Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

viernes, 31 de enero de 2014

Emprendimientos movedizos


     Cuando oigo parlotear acerca del emprendimiento y de ese eufemismo simpático con que sus ministros nombran al extrañamiento laboral, movilidad exterior, se me ocurre pensar que poco hay de moderno en su mundo y en su tiempo. Cada vez menos, desde luego. A mí, de un modo inevitable, se me vienen a la memoria el Periquillo Sarmiento y otros ancestros y contemporáneos suyos que, a imagen y semejanza de los pícaros hispanos, anduvieron por las Américas emprendiendo y ambulando para no llegar a ninguna parte. También nuestros reyes –tanto da el Carlos que el Felipe- nos exhortaban a levantar la economía patria a base de negocios y de empeños personales, y les aseguro que todos pusimos interés en ello. Incluso, por si poco fuera, nos abrieron los océanos y las Indias todas a fin de prosperar, cosa que, sinceramente, dudo que hayamos conseguido.

     Cuento estas cuitas porque nada hay nuevo bajo el sol, y menos en un imperio donde nunca llegaba a ponerse don Lorenzo, lo cual no es peccata minuta, como verán. Ya un buen conocedor de las picardías españolas, don Ramón María del Valle Inclán, se preguntaba en uno de sus esperpentos “¿qué sería de este corral nublado? ¿qué seríamos los españoles?”. Y concluía: “Acaso más tristes y menos coléricos… Quizá un poco más tontos… Aunque no lo creo”. Y por eso tal vez gustábamos ya entonces de emigrar a aquellos luminosos jardines de la Nueva España, mucho antes que a los grises y tiesos reinos europeos, que preferíamos dejar al honor y gloria de los soldados de nuestros tercios.

     De hecho, cuentan anales y crónicas que allá por el siglo XVI cerca de un cuarto de millón fueron los emigrados, 2.600 por año puesto que no cabían más en aquellos barcos, a pesar de que la norma exigía que el emigrante español había de ser católico y de buenas costumbres. No lo duden: todos supimos encontrar en algún cajón nuestra cédula de castellanos viejos. Los hubo, sí, que se enseñorearon de aquellas tierras y en ellas labraron porvenir. Mas, como es de dios, el sino de muchos de nosotros estaba ya marcado en nuestro linaje y difícil fue escapar de sus designios. En esto tampoco la raza ha cambiado mucho y conviene tenerlo en cuenta antes de cualquier aventura: nunca se ataron los perros con longanizas ni Alemania es Jauja, por más que se empeñen en ello los ministros del ramo cuando se andan por las ramas.

Publicado en Notas Sindicales Digital, marzo 2014

martes, 28 de enero de 2014

Los 120.000 euros


     La frontera de 120.000 euros para calificar el delito fiscal es un insulto. No importa que la ilegalidad sea obra de una infanta, de un broker o de un beato con todas las bendiciones. Es necesario democratizar el delito y que todos podamos aspirar a ser delincuentes fiscales algún día, no simples chorizos, ladronzuelos o rateros de tan poca monta como de duro castigo, que es lo habitual. A uno se le olvida declarar cualquier menudencia y tiene detrás ipso facto a la Interpol, a la Cía y a todo el Colegio Cardenalicio. Por el contrario, defraudas 119.999 euros, gracias a la ingeniería financiera y a otras gaitas, y resulta que eres un ser de bien. Incluso se te puede amnistiar, llegado el caso.

     Claro que, para alcanzar ese objetivo de la delincuencia universal, como universales eran hasta la fecha otros beneficios sociales en materia de salud o de educación, la cosa se está poniendo cruda y mucho habrá que rebajar el límite infractor. Porque, a ver, si resulta que la clase media anda disolviéndose a causa del progresivo hundimiento de los salarios más humildes, mientras que los de los directivos suben otro 7% en el último año, hete aquí que la brecha salarial es también un serio inconveniente no sólo para hacernos más iguales en general, unas aspiración ya del siglo pasado, sino hasta para situarnos en la igualdad delictiva potencial, que es a lo que debiera aspirar un país como el nuestro en estos tiempos modernos. Es lo que tiene la crisis, que está causando daños imprevistos.

