Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 29 de marzo de 2020

Baba


            Pensar, expresarse y hasta actuar con mala baba no es flor de estos tiempos, pero en ellos se hace todavía más insoportable si cabe. No es tanto por el propósito nocivo que entraña como por la viscosidad toxica que esparce alrededor, tan pudridora al cabo que emponzoña incluso todos los gestos de civismo y solidaridad con que las gentes tratan de resistir y combatir su desazón.

            Así se pueden catalogar, desde luego, las más de cien mil denuncias a causa del incumplimiento de las disposiciones salidas del estado de alarma y, más importante aún, de las recomendaciones sanitarias. Así, del mismo modo, todas las teorías conspiratorias, mensajes malintencionados que fluyen en todo tipo de redes, intoxicaciones y otras formas de manipulación de nuestra ansiedad. Y así, por supuesto, la especulación, el acaparamiento y cualquier suerte de encumbrarse sobre la debilidad ajena, ya se trate de particulares, estados, fondos financieros o buitres de toda índole.

            Con ser grave todo ello, lo auténticamente inexcusable es la desfachatez con la que se mezcla la justa crítica con esa sustancia mucosa que a ciertos personajes públicos les brota del hocico. En primer lugar porque es una actuación consciente. En segundo porque en muchos casos evidencia la desnudez de argumentos. Y en tercero porque directamente no es de recibo cuando el esfuerzo de todos se dirige a la supervivencia y a la reconstrucción.

            Tomemos nota, pues, porque la mala baba, aun siendo natural en el ser humano, en algunos seres humanos al menos, tiene sí sus antídotos. Uno de ellos, fundamental y al alcance de cualquiera, es la memoria que nos va a ser muy necesaria para no olvidar esta crisis. Y ahora que todo parece conducir nuestra mirada hacia China, más que oportuno nos parece el pensamiento de uno de sus más altos escritores, curiosamente censurado en su propio país, Yan Lianke: “la persona sin memoria es, en esencia, como el madero sin vida; serán el serrucho y el hacha los que determinen su forma futura”.

Publicado en La Nueva Crónica, 29 marzo 2020

domingo, 22 de marzo de 2020

Pasajeros


            Cuentan las crónicas que acaban de cumplirse 40 años del estallido de la “Movida”. Es así, dicen, si se toma como partida de nacimiento el concierto de homenaje a Canito, batería de Tos, que tuvo lugar el 9 de febrero de 1980 en la Escuela de Caminos de la Universidad Politécnica de Madrid. De aquel movimiento poderoso llegan a veces ecos que nos rejuvenecen, pero también la memoria de algunas letras que en cierto modo se adelantaron al futuro, a este preciso futuro.

            “Tengo un pasajero / dentro de mi cuerpo”, repetía el estribillo de una canción gloriosa de Parálisis Permanente, a la que prolongaba otro texto visionario de Alaska y los Pegamoides: “Dicen que tendré que resistir, / pero yo quiero salir de aquí. / Dicen que quizás me salvaré, / me curaré por fin”. Y sentenciaban Los Cardiacos de un modo más que apocalíptico: “En el hospital, noche y día, / me rebelo, no lo entiendo / y grito. ¡No tengo nada, nada, / nada, nada, nada, nada! / Esto no puede ser verdad”.

            En fin, fue aquella una corriente tan creativa como jovial, lo cual no obsta, claro, para que tuvieran también ciertos arrebatos siniestros, que a la luz de la actualidad nos parecen casi lóbregos. Sucede igual con todo el cancionero y en todo momento: hay ahora mismo un aluvión de matracas (se les debería llamar así sin más porque no llegan a la altura artística, si se exceptúa la delicia de Jorge Dréxler: “Ya volverán los abrazos, los besos dados con calma, / si te encuentras un amigo / salúdalo con el alma”) que juegan con la enfermedad más terrible que hemos conocido, del mismo modo que se acude a músicas de todo tipo para exorcizarla desde balcones y ventanas.

            Tal vez sea, aseguran quienes saben de ello, porque el lenguaje musical es el primero que compartimos los seres humanos antes de extraviarnos en el laberinto babélico de las lenguas. Nos sucede entonces como a Eduardo Benavente: “Siento algo dentro de mi cuerpo (…) Siento algo que se mueve dentro (…) Tengo un pasajero dentro de mi cuerpo”.

Publicado en La Nueva Crónica, 22 marzo 2020

domingo, 15 de marzo de 2020

Viajeros


            Hemos sabido recientemente que el ferrocarril perdió el año pasado en España 17 millones de pasajeros, un 2’8% respecto al año anterior. También el transporte de mercancías se hundió un 3’13%. Son datos que debieran preocuparnos sobre todo en un entorno en el que pugnan con ímpetu lo individual y lo colectivo, lo privado y lo público, lo insostenible y lo soportable, así en el ámbito de los transportes como en todo género de situaciones. Cierto que una única anualidad no es referencia suficiente para extraer conclusiones y habrá que esperar a ver qué ocurre en 2020, año en el que sin duda algo muy negativo sucederá también en ese mismo campo como consecuencia de la enfermedad que ahora mismo todo lo envuelve. Habrá que ver y habrá que esperar tiempos normales, pero por el momento cabe pensar en cierta anomalía en el comportamiento de pasajeros y mercaderes y, probablemente, en los operadores.

