Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 26 de enero de 2020

Desapariciones


            Dijimos un año atrás en estas páginas, siguiendo el saber de la profesora Josefina Martínez, que durante una época de la vida nos pasaban cosas y apenas nos pasaba el tiempo, pero que en otra, la actual, pasa el tiempo y apenas nos pasan cosas. Y cuando empiezan a pasar, como en este nuevo invierno, en muchos casos son simples anuncios de que poco a poco tendemos a desaparecernos.

            El mutis de Moncho en la frontera entre años y el eclipse de Víctor Matamoro en plenos fríos de enero, ambos inesperados, abren un agujero negro tanto en nuestras memorias como en los espacios a los que un día dieron sentido. Más aún: esas abruptas evaporaciones provocan un vaciado en el relato, como se dice ahora, de cuanto fueron ellos y en ellos fuimos. Nadie firmará a la postre la crónica en primera persona del entrañable Cafetín ni de la librería de lance, y bien que habría materia para contar de uno y otro establecimiento. Nadie tampoco narrará en los jolgorios de no se sabe qué aniversario los pasos inaugurales de la universidad leonesa, idos ya y no escuchados lo bastante su primer rector y ahora su gerente primero.

            La ciudad toda y toda la institución debieran llorar ambos quebrantos, así por las personas como por lo que dejaron de contarnos. Mucho es y trascendente en los dos casos, pues ni ocuparon lugares menores ni fueron los suyos papeles secundarios. Y alguien, aparte de por la estima que nos merecieron, debiera hacer lo posible para que nos permanezcan de algún modo. Sería sencillo, por ejemplo, conceder sus nombres a la feria anual del libro antiguo y de ocasión o a un espacio académico por ligero que fuera. No recuperaremos sus historias pero guardaremos su recuerdo aun más allá de nosotros mismos.

            Así seguirán, por esos derroteros y hasta el acabamiento, los inviernos que restan. Ley de vida es, por más que el tránsito haya sido tan cruel en esta suerte. Como de ley es sin duda propagar la honra de quienes nos convivieron y beneficiaron con el don dichoso de la felicidad.

Publicado en La Nueva Crónica, 26 enero 2020

viernes, 24 de enero de 2020

JAVIER PADILLA: A finales de enero

EL AUTOR
     Malagueño, graduado en Derecho y Administración de Empresas, máster en Filosofía y Políticas Públicas y en trance de doctorarse en la Universidad de la ciudad de Nueva York. Un tipo entrañable. Con este libro, su primera obra publicada, ganó el Premio Comillas en 2019.

EL LIBRO
     Una crónica necesaria, equilibrada y muy objetiva sobre la época del último franquismo y de la primera transición contada desde la perspectiva de tres personas fundamentales: Enrique Ruano, Javier Sauquillo y Dolores González. Los dos primeros fueron asesinados por la policía y por la extrema derecha respectivamente. La última fue muerta en vida a causa de esas dos tragedias. Tres jóvenes que crecieron y se politizaron en la universidad española de los años sesenta y que maduraron, en lo sentimental y en lo político, como lo hizo la sociedad que los envolvía. El caso es que pudo pasarle a cualquiera. ¿O no?

EL TEXTO
     "En silencio, la única mujer víctima de Atocha camina hacia el cine Doré con multitud de recuerdos dolorosos y esperanzas defenestradas. Piensa que su lucha no ha merecido la pena".

domingo, 19 de enero de 2020

Velocidad


            El día de hoy iba a ser (o será) la víspera del apocalipsis ferroviario en León. Al parecer, según se ha publicado (y desmentido, pero no se sabe bien) mañana, 20 de enero, estaba prevista la desaparición del AVE en nuestras vidas (y en la de los palentinos y en la de los vallisoletanos, no se debe ignorar) (no se sabe si para siempre jamás o para una temporada) (en ello se anda). El caso es que un nuevo y grave agravio se cierne sobre nuestras cabezas (y demás partes del cuerpo, posiblemente) al rebajar en cincuenta kilómetros por hora nuestra velocidad de crucero, ésa que nos une con dos o tres destinos (ninguno, que se sepa, en el interior de esta entidad provincial) (adonde se llega de una forma más bien parsimoniosa (si se llega) (en tren, quiero decir). Lo cual que a mí (personalmente) (no sé a ustedes) me importan un comino (en catalán) cinco minutos arriba o abajo. Agradecería, en cambio, puntualidad (la que sea, la que tenga que ser) y una mayor conectividad (como se dice ahora en los mundos informáticos) (vertiginosos ellos). Estas dos cualidades no son tan vistosas como la rapidez (menos aún en estos mismos tiempos) (bien dice el filósofo (alemán) Hartmut Rosa que “todo va tan rápido que perdemos el contacto con la vida”). Sin embargo, la certeza del viaje sería mucho más firme, incluso el viaje a ninguna parte (que son varias partes de la misma entidad provincial antes citada). Pero no se estila. (A pesar de la infraestructura amputada y de otras deficiencias, a pesar de las conexiones casi decimonónicas, a pesar de la desidia) Lo que reclamamos son los trescientos kilómetros por hora. ¡Ah! Y otras prestaciones (dicen) (escriben). Bueno, y que nos devuelvan el importe (lástima de diez minutos más, comentaba una viajera (desde Alicante), me hubiera salido gratis). Reclamar. Esto también importa (hay apuestas al respecto entre los usuarios (clientes)), mientras el tren llegue a destino. Al menos, algo así se anota y se comenta en los medios de incomunicación.

