartanos que en 2006 dirigió Zack Snyder, adaptando el cómic previo de Frank Miller sobre la batalla de las Termópilas. Pero no. Aunque mucho tiene de disciplina espartana el hecho de escribir, el cardinal del título se refiere al número de columnas que La Nueva Crónica ha tenido a bien publicarme desde abril de 2017. Es un número más que redondo que sirve a quien firma para observar toda esa escritura con una perspectiva temporal larga y extraer de ello alguna conclusión que pueda ser compartida con quien lee. Es, pues, esta columna una especie de meta-columna.

 

Una columna tiene, para empezar, la virtud de la síntesis. Acomodarse a un molde limitado obliga a desnudar el lenguaje y descubrir, en consecuencia, la cantidad de elementos superfluos que abundan en nuestra comunicación. Al menos en la escrita; en la oral más bien suelen faltar elementos, que suplimos en muchos casos con lo no verbal. Sorprende cuántos adjetivos son perfectamente prescindibles cuando no escribimos poesía y cuántos latiguillos de la lengua son absolutamente desechables porque nada nos dicen.

 

Se acaba cogiendo el tranquillo, de verdad, y el pensamiento se acomoda a ese formato, aunque también evoluciona. Lo hace, sobre todo, no conforme al vicio de quien escribe sino en función de la reacción de quienes leen. Son esas reacciones las que dirigen la mirada hacia los asuntos que se tratan. Y en tal sentido conviene decir que las columnas evolucionan, han evolucionado, desde una perspectiva analítica hacia otra mucho más emotiva. Más sentimental. Algo querrá decir esto acerca de la situación vital que atravesamos. En nada se parece este hoy a aquel abril lejano: no somos las mismas personas, no son las mismas historias. Es oportuno reconocerlo y anotarlo en esta especie de diario como aviso para caminantes.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 8 enero 2023