Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 26 de abril de 2020

Escalada


            En toda revuelta, crisis, epidemia o tormento se produce una escalada léxica. Es natural, hay que dar nombre a las nuevas realidades. Ocurre, sin embargo, que ese arte de nombrar, guiado sobre todo por medios de comunicación y por la clase política, hace del lenguaje un espacio escabroso, donde, a fuerza de ser repetidos, sobresalen dos o tres términos o dichos que de inmediato se convierten en puros tópicos. El último es la desescalada, como antes lo fueron la prima de riesgo, el regreso escalonado, la lacra social, el consenso o la crisis humanitaria. Son expresiones que pronto se fosilizan y sus significados se reducen enseguida a mero énfasis retórico de obligado cumplimiento.

            Lo de escalar y desescalar tiene su miga. Obliga incluso a movimientos improvisados por parte de la Real Academia de la Lengua o a comentarios generosos y permisivos del lado de la Fundación del Español Urgente. Estos últimos andan locos en los últimos tiempos con su listado de consultas y recomendaciones: viricida, plasma de convaleciente, gran confinamiento, chinocentrismo, seroprevalencia…, lo que nos da una idea de cómo se encuentra la salud en el campo semántico de este país, que es en gran medida su pensamiento. Y, claro, hay quien acude a consulta y hay quien directamente asume vocablos porque suenan y resuenan y eso les da como un salvoconducto de relevancia; máxime viniendo de donde vienen. De haber sido posible, hubiera resultado más que interesante poner la oreja en la barra de los bares para constatar que de repente nos hemos hecho expertos, bien en alpinismo, bien en álgebra lineal, bien en calcos de la lengua inglesa. Cualquier cosa menos ser lo que somos, es decir, expertos en pandemias.

            En esos ires y venires andamos mientras no acaba de llegarnos ni la reducción ni la disminución ni la rebaja ni el descenso ni la relajación, todas esas formas del castellano común y corriente que no necesitan de más explicaciones ni de teatros para la oratoria. Román paladino, lo llaman.

Publicado en La Nueva Crónica, 26 abril 2020

domingo, 19 de abril de 2020

Calles


            Cuando Pablo Milanés cantaba “yo pisaré las calles nuevamente…” no pensaba en nosotros. Tampoco lo hacían Los Cardiacos cuando aconsejaban “vivid en la calle, no paréis en casa…”. Y mucho menos tenía en cuenta este presente GabrielCelaya al escribir “¡a la calle!, que ya es hora de pasearnos a cuerpo…”. Ni somos el Chile del 73 ni estamos en la España del 55 o de los 80.

            Sin embargo, a pesar de que el siglo XX nos parece situado ahora a años luz de nuestra existencia enferma, cómo no repetir en silencio versos como estos u otros de parecido signo que hacen de la calle uno de sus ejes centrales. Esas mismas calles a las que miramos con ansiedad, cuya recuperación imprecisa las ha convertido en una especie de inalcanzable paraíso cercano. Volver a tomar la calle es hoy tanto un deseo como una necesidad básica que nos unen casi por igual a todos los confinados. Y ése, como la superación de la adversidad, es un objetivo compartido -¡quién lo diría!- por millones de personas en todo el mundo. Como si la humanidad hubiera encontrado en ello un insospechado lazo umbilical.

            Sucederá, por supuesto, y pisaremos las calles y viviremos en ellas y lo haremos a cuerpo, tal y como nos enseña la poesía. Pero también esa misma poesía habrá de guiarnos en esos nuevos tiempos de la recuperación de espacios públicos para hacer de ellos unos lugares más amables de lo que fueron, mucho menos agresivos y, desde luego, consonantes con otros modos de habitarlos. Mirar las calles hoy desde nuestras ventanas es mirar también un nuevo urbanismo más humano y acogedor, mucho menos desabrido y antisocial, que nos permita conversar no de ventana a  ventana, sino a la sombra de los tilos.

            Ese será el momento en que cantaremos juntos al lado de Pablo Guerrero: “a tapar la calle, que no pase nadie que viva de alguien con cara de loro, que vaya montado sobre el as de oros (…) a abrir la calle, que pase la gente que viste de flores, que bebe aguardiente, que va hablando sola y pinta en las paredes”.