     Digo yo que los gobiernos deberían preocuparse por estos desarreglos legales, lo mismo que se inquietaron por las abominables consecuencias de la sentencia Parot; y que los noticieros habrían de hablar algo más del asunto, tal y como hacen con reiterado morbo sobre la niña gallega o lo hicieron antes sobre los niños cordobeses. Es justicia que esperamos alcanzar un día del ilustre Ministro de ello o lo que sea, si se lo permiten sus ineludibles tareas para sojuzgar todavía más a las mujeres.

Publicado en La Nueva Crónica, 28 enero 2014

domingo, 19 de enero de 2014

Moustaki / Printed at Bismarck' Death


     Entre las virtudes que el universo de las versiones nos ofrece, una no menor es la de acomodar una canción que casi se consideraba inalterable –un clásico- a una nueva horma por lo general inesperada. No siempre es una experiencia fácil, el oído está tan hecho a las compases originales que obliga a realizar un esfuerzo suplementario para no caer en prejuicios o en remilgos. Sobre todo cuando el nuevo molde se sitúa en una posición estilística aparentemente enfrentada a la primitiva. Los puristas se harán cruces entonces. Los que estimamos la música, en cambio, nos solazaremos en el desafío.

     Allá por 1969 Georges Moustaki grabó por vez primera Le métèque (El extranjero, en argot), posiblemente una de sus principales señas de identidad como autor y como cantante. Tanto es así que en buena medida su texto venía a ser una autobiografía aproximada (“Con mi jeta de extranjero, / de judío errante, de pastor griego / y mis cabellos a los cuatro vientos…”) que acababa convertida en una exaltación ilimitada del amor (“Y haremos de cada día / toda una eternidad de amor / que viviremos hasta morir”). De lo nómada a lo sentimental, la canción se abrigaba con sonidos mediterráneos y con escasos arreglos, tal y como correspondía a una época de pureza y sencillez en el gusto de la chanson francesa.

     La canción se hizo muy popular y no ocurrió nada relevante durante años, salvo su adaptación al griego y al catalán en las voces de Melina Mercouri y Marina Rossell, al fin y al cabo dos lenguas y dos sensibilidades del mismo mar. Pero en 1992, un trío asentado inicialmente en Stuttgart incluyó en su tercer disco, nombrado nada más y nada menos que «Via Lacrimosa», una versión de aquella pieza que rompió radicalmente el paisaje. Gracias al prisma musical de Printed at Bismack’ Death los aires marineros se volvieron turbios y la atmósfera luminosa acabó por oscurecerse hasta proporcionarnos una interpretación dura y desgarrada de lo que antes había sido lírico y sensorial. Más o menos como ocurría con la visión de lo extranjero en la vieja Europa, que mutaba desde el exotismo hasta la xenofobia y que ha llevado al continente, de ser refugio de culturas, a una locura de fronteras nacionalistas. Tal vez no existiera esa intención en lo estrictamente musical, al fin y al cabo sólo se trataba de pasar por el tamiz de los cánones góticos una melodía que permitía todavía ser evolucionada. Pero lo cierto es que el entorno acompaña la audición y es difícil evitar la percepción de una realidad cada vez más distante de la que se tenía en aquellos felices años sesenta. En fin, la nueva obra se significó incluso con un nuevo título, Le juif errant (El judío errante), esclarecedor en verdad.

     Merece la pena escuchar ambas propuestas para sacar conclusiones. Según nuestro modo de sentir, aun tratándose de una misma canción, los resultados nos brindan, mutatis mutandis, dos soluciones tan diferentes como soberbias por igual.
PRINTED AT BISMARCK’ DEATH: http://musica-descargar.net/online/mp3/1/Bismarck.html [Elegir tema]

