Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 29 de mayo de 2022

Quiosco

Al lado del lugar donde trabajo había un quiosco. Una grúa se lo llevó hace días, pero quedó sobre la acera la señal de su contorno grabada por el tiempo. Desde entonces, cuando bajo a fumar, me gusta colocarme en el eje del dibujo para tener la impresión de que habito en el alma de ese espacio desaparecido y que convivo con todos sus enseres:

 

Muchos años atrás, a mi madre le ofrecieron la posibilidad de coger en alquiler un quiosco cerca de casa. Estuvo a prueba durante una quincena, pero finalmente lo rechazó. Sin embargo, el quiosco en cuestión pervivió y de él se hizo cargo un matrimonio entrañable, Juan y María Luisa, que nos dio cuartel a los chicos del barrio (era un espacio de chicos) en los años finales de la adolescencia. Juan relataba exageradas aventuras de su destino legionario en el Sáhara o detallaba cómo se había quemado medio cuerpo trabajando después en una fábrica-chamizo; también había vendido helados con un carrito por las verbenas. María Luisa conocía al detalle la vida sentimental de los habitantes de esas calles y nos aleccionaba para el futuro como una celestina de andar por casa. Allí pasábamos las tardes ociosas, leíamos todo tipo de revistas por el morro, comprábamos toreras y cigarrillos sueltos y jugábamos en un futbolín y en un flipper apretados en un rincón del local. Tenían un hijo subnormal, decíamos entonces, que vivió a nuestro lado el mejor modelo de inclusión social que pudiera diseñarse. Y allí también, entre partida y partida, ideamos una revista que se llamó Barrio, que imprimíamos a multicopista y que regalábamos entre el vecindario. Desde ese espacio acogedor saltamos poco después a la asociación de vecinos y nos convertimos en músicos rebeldes y pre-punk.

 

Son historias de otro tiempo que renacen mientras fumo un cigarro en medio de la huella de cuanto fue parte del paisaje urbano. Pronto esos establecimientos serán simples reliquias y merecerá la pena recordarlos como la vida misma. Y honrar a quienes en ellos nos convivieron.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 29 mayo 2022

domingo, 22 de mayo de 2022

Agujero

            Contrariamente a lo que los ignorantes podíamos suponer, los agujeros negros brillan, tal y como hemos comprobado a través de las imágenes difundidas de Sagitario A*, ese monstruo que habita en el centro de nuestra galaxia. Es decir, no siempre lo que sugieren a primera vista ciertos significantes se corresponde con aquello que referencian.

 

Sucede así con la filosofía. Podíamos considerar, de entrada, que quienes a ello se entregan son gentes con conocimientos éticos que se convierten en valores y que se expresan después en comportamientos. Pero no. Sabemos ahora gracias a la Presidenta de la Red Española de Filosofía, Concha Roldán, Directora a su vez del Instituto de Filosofía del CSIC, que en su disciplina ella encuentra cada vez más profesionales que militan en la partida del odio. Dicha declaración engrandece nuestro agujero negro particular y conduce al derrumbamiento de dos ideas casi sagradas: que el conocimiento aleja de la superficialidad y que la educación es la vía para la superación de la mentira mediante la responsabilidad ética. Va a ser que no. Y va a ser que algunos brillos se apagan.

 

No queda mucho, pues, a lo que agarrarse en esta sociedad desideologizada y sometida al discurso plano digital. Al menos en sentido teórico. No quedan ni los filósofos, bastante silenciados ya de por sí o directamente callados por propia y controvertida decisión. Queda, claro, la militancia en lo que es contrario a ese rumbo ennegrecido, y hay donde hacerlo, y queda, en un campo mucho más cercano, fortalecer la red de apoyo mutuo que construimos a lo largo de la vida: la familia, o parte de la familia (tampoco vamos a exagerar), los amigos y amigas del alma, el amor, la camaradería…

 

Verdad es que la enfermedad, los individualismos y otras ñoñerías muy de ahora le han restado prestancia y urge su abrillantamiento. Con audacia. De lo contrario, el agujero negro no se situará, como cuentan, a 26.000 años luz de nuestro planeta, sino que viviremos sumidos en él a perpetuidad.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 22 mayo 2022

domingo, 15 de mayo de 2022

Reacción

            La libertad sexual de las mujeres y cuanto eso significa es lo que empuja la reacción. Tanto da en los Estados Unidos como en Afganistán, entre Rusia y Ucrania como en Castilla y León, es decir, en España, con permiso de la Comunidad de Madrid. Tanto da la enorme limitación del derecho al aborto como la reimposición del burka, las violaciones en la guerra como las declaraciones autojustificativas del Vicepresidente de aquí mismo. Todo es reacción contra esa libertad sexual de la mitad de la humanidad.

 

            Porque en este caso y en este siglo no se trata de revueltas protagonizadas por un puñado de sans-culottes ni por unas decenas de barbudos ni por unos miles de bolcheviques. Esa revolución, que acabará siendo, la llevará a cabo media humanidad, no un colectivo mayor o menor de ella, y eso no tendrá ya marcha atrás. De ahí la pugna de poderes y la reacción, pues al fin y al cabo en toda revolución se ventila ante todo una cuestión de poder. Lo saben los hoy poderosos, que apenas se inquietan frente a otras inquietudes sociales y políticas que no llegarán a cuajar, sea el clima, sea la raza, sea el hambre, sea la desigualdad… Pero saben también que al hilo de la revolución de las mujeres sí sucederán y cuajarán las otras revueltas llamémosles sectoriales. Y el mundo será otro. He ahí la reacción.

