Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 26 de diciembre de 2021

Diciembre

            Escribe el poeta cubano Rubiel G. Labarta en su hermoso libro De regreso a la estación vacía: “he arrancado ya todas las hojas de diciembre. Las he arrancado para hacer diminutas bolitas de papel y luego lanzarlas contra la pared”. Eso, más o menos, es lo que corresponde en estas fechas, cuando todas las hojas del calendario mueren de pura vejez y nos animamos a pensar en un nuevo año más ligero en oleajes. Sin embargo, por segundo año consecutivo, casi nada apunta a que podamos lanzar contra la pared la locura vírica como haríamos con las bolitas del almanaque y a otra cosa, mariposa. No, superaremos la frontera entre años pensando más bien en qué letra del alfabeto griego será la que nos tiene reservada el destino, cualquiera de ellas menos omega.

 

            Aún con todo, no debiera ser diciembre un mes despreciable. Entre festivos laicos y religiosos, loterías y pagas extraordinarias (si las hay), balances, evaluaciones, dulces y otros regalos, nunca pasa desapercibido. Incluso lo finalista de su condición le otorga un horizonte más allá de sí mismo que lo redime de toda pena posible. Llegará enero y se abrirá delante una extensión inabarcable e impredecible que provoca mayor carga mental que el remate de la faena en la que estamos: “puedo ver el sol al final de diciembre”, cantaba Roberta Flack.

 

            Ésa es la actitud aconsejable para este trance. Lo contrario, aquello con lo que precisamente se llenan páginas de periódicos y resúmenes de informativos, es lo tóxico, lo que debiéramos evitar. Me refiero a esos listados de libros, discos, películas y otros hechos del 2021 con que nos castigan los proveedores de melancolías. Montones de libros recomendables que nunca leeremos; discos cuyos autores nos resultan desconocidos; películas que no veremos por falta de tiempo; y hechos memorables que no recordaremos más allá de unos días. La melancolía, en fin, es también una enfermedad de esta época en general y de estas fechas concretas que nos lleva a ignorar lo duro que fue el pasado.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 26 diciembre 2021

martes, 21 de diciembre de 2021

Azucarera Santa Elvira: lo que fuimos y lo que somos


            A lo largo del año 2021, mientras centenares de leoneses y leonesas se amontonaban alrededor de eso que llaman ahora palacio de exposiciones con el fin de vacunarse, no resultaba extraño preguntarse cuántas de ellas conocían que pisaban tierra obrera. Nada en los alrededores, salvo unas ruinas innobles sujetas por andamios, recuerda que en esos solares residió la Azucarera Santa Elvira. No hay placas modestas, indicadores u otros signos que guarden la memoria de lo que fue aquello, una industria que alimentó a buena parte de la provincia durante sesenta años. Ni siquiera la rotonda o glorieta o plaza que colocaron al lado lleva su nombre; se lo han otorgado a una cofradía porque el poder en la ciudad de León sigue siendo ostentado eternamente por los mismos grupos y familias. A nadie con posibles se le ocurrió honrar la historia de la factoría muerta concediéndole ese espacio para el recuerdo o plantando al menos en él, hoy yermo, una mata de remolacha azucarera. No, lo que debe estar presente por los siglos de los siglos es el Santo Cristo del Perdón, es decir, la cofradía que lleva ese nombre.

 

Foto: Ramiro (Diario de León)

            Por otro lado, la desnaturalización de esa barriada, al otro lado del río Bernesga, se ha ido expresando también en otros capítulos, como el de la integración ferroviaria, que merecería así mismo gran comentario. Pero conviene, aunque parezca anecdótico, fijarse en otro detalle relacionado con la propia factoría azucarera. Durante los años de su vida y anexo a ella, existió un coqueto chalé ajardinado y con piscina, destinado entonces a residencia de la dirección de la empresa y sus familias. Recuerdo bien que allí acudían a bañarse jóvenes en los que yo no me reconocía, no eran del barrio, eran gente de otro mundo. Con el tiempo, el chalé se deshabitó, el jardín fue abandonado y poco a poco todo fue empalideciendo. En 1992 la Azucarera cerró definitivamente y, años después, fruto de especulaciones y otras crisis, acabó siendo el denominado “banco malo” el dueño de aquel espacio residencial dejado a su suerte y condenado a la decadencia. El chalé, o su semi-ruina, fue finalmente ocupado y, a la postre, derruido para evitar ese tipo de dolores de cabeza a los propietarios, que habían conseguido antes que el ayuntamiento les aprobara la construcción en su lugar de un edificio de 18 plantas. Sin embargo, en la actualidad, como era de prever, no sólo no creció allí tal afrenta fálica, sino que lo que resta es un solar triste, donde se acumulan desperdicios, que utilizan los pensionistas que pasean por esas aceras inhóspitas para entrar a orinar cuando les aprieta la vejiga. El ocaso.