Publicado en genetikarockradio.com, 19 enero 2014

martes, 14 de enero de 2014

Contra el sentido común


     Nada es más conservador e inmovilista que el sentido común. Solía acudirse a él para hacer valer, dentro de una argumentación, los conocimientos y las creencias compartidos por una comunidad y considerados como prudentes, lógicos o válidos. Parecía un recurso razonable. Sin embargo, en estos tiempos nuestros de pereza lingüística y mental, ha acabado convertido en un tópico que esconde la voluntad de no debatir, de no contrastar ideas, de no entrar en polémicas y vamos a llevarnos bien. Aunque ese llevarnos bien acabe siendo una imposición o una huida. Tan banal procedimiento retórico lleva, entre otras cosas, a que todos nos agarremos al común sentido, no importa que las orientaciones sean contrapuestas, para zanjar un asunto y no se hable más. A él invocan por igual últimamente los que legalizan el consumo de marihuana y los que se muestran contrarios; de él se sirven así mismo los forofos de los toros y los antitaurinos; con él conviven sin problemas los que defienden lo inmarcesible de la Plaza del Grano y los que la quieren restaurada. Y lo que suele suceder en estos casos donde triunfan los lugares comunes es que, por lo general, el poder, sea el que sea, acaba consolidando su posición de privilegio por puro sentido común.

     Lo mismo ocurre con otras muletillas aparentemente inocuas que jibarizan nuestra comunicación: todas las ideas son válidas, respeto tus opiniones pero no las comparto, no entremos en política… y así sucesivamente. Es el reino de lo simple, al que colabora también de un modo decisivo el despliegue de titulares con el que conformamos la mayor parte de nuestros pareceres. Claro que, con semejante armazón, no es extraño que se trate más bien de veredictos. Sobre todo si nos expresamos en perdigonada, otro vicio bastante corriente, y decimos los sindicatos, los periodistas, los políticos, los empleados públicos… en un afán de reducir la existencia a un elemental común denominador, pariente cercano por otra parte del tan perjudicado sentido común.

Publicado en La Nueva Crónica, 14 enero 2014

sábado, 11 de enero de 2014

Ideas y convenciones


     Comencemos por algo más que una anécdota. Es común, cada vez más y lo será más todavía de seguir por estos derroteros, que en esos consejos, comisiones, entes creados para aparentar vías de participación a la ciudadanía, cuando se entabla alguna disputa dialéctica, quien ostenta la presidencia zanja de inmediato la polémica acudiendo a la siguiente muletilla: “aquí no estamos para hacer filosofía… no entremos en política”. Aparte de denotar ignorancia y una muy escasa voluntad democrática, esta forma de proceder está emparentada con algo que es muy propio ya de la sociedad poscontemporánea: en palabras del que fuera Ministro de Educación, Ángel Gabilondo, la filosofía “no resulta cómoda para los amigos de lo convencional”.

     Convencionalismo, ése es otro de los grandes modelos no-ideológicos de esta época. Curiosamente, a ello se consagran buena parte de las tareas de las factorías del pensamiento de la derecha (universidades americanas principalmente, de donde proceden 7 de cada 10 conceptos de las ciencias sociales y tecno-ciencias, pero también fundaciones muy señaladas), con el evidente objetivo de sustituir ideas por convenciones, pensamientos por tópicos y discursos por titulares. Internet y los medios de comunicación son sus principales herramientas, aunque, no satisfechos con ello, han caído sobre la educación con ademanes depredadores. Y así, confesionalidades aparte, no de otro modo pueden interpretarse en España algunas de las medidas recogidas en la más reciente reforma educativa, la del ilustre Wert. Es el caso del viaje a mejor vida de la Educación para la ciudadanía y, sobre todo, del ostracismo al que ha sido condenada la Filosofía y todo lo que tenga que ver con la historia de las ideas o que sea “determinante para impulsar el camino hacia un pensamiento crítico, racional y razonable”, también según Gabilondo.

     Todos nos rasgamos las vestiduras porque en Pakistán se cercene el derecho a la educación hasta el extremo de atentar contra las alumnas que desafían a su destino. Parece evidente la crueldad, pero también el dominio que de ese modo se ejerce sobre una parte importante de la población. No hace falta llegar a tanto para alienar a las nuevas generaciones; basta con manipular el currículum de algunas asignaturas, la Historia por ejemplo, o imponer la obligatoriedad de ese dúo trágico que conformarán desde ahora la opción obligatoria Religión / Valores éticos. Son maneras, menos salvajes por supuesto, de asegurar que “las estructuras del alma [sigan siendo del] Estado y del Dinero”, como sentenciaba el bueno de Agustín García Calvo. Y, en fin, qué mejor para tal fin que el secuestro de la Filosofía en las enseñanzas generales.