            De momento, sabemos también que a Renfe le costaron más de cinco millones de euros las indemnizaciones a las que tuvo que hacer frente sólo por retrasos del AVE en ese año 2019. Sumemos a ello las de otro tipo de sucesos y en otro tipo de servicios, no siempre imprevisibles. Encontraremos ahí, con toda probabilidad, uno de los motivos para el desánimo de las personas usuarias que acaban llevándolas a la deserción. Las conexiones y desconexiones desde la estación de León son muy vistosas en ese sentido: a veces por los elementos, a veces por desidia, a veces por pura precariedad reiterativa y muchas otras veces por deficiencias perennes en la infraestructura.

            El escaparate de la alta velocidad ha opacado muchas insuficiencias o las ha acentuado. En cualquier caso, ha acrecentado nuevas desigualdades entre los pasajeros de unas y otras líneas y entre territorios según los servicios de los que se les dote. En eso encuentran su oportunidad la rapiña de algunos vuelos domésticos y la competencias de ciertas compañías de autobús. O, mucho peor aún, la melancolía del vehículo privado.

Publicado en La Nueva Crónica, 15 marzo 2020

domingo, 8 de marzo de 2020

Día


            Si se entra en la página de las Naciones Unidas y se busca dentro de ella la etiqueta “Días Internacionales”, nos aparecerá una retahíla de 170 jornadas dedicadas a alguna causa noble o a aspectos importantes de la vida humana y de la historia. Sea moda o sea estrategia para llamar la atención sobre problemas que afectan a gran parte de la humanidad, a colectivos concretos más o menos marginados, y para ensalzar fechas con rigor histórico cuyo denominador común lo forma cuanto ha de ser compartido por hombres y mujeres de bien, lo cierto es que un amplio calendario se despliega a través de los 365 días del año, significándolos con un lema.

            Son días, por otra parte, que se muestran muy útiles para combatir algunas enfermedades actuales, el narcisismo sobre todo, que es la expresión onanista del individualismo global. Se observa así en cada una de esas celebraciones, pero destaca en particular en una fecha como hoy destinada a las mujeres. En muchos casos es fácil encontrar razones para objetar, como sucede también pongamos por caso con los derechos humanos o con la pobreza, que cuentan así mismo con su hueco en la agenda; y lo es porque o bien nos hemos acostumbrado a ignorar cuanto hay más allá de nuestro ombligo, única referencia universal, o bien lo hemos convertido en refugio para nuestra dimisión de los deberes de ciudadanía.

            En el caso del Día de las Mujeres con más motivo puesto que asistimos a una evidente pugna de poderes. No se trata tanto en este caso de expresar solidaridad, tal y como puede ocurrir con otros hitos del calendario que aquí nos ocupa, como de manifestarse reivindicativos, es decir, comprometidos. Resulta relativamente sencillo identificarse con el Día Mundial de la Tuberculosis o que nos caiga simpático el Día Internacional del Jazz, pero no lo es tanto cuando lo que se celebra nos obliga a un examen primero y a un cambio de actitud después. Y, como consecuencia de ello, a compartir el afán por conquistar un cambio social. De eso va este día.

Publicado en La Nueva Crónica, 8 marzo 2020

domingo, 1 de marzo de 2020

Mascarillas


            A pesar de su advenimiento vírico, las mascarillas han llegado para quedarse. Pasarán los virus dichosos y vendrán otras enfermedades modernas para alimentar los miedos, pasará esta locura tan propia de los tiempos confusos que nos han tocado e incluso pasará a la gloria del periodismo Lorenzo Milá gracias a sus informaciones desde el norte de Italia, pero las mascarillas no pasarán. Al contrario, los hacedores de complementos se frotan las manos  ante el nuevo nicho de negocio (se dice así ahora) y ya el marketing se ha lanzado sobre esta materia con el mismo afán corrosivo de los virus reales o ficticios. Nadie sabe.

            Lo cierto es que el campo de los complementos, es decir, de lo superfluo, es uno de los sectores de la economía más dinámico e innovador, poco importa a lo que atendamos de todo ese universo. Los móviles, por ejemplo, y todas sus adyacencias: fundas, carcasas, soportes, cintas y brazaletes, auriculares bluetooth, kits de carga o para coche, películas protectoras de pantalla, adaptadores USB, dispositivos para manos libres, líquidos para pulir pantallas táctiles, altavoces, etcétera, etcétera. Así hasta un sinfín de elementos más o menos prescindibles que colaboran, he ahí el truco de los complementos, para que nuestras ataduras al teléfono sean firmes y sin solución.

            Pero hablábamos de mascarillas faciales, esos artilugios que pretenden contener bacterias provenientes de la nariz o de la boca. Ya vivían con nosotros y cada eran más comunes en las calles, sobre todo en ciudades sometidas a contaminaciones severas. La actual extensión del pánico, que siempre deja algún tipo de huella, las convertirá en perennes por pura acción preventiva a la que también llaman los ministerios de nuestra salud o nosotros mismos sin más o la internet, de todo hay. Y ésa será nuestra condena comercial, a ver si iba alguien a creer que no se fijarían en ello los pensadores del liberalismo y sus mercaderes. El catálogo de posibilidades es inmenso. Preparémonos para el fin.

Publicado en La Nueva Crónica, 1 marzo 2020