Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 23 de febrero de 2020

Golpe


            Del golpe se hablará hoy, tal y como ha sucedido de forma reiterada en esta fecha a lo largo de los últimos 38 años, y tendremos que soportar de nuevo las palabras e imágenes que tanto nos hirieron entonces y nos seguirán hiriendo hoy. Con estos asuntos, cuando no sangra la herida, duele la cicatriz.

            La diferencia respecto a aquellos tiempos, cuando el término asustaba tanto como la acción, es que ahora se habla de golpe con absoluta frivolidad y casi con cualquier motivo. Lo mismo que sucede con el adjetivo fascista, con la calificación de ilegítimo o con las apelaciones al terrorismo. Y así con un sinfín de expresiones amplificadas en su significación y convertidas en comodín para las agresiones verbales cuando están ausentes otros argumentos. Se dirá que es cosa de los tiempos que nos corren y quizá por eso precisamente estos son tiempos para el desentendimiento. No hay nada peor que construir una comunicación sobre la base de diccionarios personales aunque se correspondan con el mismo idioma.

            Será por eso o será por la edad, pero llego a pensar que hay que ser austeros en el gasto de saliva y evitar sobre todo polémicas estériles levantadas sobre diferencias semánticas de libro. Me parece necesario, antes de iniciar casi cualquier tipo de diálogo (y esto también se lleva mucho ahora, al menos de boquilla), definir los términos solemnes de que nos servimos, no vaya a ser que no nos encontremos. Me pregunto, por ejemplo, qué es una nación, palabra omnipresente en todo tipo de informativos, y si el sentido que se le otorga es el mismo en todos los casos. La conclusión a la que llego entonces es que nación no es más que una palabra sin significado. Precisamente por su manoseo.

            En fin, ahora que algunos necios pretenden examinarnos del conocimiento mínimo del español, no estaría mal empezar por conocer el significado exacto de su léxico. También, de paso, el de algunas palabras catalanas, gallegas o vascas, que son también lenguas del Estado, es decir, nuestras lenguas.

Publicado en La Nueva Crónica, 23 febrero 2020

domingo, 16 de febrero de 2020

Intersección


            Aprendimos en las clases de matemáticas del bachillerato la teoría de conjuntos. De ella, lo más poético, lo que por tanto mayor y más fácil relación tenía con la vida corriente, era aquello de los conjuntos vacíos y la intersección.

            Sobre los conjuntos vacíos no diremos nada porque convivimos con ellos sin remedio desde que entonces fuimos conscientes de cuán ancha es la vacuidad. Pero la intersección sigue apasionándome. No sólo vino a ser algo así como la confirmación de la impureza, que es muy sana, puesto que a la postre nos intersecamos casi con cualquiera y así crecemos: siempre hay elementos en común entre los conjuntos, sean del origen, raza, sexo o condición que sean. También porque los procesos de intersección son imparables y dinámicos, como la vida misma, y porque su resultado, los subconjuntos, era poco menos que la glorificación de la familia en términos matemáticos.

            La última y más extraordinaria de las intersecciones ha sido la que acaba de consumarse entre los espacios biológicos y digitales en ambos sentidos. Hasta la fecha podía contemplarse el caso de que un virus cibernético alterara el funcionamiento de un dispositivo informático instalado en un cuerpo humano. Al fin y al cabo, la ciencia avanza que es una barbaridad y todos estamos acostumbrados ya a los cyborg y demás suplementos tecnológicos instalados en los seres vivos para mejorar sus capacidades orgánicas. Lo que no habíamos llegado a ver es que un virus propiamente dicho, es decir, un agente infeccioso acelular de los muchos que cataloga la Biología consiguiera condicionar, incluso anular, la celebración mercantil por excelencia de los telefonillos móviles y demás acompañamiento. Esto es: la intersección entre el Covid-19 y el Mobile World Congress.

            Quedamos ahora a la espera del subsiguiente subconjunto, que será también, no lo duden, todo un acontecimiento para la humanidad. Siempre y cuando vivamos para verlo o para comprarlo, porque las intersecciones léxicas son enormes y asombrosas.