     Por otra parte, volviendo al principio, a nadie extrañe el emparejamiento convencional entre filosofía y política que tan propio es de los necios. Al fin y al cabo, se trata de un matrimonio que por distintos cauces ilustra el desprestigio de ambas disciplinas en el pensamiento colectivo y la imparable sustitución de las ideas que una y otra representan por simples convenciones. La simulación y la apariencia serán, pues, los ejes de la actividad pública, si no lo son ya, en la medida en que las nuevas hornadas de estudiantes no se verán obligados a ejercer el sentido crítico ni recibirán la pedagogía que habría de exigirse a los actores políticos. De modo que sí, por motivos varios, la edad poscontemporánea será también un tiempo de acentuado recorte intelectual.

Publicado en Tam Tam Press

viernes, 3 de enero de 2014

Leaves / Hendrix / Byrds / Purple / Smith / DeVille / Slash / Battiato / Gainsbourg


     Cuando se pasea por Madrid y se acerca uno al Casón del Buen Retiro, puede descubrir inscrito sobre su fachada norte un aforismo del filósofo Eugenio d’Ors: “Todo lo que no es tradición, es plagio”. Según ello, la creación es un continuo y, por lo tanto, unos autores toman elementos de otros que les precedieron, dándoles nuevas formas sin llegar a copiarlos, pues entonces incurrirían directamente en la simple reproducción engañosa. En suma, “cambiando lo que se deba cambiar”, que es lo que viene a significar el título latino con que hemos nombrado a esta sección: mutatis mutandis. Naturalmente, así sucede también en la música.

     Ése es, pues, el punto del que mana el universo de las versiones. Es decir, el ejercicio de verter desde una fuente original a otra, no necesariamente menos innovadora, una melodía, una canción, con el fin de recrearla. Una buena versión puede incluso mejorar su original, pero nunca lo fotocopia, no lo degrada, no abusa de un éxito previo porque sí, eso que es tan propio de la moda que santifica el triunfo fácil. Claro que, si consideramos que el mundo de las versiones musicales es también una especie de traducción sui generis de otros moldes previos (en otra lengua, en otra clave, en otra época), también aquí nos encontramos a veces con la acción de los bárbaros, aunque nos lo evitaremos del todo en nuestra serie, pues también de las rarezas vivimos. Porque, por lo general, la singladura de las versiones es muy variada: las hay que triunfan incluso más que sus prototipos, las hay que tristemente pasan de puntillas y deben ser rescatadas, y las hay por último que desembocan en un limbo sólo para iniciados. Mas, en fin, tampoco será necesario ponerse sublimes ni perseguir joyas luminosas en los baúles más escondidos de las discotecas para descubrir el valor de una versión bien hecha, a diferencia de aquello que las malas costumbres comerciales nos venden para navidad, para el día de papá y de mamá, para los enamorados o para la necedad del vulgo. Todo esto será lo que no encontraréis en nuestro escaparate.

     Quiso la coincidencia que el pasado mes de diciembre apareciera aquí mismo una entrada que nos acercaba la muy susurrante versión que Charlotte Gainsbourg ha hecho de la eterna Hey Joe para la película Nymphomaniac. Es con toda probabilidad el último eslabón de una larguísima cadena que se inicia con su composición por Billy Roberts en 1962, que glosamos tiempo atrás dentro de las músicas del jukebox. Luego, a través de esa canción y de sus reinterpretaciones, se ha construido un puente generoso que arranca con sus primeros actores, The Leaves, en 1965, y que estalla en todo su esplendor con la grabación de Jimi Hendrix un año después. Fue el paso de los modos rítmicos a los tiempos lentos. A continuación les siguieron un sinnúmero de variantes, entre las que aquí recogemos únicamente las que en verdad nos parecen recomendables por bien evolucionadas: el clásico sonido folk rock de The Byrds en 1966, el tan metálico como sinfónico de Deep Purple en 1968, el desgarro lírico de Patti Smith en 1974, los sonidos chicanos del añorado Willy DeVille en 1992, el acento soberbio de Slash en 1993 y, por fin, el tono místico de Franco Battiato en 2001. Toda una enciclopedia resumida en una canción excelente y en una nómina de autores indispensables, que pone fin temporalmente a su itinerario con la citada Charlotte.

Publicado en genetikarockradio.com, 2 enero 2014