Cuando oigo parlotear acerca del emprendimiento
y de ese eufemismo simpático con que sus ministros nombran al extrañamiento
laboral, movilidad exterior, se me ocurre pensar que poco hay de moderno en su
mundo y en su tiempo. Cada vez menos, desde luego. A mí, de un modo inevitable,
se me vienen a la memoria el Periquillo Sarmiento y otros ancestros y
contemporáneos suyos que, a imagen y semejanza de los pícaros hispanos,
anduvieron por las Américas emprendiendo y ambulando para no llegar a ninguna
parte. También nuestros reyes –tanto da el Carlos que el Felipe- nos exhortaban
a levantar la economía patria a base de negocios y de empeños personales, y les
aseguro que todos pusimos interés en ello. Incluso, por si poco fuera, nos
abrieron los océanos y las Indias todas a fin de prosperar, cosa que,
sinceramente, dudo que hayamos conseguido.
Cuento estas cuitas porque nada hay nuevo bajo
el sol, y menos en un imperio donde nunca llegaba a ponerse don Lorenzo, lo
cual no es peccata minuta, como verán. Ya un buen conocedor de las picardías
españolas, don Ramón María del Valle Inclán, se preguntaba en uno de sus
esperpentos “¿qué sería de este corral nublado? ¿qué seríamos los españoles?”.
Y concluía: “Acaso más tristes y menos coléricos… Quizá un poco más tontos…
Aunque no lo creo”. Y por eso tal vez gustábamos ya entonces de emigrar a
aquellos luminosos jardines de la Nueva España, mucho antes que a los grises y
tiesos reinos europeos, que preferíamos dejar al honor y gloria de los soldados
de nuestros tercios.
De hecho, cuentan anales y crónicas que allá
por el siglo XVI cerca de un cuarto de millón fueron los emigrados, 2.600 por
año puesto que no cabían más en aquellos barcos, a pesar de que la norma exigía
que el emigrante español había de ser católico y de buenas costumbres. No lo
duden: todos supimos encontrar en algún cajón nuestra cédula de castellanos
viejos. Los hubo, sí, que se enseñorearon de aquellas tierras y en ellas
labraron porvenir. Mas, como es de dios, el sino de muchos de nosotros estaba
ya marcado en nuestro linaje y difícil fue escapar de sus designios. En esto
tampoco la raza ha cambiado mucho y conviene tenerlo en cuenta antes de
cualquier aventura: nunca se ataron los perros con longanizas ni Alemania es
Jauja, por más que se empeñen en ello los ministros del ramo cuando se andan
por las ramas.
Publicado en Notas Sindicales Digital, marzo 2014