Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 25 de noviembre de 2018

Agua

     Mediado era el presente mes cuando, en pleno barullo parlamentario, una iniciativa pasó casi desapercibida a pesar de su interés, sobre todo de cara al debate que pueda suscitarse en las elecciones municipales del próximo año. Aunque no sólo, porque el asunto del agua es perenne y va más allá de toda cita electoral.

     Ocurrió que el Parlamente aprobó una moción que insta al Gobierno a efectuar modificaciones legales para fortalecer la autonomía municipal en la gestión de un recuso esencial como el agua. Así mismo, esas modificaciones habrán de permitir que los municipios gestionen de forma conjunta todo el ciclo del agua. Y, en suma, rescatar el servicio, si fuera el caso, de la venta a que fue sometido en años anteriores y devolverlo plenamente al ámbito público. Cabe señalar que el único voto en contra fue el del grupo del PP.

     Y traemos esto aquí porque instamos, en efecto, a que estas posibles acciones se conviertan en motivo de discusión y compromiso en la próxima campaña, especialmente en la ciudad de León, donde la batalla por al agua pública figura en la memoria local como un momento crítico del devenir democrático en nuestro ayuntamiento. Fue en el año 2009, gobernando entonces Francisco Fernández, cuando la intención privatizadora, que finalmente se consumó, animó la contestación de la ciudadanía en defensa de lo que muchos entendemos como un derecho humano fundamental: el acceso al agua potable y al saneamiento. Y que deben ser las administraciones públicas quienes lo garanticen sin convertirlo en negocio para terceros. Hubo entonces manifestaciones notables, jaleo de los plenos, recursos judiciales y todo tipo de expresiones de rechazo, que no modificaron la necedad política de aquel equipo de gobierno. Naturalmente, por eso, pero no sólo por eso, fueron castigados en las urnas.

     Ahora es el propio Partido Socialista, junto a Unidos Podemos, quien reclama al Gobierno una Ley de Bases para la regulación de los servicios de agua y saneamiento. Bienvenida sea.

Publicado en La Nueva Crónica, 25 noviembre 2018

viernes, 23 de noviembre de 2018

NURIA ANTÓN: Cárcel

LA AUTORA
     Nuria Antón es generosa. Lo es en las causas a las que se entrega y lo es así mismo en su relación con la escritura. También con otras expresiones artísticas, pues ese derroche suyo le lleva de un modo inevitable a explorar todas las formas de comunicación a su alcance. Quizá por eso habla mucho, como si en ello le fuera la vida. Porque sus inquietudes son notables y le brotan a borbotones. También su poesía tiene a veces esa misma condición. No es compulsiva, pero escribe y publica con empeño. Cada edición es un festejo para ella, al que invita a todos los poetas sin frontera. Y a todos los seres anónimos vinculados por sus palabras. Una multitud agradecida.

EL LIBRO
     Un libro de auténtica madurez en el quehacer poético de Nuria. Un libro trabajado con mimo y con honradez humana. Un verdadero manual para andar por la vida. Una terapia lírica frente a un episodio de dolor. Para leer con sosiego.

EL TEXTO
Las orillas del Bernesga
se parecen al asfalto de las calles de Manhattan
cuando el río va descalzo.
La espera es como el tiempo de sequía;
se puede ver el cauce desgastado
y las horas mezclándose en el lodo.
Recuerdo el río jugando entre las piedras
y los peces escondiéndose en sus pozos.
Ahora,
el tiempo se entretiene
recorriendo los pasillos de fríos hospitales
mientras yo, en la orilla,
soy el pez que boquea
con los labios

atrapados en su anzuelo.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Colateral

     Porque los entornos bélicos no concluyen nunca y su léxico se acomoda con facilidad en nuestros lenguaje cotidiano, conviene tener muy en cuenta un término relativamente joven: colateral, es decir, el efecto secundario de siempre tamizado por la información militar. Hablamos, pues, de aquello que se deriva o es consecuencia de otra cosa principal que se pretende.

     La propaganda, por ejemplo, es dueña y señora de la colateralidad: no sólo difunde un producto determinado, sino que crea la necesidad del mismo en muchos consumidores que desconocían previamente ese artículo, y que por tanto no lo necesitaban, a la vez que genera determinados estados de ansiedad o, mucho peor aún, ciertas formas de percibir la realidad. Valgan como muestra, para el primer caso, todo lo relativo al juego y las apuestas y, para el segundo, la invasión de alarmas y artilugios para asegurar la seguridad. Lo primero ha disparado las adicciones. Lo segundo fortalece el miedo. Ambos, adicción y miedo, son, junto a otros, mecanismos propios de esta edad actual para garantizar ciudadanos pasivos, unos anulados directamente por la enfermedad, otros alienados por el temor o por la imitación.

     Pero no se trata de limitar las artes y los poderes de la publicidad, que en muchos sentidos han hecho evolucionar para bien buena parte de nuestras comunicaciones, sino, como siempre, de alertar a emisores y receptores a la hora de emitir o recibir mensajes. Esto es, razonar y ser razonables.