 

            Y por eso mismo coinciden en una misma trinchera, por disímiles que sean, jueces del tribunal supremo estadounidense, fundamentalistas afganos, soldados asalvajados y el Vicepresidente de aquí mismo, que elogia a una de sus dirigentes políticas “por llegar a lo más alto pese a las dificultades inherentes a ser mujer”. A saber cuáles son las inherencias que le son propias a él, aunque se intuyen.

 

            El 68, que aquí mismo orillé hace una semana, sirvió, sí, para avanzar en este camino y eso ha de reconocérsele. Fue en el ámbito íntimo y privado donde provocó progresos ciertos que ahora, medio siglo después, han de ser nuevamente empujados. Sobre todo para hacer frente a la reacción.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 15 agosto 2022

domingo, 8 de mayo de 2022

Mayo

            Mayo es un mes sobrevalorado. En particular aquel mayo de aquel 1968. Aquel mayo francés por antonomasia. Quizá, visto desde este mayo más de cinco décadas después y con su resaca electoral cargada de significados, podamos simpatizar mejor con la afirmación de cabecera. Quizá por eso mismo, por la resaca y cuanto significa y ha significado el propio proceso electoral francés, comprendamos mejor la disolución del mito. Su necesaria disolución. Quizá por todo ello entendamos ahora por qué en los últimos tiempos nadie presume de haber estado allí, tal y como sucedía con sospechosa frecuencia hasta que el siglo XXI nos confirmó que la vida era esto y no aquello.

 

            Aquel mayo no aportó nada políticamente, o muy poco, salvo la consagración de la libertad individual en línea con los movimientos hippies norteamericanos: un nuevo romanticismo. Todos remaron ingenuamente a favor de su verdadero y único beneficiario: el neoliberalismo poco después articulado por Thatcher y Reagan, cuya supuración padecemos todavía en la actualidad. Cierto es que mayo del 68 ofreció progresos importantes en los ámbitos privados e íntimos, pero no dio lugar a nuevas formas de organización política ni mucho menos a un nuevo modelo social. Piensen los más jóvenes en lo que entre nosotros supuso otro mayo, el de 2011, cuando su día 15 quiso así mismo ser emblema del futuro y se quedó apenas en un adanismo sin porvenir.

 

          Siempre fue la primavera una estación condenada a generar tanta ilusión como resultados frustrantes, desde aquel mayo hasta la primavera de Praga o la revuelta de la Plaza de Tianammen en 1989, todos ellos acontecimientos floridos donde los haya. Por el contrario, sin entrar en valoraciones, no ha sucedido así con las llamadas revoluciones, sucedidas siempre en épocas del año mucho menos vistosas: julio para la revolución francesa, octubre para la soviética y enero para la cubana; incluso la batalla de Yorktown, colofón de la revolución independentista americana, tuvo lugar en otoño de 1781.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 8 mayo 2022

domingo, 1 de mayo de 2022

Secretos

            Secretos oficiales, inmunidades, aforamientos… todo eso que tanto ardor inflama en el Parlamento, en editoriales y en declaraciones cruzadas. Sin menospreciar la importancia de cada uno de esos asuntos, lo cierto es que cuando la política oficial se enreda en tales materias crece la distancia que a todos nos separa de ella. No porque no valoremos la necesidad de luz, de transparencia y de rigor en el ejercicio público, sino porque son conceptos que, aplicados en sentido estricto y hartamente mareados, apenas si son nuestros. O no son sentidos como parte de nuestra cotidianidad. Salvo los secretos.

 

            Ahora bien, nuestros secretos no son oficiales ni falta que hace. Son privados y bien privados, particulares como el patio de nuestra casa. Antiguamente, no tanto hoy, se solían relatar al confesor y para ello se inventó el secreto de confesión, para que uno pudiera compartir en los justos términos su clandestinidad sin temor a la divulgación. Porque, no nos engañemos, un secreto sólo llega a esa categoría cuando inevitablemente se lo cuentas a alguien. Nadie mejor en tal caso que un casto sacerdote. Aunque hoy en día lo reservado se comunica mucho más en las consultas de psicología, donde, desórdenes mentales aparte, desemboca buena parte de nuestro existir oculto e inconfesable. Basta enunciarlo ante la persona especialista para sentir alivio.

 

            ¿Cómo se puede por tanto soportar un secreto, por muy oficial que sea, sin compartirlo de algún modo? Es algo inherente al secreto mismo. Para verificarlo, podríamos preguntar a cualquiera que nos crucemos por la calle si sabe o no que en España alguien espía a alguien. A partir de ahí bastaría con tirar del hilo hasta donde quisiéramos llegar. Francamente y sin caer en paranoias, yo sé, como lo sabe todo hijo de vecino a estas alturas de la película, que soy escuchado, monitorizado, rastreado, observado, grabado… y que, por fortuna, Musk, Zuckerberg y Bezos han venido a este mundo para garantizar mi intimidad. ¿O es al revés?

 

Publicado en La Nueva Crónica, 1 mayo 2022