 

            Pues bien, si todo esto ha sido y es así hoy en día, cómo esperar que alguien recuerde que allá por 1933, cuando la Azucarera Santa Elvira se instaló en la ciudad de León, lo hizo gracias a la herencia que recibió en forma de maquinaria (y cuentan que también su nombre) de la que previamente había existido en la localidad de La Rasa, en la provincia de Soria, y que en aquel entonces fue liquidada. Las deslocalizaciones tienen estas cosas. Seguramente, en aquellos tiempos, a quien le tocó llorar la pérdida fue, entre otros, a Marcelino Camacho, célula madre de CCOO, que vivía con su familia en la casilla levantada a la orilla de la vía del tren que unía Valladolid con Ariza, por desgracia hoy también clausurada. Si ferrocarril y azucarera fueron a principios del siglo XX las fuentes de vida para aquel pueblo soriano, igual sucedió en el barrio leonés donde vinieron a unirse instalaciones azucareras y ferroviarias. Y algo del alma de Camacho debió de llegar con todo ello, pues al cabo de los años ese barrio fue conocido como barrio Lenin, toda una declaración de evidencias para una ciudad provinciana en la segunda mitad de ese siglo.

 


            En fin, el caso es que se caen al lado los emblemas de nuestra vida colectiva y se pasa página, nadie vela por lo que fueron y significaron, se opta siempre por la demolición en sentido amplio. Más aún si lo demolido no tiene que ver ni con reyes medievales ni con el poder económico ni con el poder religioso que han gobernado y gobiernan todavía la ciudad de León. A ellos se les dedican calles, plazas, monolitos y todo tipo de señales. Pero si lo perdido tiene que ver con el mundo del trabajo, es decir, con la generación de riqueza para todos, se opta directamente por el olvido. Se dirá que no fue así con la industria de los antibióticos, ubicada un poco más allá del escenario del que hablamos, porque aún se nombra como tal la fea avenida que la bordea, pero no nos engañemos: aquello era aristocracia, también laboral por supuesto, vinculada en su origen a la sacrosanta Facultad de Veterinaria y a otros inversores de postín, y eso, claro, es otro nivel. Además, está en el extrarradio y no ofende ni afrenta fervores inquebrantables.

 

Publicado en Nueva Tribuna, 19 diciembre 2021

domingo, 19 de diciembre de 2021

Desprendimiento

 

            Frente al emprendimiento, desprendimiento. Así, como un eslogan, debería denunciarse el exceso que recae en el primer término y engrandecer, sobre todo en estas fiestas del consumo, el significado del segundo. Todos somos emprendedores, aunque no todos entramos en la categoría de subvencionables. Pocos son, sin embargo, los desprendidos. De ahí al menos la necesidad del reequilibrio.

 

            Acostumbrados a las referencias oficiales que una semana tras otra proclaman la salvación a través del emprendimiento, echamos en falta políticas que aconsejen mínimamente iniciativas de la generosidad. Laboral, quiero decir. No es que lo primero sea tacañería, es que lo segundo apenas si se contempla. He aquí, como ejemplo, la referencia de los acuerdos de una misma sesión del Consejo de Gobierno de la Junta de Castilla y León. 1: La Junta autoriza un millón de euros al (…) para el desarrollo del Programa de Consolidación Empresarial, Emprendimiento, Comunicación e Innova para pymes de Castilla y León 2021/2022. 2: Subvención de 865.000 euros a las universidades (…) para potenciar el talento emprendedor y la investigación a través del Programa de Apoyo al Emprendimiento Innovador 2021-2024. Y 3: La Fundación (…) recibe 300.000 euros de la Junta para potenciar el emprendimiento a través del Plan de Dinamización Económica y Demográfica de la provincia de Soria. No hay una lluvia así para los simples trabajadores. No se lleva.