Publicado en La Nueva Crónica, 16 febrero 2020

domingo, 9 de febrero de 2020

Cajas


            La sombra de las cajas, de ahorro, es también alargada y hasta esta orilla del tiempo llegan ahora alguna de sus siluetas más opacas. No fue suficiente con su exterminio, pugnan ahora en sede judicial por su patrimonio menos evidente pero no menos valioso. Por eso precisamente pugnan, como se hizo antes por los dineros contantes y sonantes, por los clientes y por la cuota de mercado. Por el negocio.

            Este litigio es una muestra más de la calaña de los personajes que jugaron esta partida: unos perdieron, otros ganaron, pero todos participaban de parecidos intereses. Harto se criticó a las direcciones últimas de aquellas entidades, posiblemente con razón, pero sus herederos, al parecer mucho más profesionales, no tienen rostros más inocentes. Son profesionales, eso sí, no son políticos como aquellos de los consejos de administración que tanto se censuraron. Pero hete aquí que los manejos no son exclusivos de quienes fueron juzgados entonces como corruptos por antonomasia. Las nuevas generaciones de gestores disfrutan también de sus tejemanejes.

            El caso es que lo que se ventiló en la masacre de las cajas no fueron tanto las impurezas del procedimiento, que seguramente las hubo, sino quién se quedaba con el negocio mondo y lirondo. La voracidad de la banca privada y liberal, sirviéndose como otros depredadores de la excusa de las crisis, eliminó del mercado una competencia más que estimable, que gozaba además de cierto tono público marxista (como se dice ahora de todo lo detestable). Aunque hubiera villarejos por medio y otras trapacerías burdas, el guión de la propiedad privada lo soporta todo.

            También esquilmar con desfachatez, tal y como se observa ahora en el lío entre los dueños de Unicaja y los patronos de Fundos, herederos directos respectivamente del “músculo financiero” y de la obra social de aquellas cajas locales de las que quedamos huérfanos. Sobre todo en ese medio rural tan vaciado incluso de oficinas bancarias, donde ni un cajero les han dejado como consuelo.

 Publicado en La Nueva Crónica, 9 febrero 2020

domingo, 2 de febrero de 2020

Ventanillas


            La segunda herida ferroviaria reciente en esta provincia, junto al lío de la alta velocidad que nos ocupó hace quince días, ha sido el cierre, o no, de la venta de billetes a través de ventanilla en ciertas estaciones. A propósito de ello, aportaré algunas observaciones, no suposiciones, que pueden ser contrastadas fácilmente.

            La estación de León despierta muy animada todas las mañanas al coincidir entre las siete y las ocho los primeros servicios que llevan hacia Madrid y a otros posibles destinos. Personas de todo tipo, condición y edad. Prácticamente nadie, salvo quienes formalizan bonos y algún excéntrico, hace uso de la venta directa, que además es más cara. Todo el mundo llega con el billete desde sus casas, bien en formato papel, bien en modo teléfono móvil. Los vendedores y vendedoras observan aburridos las aglomeraciones de viajeros, todos medios dormidos aún, los unos y los otros, y así día tras día hasta que alguien llegue a la conclusión de que ese servicio sobra. Ocurrirá no tardando. Y entonces se escribirán editoriales, manifiestos y listas de agravios contra esta provincia, que, a la inversa de Sabina, duran 19 noches y 500 días.

            No es el caso, ya sé, de otras localidades menores, Sahagún por ejemplo. Pero habría que preguntarse cuánto tiempo hace que cerró el bar de esa estación, o el de Astorga, o el de Miranda de Ebro para valorar la vida en esos enclaves. Nada mejor que la presencia o ausencia de un bar para medirla. Desaparecieron esos negocios fundamentales porque no había viajeros. Y no había viajeros por dos causas: por la merma de servicios ferroviarios competitivos y porque nos vendimos a los automóviles y a sus infraestructuras. No se sabe bien qué fue antes. También últimamente porque nos vendimos a la idolatrada alta velocidad.

            De esta realidad sólo saldremos volviendo al tren y forzando, con mucha paciencia y sacrificio del coche, el retorno de los servicios que nos merecemos. Lo de las ventanillas es una puerilidad y una polémica inútil.

Publicado en La Nueva Crónica, 2 febrero 2020