     Ocurre así también con los excesos sentimentales vinculados a la raíz territorial, como vemos y sufrimos hasta el hastío en nuestro entorno y en otros más alejados. El denominador es común. La demanda justa de lo local frente a lo global o lo externo no acaba con estos sino que tiende a pudrir aquello. Por lo tanto, colateralmente, bien haríamos todos en medir nuestras reivindicaciones, no para amortiguarlas o desterrarlas como los más recalcitrantes quisieran, sino para ajustarlas al más que complicado discurso de la razón.

Publicado en La Nueva Crónica, 18 noviembre 2018

domingo, 11 de noviembre de 2018

Romanticismo

     Seguramente no hay mes más propicio para el romanticismo que noviembre. Puede que sea a causa de su colección de hojas muertas; tal vez porque viene precedido de santos y difuntos y porque en tiempos más literarios que el presente se adornaba así mismo con la figura del Tenorio, que aparenta romanticismo, aunque en realidad es pura traición al espíritu originalmente romántico: no hay nada peor que un héroe que se arrepiente ante la perspectiva de los infierno, que es lo que le sucede al personaje de Zorrilla. No así al de Tirso de Molina, que en esos menesteres era mucho más coherente a pesar de situar su peripecia en el siglo XVII.

     En realidad, de aquellos barros provienen muchos de nuestros lodos. ¿O, tratándose del Don Juan, sería mejor decir de aquellos polvos? Lo cierto es que la consagración del individuo y de su libertad incontestable como tal, que es una de las máximas de ese romanticismo decimonónico, cimentaron una línea de pensamiento y una forma de ser que, tras otros episodios históricos intermedios, cobra esplendor en nuestros días. No tanto por lo romántico, género mustio, ni por el personaje referenciado, sustituido por la calabaza, como por el individualismo rampante sin más contemplaciones.

     Más cerca en el tiempo, hemos de reconocer que mucho daño hicieron los hippies y el mayo del 68, otros dos baluartes del mismo individualismo, que para la cultura de las izquierdas supusieron casi su definitiva desorientación. El año que ahora concluye, que ha servido precisamente para la exaltación nostálgica de aquellos dos movimientos, lo ha vuelto a poner de relieve si atendemos a su herencia política. Adorados por la izquierda en virtud de sus supuestos valores contestatarios, nadie mejor que las factorías del pensamiento de derecha supo aprovecharse de su mensaje para elevar a los altares la individualidad frente al colectivo y anular así, poco a poco, toda cohesión social y todo discurso apoyado sobre el común. Por eso gustan los románticos de las ruinas.

Publicado en La Nueva Crónica, 11 noviembre 2018

domingo, 4 de noviembre de 2018

Susto

     El susto, tan cercano a la muerte y tan lejano del trato, incorpora sin cesar nuevos nombres propios al catálogo de los horrores: Bolsonaro, Trump, Putin, Duterte, Orban, Salvini… por citar sólo aquéllos que han tocado poder  recientemente y obviar a todos los que quedan en cola babeando. Nombres todos ellos masculinos, por cierto, aunque Madame Le Pen les ande rondando con algo más que ansiedad. Es la estirpe de la barbarie que tiende a renacer, en gran medida por causa del miedo, tan próximo al susto y tan alejado de la razón.

     Hablamos del miedo a perder los privilegios (de raza, de sexo, de religión, de clase social, de país) en tiempos de incertidumbres y manipulaciones sin límite. También del miedo venido del fracaso de los sistemas políticos tradicionales, cuyo fermento se acerca a la podredumbre. La descomposición de uno y otro régimen a cada lado del viejo muro nos demuestra que ni uno ni otro sirvieron para desterrar la ignorancia ni para fortalecer los valores humanos sencillamente dignos. Al contrario, salidos de aquellos esquemas tradicionales, ciudadanos y ciudadanas de uno y otro flanco, con sus líderes a la cabeza, viraron el rumbo como lo haría un péndulo maleducado y dieron, dan lugar todavía, a expresiones absolutamente antitéticas a aquellas para las que fuimos escolarizados. Tanto estudiar para esto, diría mi padre.

     Por ese motivo, si bien se observa, el espanto no procede sólo de los nombres citados sino de las masas de votantes anónimos que los elevan a esa posición. Quiere ello decir que viven entre nosotros de una forma muy activa el racismo, el patriarcado, el dogmatismo, la explotación y la xenofobia: el culto a las cadenas, en suma. Y que su alimento principal es la desigualdad, sobre cuyas brechas crecientes se construyen los discursos ahora triunfantes. Volvemos, pues, a situar el infierno en los otros, pero no ya a título individual, como predicaba el existencialismo, sino para sembrar el pavor y humillar a las conquistas de la razón.

Publicado en La Nueva Crónica, 4 noviembre 2018