 

            Pero si algo bueno tuvo la maldita enfermedad fue destacar por encima de los emprendimientos el papel jugado por lo que se llamó “trabajos esenciales”, en especial los de carácter público. En ese terreno es donde los boletines se vuelven cicateros, las palabras se vacían y las intenciones de fondo nos identifican como seres de una clase determinada. Y por eso mismo, superado el momento más angustioso de la peste, hemos vuelto casi al punto de partida, es decir, al retroceso y al repliegue sobre uno mismo. Sería bueno, para el nuevo año, empezar por desprenderse del yo.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 19 diciembre 2021

domingo, 12 de diciembre de 2021

Espino

            Mientras Joan Manuel Serrat anunciaba su inminente abandono de los escenarios, yo volvía a subir hasta el cementerio del Espino por segunda vez después de cuarenta y cinco años. En cierto modo, el culpable de la primera visita fue el propio cantante, cuya versión musicada de la obra de Antonio Machado traía por la calle de la amargura a unos adolescentes que no cesaron de insistir en el internado hasta conseguir que los llevaran a tierras sorianas. Fue aquel un viaje iniciático en verdad, nada que ver con esos viajes mundanos que se hacen hoy en día a lugares exóticos para festejar todo tipo de graduaciones. Esta segunda visita, la de diciembre de 2021, nada ha tenido que ver con aquélla ni con el aparente final de la carrera de Serrat. Pura coincidencia que embellece el camino sin más. O que lo ensancha en su significado, pues al fin y al cabo, llegados a cierta edad, todos andamos ya de clausuras.

 

            Y sí, allí, a la vera del muro del cementerio, permanece el olmo, o su fósil, al que dudosamente podrán salirle ya algunas hojas verdes con las lluvias de abril y el sol de mayo. Y en su interior, como entonces, aparcada en un lateral abigarrado de panteones viejos, sigue, claro, la tumba de Leonor Izquierdo. Más desnuda hoy que años atrás, cuando pétalos, ramilletes y hojas de papel ajadas con poemas manuscritos la adornaban. Quizá el aire que soplaba esa mañana desde el Moncayo lo habría impedido y, como la hojarasca, todo ello se amontonase en un rincón del recinto o de la memoria. No se sabe. Pocos lugares hay como el alto Espino para encontrarse con la desnudez y con la belleza. Mayores serían aún si asomarse al Duero pudieran. Y si no los amenazaran proyectos urbanísticos en el entorno que depredan hasta lo más sagrado.

 

            Bajé después tranquilamente hasta San Juan de Duero y diome por recordar otros versos: “la España de charanga y pandereta / cerrado y sacristía…” Miré alrededor, escuché conversaciones, leí noticias y pareciera como que no hubiese pasado el tiempo.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 12 diciembre 2021

domingo, 5 de diciembre de 2021

Puente

            Mucho hay para hablar y seguramente de interés. Sin embargo, hoy, 5 de diciembre, como en días previos, si algún tema centra las conversaciones es con toda seguridad el puente. En particular si vamos a viajar a algún lugar en estos días, lo cual es algo casi obligatorio si no se quiere parecer un radical, como se conoce ahora a quienes no se dejan llevar por la corriente (de puente a puente).

 

            No obstante, la polisemia escondida detrás de esa palabra nos permite derivar por otros meandros del pensamiento para dignificar ligeramente la frivolidad de su significado en estas fechas: desde tender puentes hasta los puentes de plata para los enemigos, sin olvidar la sentencia atribuida a Isaac Newton “construimos demasiados muros y no suficientes puentes”. En fin, no debe extrañarnos entonces que un pontífice sea un hacedor de puentes y que para sí se lo atribuyera en grado sumo la máxima autoridad de la iglesia católica, el sumo pontífice. No hay imagen más elocuente en los modernos gabinetes de publicidad.

 

            A pesar de ello, no son esos los derroteros por los que transita la comunicación en la actualidad. Si a un líder, de la naturaleza que sea, se le ocurriera denominarse de ese modo o apuntar levemente una intención tal, sería considerado de inmediato no sólo como radical sino como cursi. Aunque pocas palabras y pocas construcciones son tan hermosas como ésa. Por el contrario, lo que hoy se lleva es volar puentes y destripar al contrario, sobre todo en las redes antisociales, generar bronca y pescar en río revuelto sin necesidad de puente alguno para atravesarlo. Es tendencia, como se dice ahora.

 

            Lo opuesto a ese torbellino es lo que nos proporciona consuelo, lo que siempre es un bálsamo, lo más radical. Se llama literatura y a ella acudimos para sanar los males: “Cabe la puente de Aranda, / yo quería ser el Duero / por llevar mi corazón / al corazón de los pueblos”. Pues eso, un buen destino al menos para este puente y un buen propósito sin duda frente a lo insolidario.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 5 diciembre 2021