Publicado en La Nueva Crónica, 19 abril 2020

domingo, 12 de abril de 2020

Adivinanza


            Se habla, sí, de desescalada, de salida del túnel, de una nueva realidad… Salvando las distancias y los dolores presentes, es lo mismo de lo que se venía hablando desde que alumbró esta nueva edad histórica. No habíamos conseguido resolver nuestras incertidumbres ni desconciertos y ahora tenemos otra pesadilla encima, enorme, “inexperimentada”, como la adjetiva con este neologismo el filósofo Emilio Lledó, lo que la hace aún mucho más inquietante.

Es natural, pues, que en medio de la convulsión nos preguntemos por cómo seremos o nos serán. Y a ello se dedican severos informes, gabinetes técnicos y otros anticipadores de mercados con afán de pioneros, conscientes de que quien dé primero dará dos veces. Lo mismo que el público en general aguarda impaciente, entre la zozobra, una senda por la que transitar no se sabe bien hacia dónde. Conviene recordar al gran Vicente Verdú, quien en coyuntura menos adversa que la actual sentenciaba: “Ni apocalípticos ni integrados puros. En el mapa de la historia cultural conviven ríos cristalinos con aguas emponzoñadas. De modo que ¿cómo sentenciar hoy, con el paradigma herrumbroso de ayer, lo que es nocivo?”.

El paradigma herrumbroso de ayer, ésta es la clave fundamental. Sobre todo cuando escuchamos a los apologetas de la selva clamando incluso en los parlamentos con sus apolilladas doctrinas; y porque si nada es ni será ya igual, cualquier discurso, cualquier propuesta de futuro que se acomode aún sobre los viejos moldes no tiene porvenir, es pura melancolía. Ése es el reto del progreso, exactamente el mismo que nos llevo desde Atapuerca hasta Altamira y todo lo que ello significa. De haber sido por el conservadurismo malencarado continuaríamos todavía en la Sima de los Huesos.

De modo que, bien entendido el desafío, lo que cabe esperar de todos y cada uno de los seres humanos y de sus organizaciones sociales y políticas es la audacia, rara cualidad para tiempos tan adversos, pero necesaria virtud para la adversidad de los tiempos.

Publicado en La Nueva Crónica, 12 abril 2020

domingo, 5 de abril de 2020

Plagas


            Para muchos de nosotros, seres afortunados, lo más cerca que habíamos estado de una plaga fue gracias a una canción del año 1959 grabada originalmente por el grupo mejicano Los Teen Tops: “Ahí viene la plaga, / le gusta bailar. / Y cuando está rockanroleando / es la reina del lugar”.

            Éramos felices ignorando a propósito la amenaza de plagas que, en realidad, nunca han dejado de asolar a la especie humana. Éramos ingenuos más bien o tal vez preferíamos no ver directamente el hambre, las guerras y las epidemias, que considerábamos materias del pasado o cosa de otras latitudes, esas tres plagas que nunca han desaparecido del paisaje a lo largo de la historia de la humanidad y a las que nunca hemos logrado vencer. Nos sentíamos a salvo y, como mucho, lavábamos nuestra conciencia con pequeños gestos altruistas, gritando ¡no a la guerra! y participando en alguna que otra carrera solidaria. Hasta que vino el monstruo y nos despertó de ese sueño tan plácido.

            Ahora nos sentimos débiles, confusos, sencillamente humanos. A pesar del dolor que nos rodea, es bueno que así sea, no sólo por este retorno brusco sobre nuestra condición vulnerable, la que se expresa a través de la enfermedad, sino porque tal vez ésa sea la vía para reconocernos también, como especie, en nuestros otros dos males atávicos: el hambre y la guerra. Si, como dicen exageradamente medios de comunicación y personajes públicos, es en estos momentos terribles cuando sacamos a la luz lo mejor de nosotros, será ése un comportamiento insuficiente si no ampliamos el foco sobre todo cuanto amenaza con destruirnos. Así en lo inmediato como en lo universal.

            Con todo, hay plagas presuntamente amigas que acaban haciéndose en verdad insoportables. Me refiero a ese aluvión de propuestas de todo tipo que nos llueven por doquier para ayudarnos a combatir el confinamiento: libros, películas, juegos, manualidades, balconadas, canciones a tutiplén… No doy abasto, lo confieso, y empiezo a sentirme fatal. ¿Hay vacuna para esto? 

Publicado en La Nueva Crónica, 5 abril 2020