Publicado en La Nueva Crónica, 19 enero 2020

domingo, 12 de enero de 2020

Bukaneros


            Hay espectáculos que nos llevan a dudar sobre si nuestros votos sirven para elegir representantes en el Congreso o para engrosar las filas de la afición más fanática del Rayo Vallecano: los bukaneros. Aparentaba lo primero, pero en gran medida resultó lo segundo, sobre todo a la luz de lo visto y escuchado desde los graderíos, ya no bancada, de las derechas todas en la sesión de investidura. Si la Federación Española de Fútbol ha propuesto el cierre de una parte del campo de Vallecas porque esa afición ultra llamó nazi a un jugador del Albacete, cabe preguntarse  qué no debiera hacer un supuesto tribunal de las buenas costumbres con los escaños ocupados por esa manada. ¿Habría que realizar los plenos a puerta cerrada o clausurar por un tiempo la grada de la que salían los insultos y otras injurias? ¿Qué habría que hacer en ese caso con la tribuna de oradores convertida en ciertos momentos en escupidera? Y aún más: si el debate se transmitió en abierto, en horario infantil y en plenas vacaciones, ¿debería intervenir la autoridad que vela por los programas inapropiados para ese público? En fin, como bien dijo el diputado Rufián, “ir a colegios de pago no te hace más educado”.

            Pero volviendo sobre el fútbol, que es la sal de la vida, una diferencia notable entre los bukaneros y algunos de nuestros parlamentarios y parlamentarias es el gusto por la falsedad. Mientras los primeros son cafres sin más y, contra lo que puede parecer, no necesitan servirse de la mentira para sus groserías, las soflamas de los segundos no son nada sin el embuste, la hipérbole y el pus. Del mismo modo, mientras los primeros no aspiran a nada más que a ser cafres, pues de ello no depende en verdad el resultado de un partido que ellos no juegan, los segundos pretenden, sea como sea, invertir el orden electoral, es decir, el resultado del partido y llevarse la victoria a casa mediante esas burdas maniobras. Por eso los unos cumplen sus objetivos y los otros acaban convertidos en zafios peligrosos.

Publicado en La Nueva Crónica, 12 enero 2020

domingo, 5 de enero de 2020

Palabra


            Tan sobrados andamos de vocabulario que la palabra más vistosa del pasado año es la no palabra. Así lo piensa al menos la Fundación del Español Urgente y así lo han pregonado con entusiasmo los medios todos de la comunicación. Argumenta para ello la llamada Fundéu que “los emoticonos y emojis (y sus evoluciones: bitmojis, memojis, animojis…) forman parte ya de nuestra comunicación diaria y conquistan día a día nuevos espacios más allá de las conversaciones privadas en chats y aplicaciones de mensajería en los que comenzó su uso”. Y sí, tal vez sea cierto, pero también lo es que esas figuritas invasivas, a pesar de componer una forma de comunicación global, o quizá por eso mismo, no dicen nada porque no apelan a la razón sino a la emoción, de ahí su propio nombre. No hay actividad mental en ellos, sólo epidermis; no hay mensaje, sólo chasis; no hay discurso, sólo puerilidad. Triunfan, en fin, porque triunfa en general lo epidérmico, lo chatarrero y lo infantil en la sociedad de estos tiempos, que si requiere algo es sobre todo el no pensamiento, aquello que no se verbaliza o que se reduce a simples ideogramas como en mundos primitivos.

            Repasemos de todos modos el listado de palabras que han merecido ese mismo galardón en años precedentes y saquemos conclusiones de ello: microplástico, aporofobia, populismo, refugiado, selfi y escrache completan la relación. Bien miradas, lo que se observa es que la Fundéu no destaca palabras por su valor en sí mismas sino una realidad que va dibujando el nuevo mundo y que, en este caso sí, describen los laureles de la época. Podemos, pues, entender así mucho mejor el resultado del año 2019 y ponerlo en consonancia con esa orquesta léxica tan poco alentadora. Aunque ello nos debería animar también a cultivar otros espacios semánticos presididos por mejores empeños, que vengan a contrapesar todos esos significados sombríos. No es iluso pensar que es posible. Para empezar, se me ocurre proponer la palabra diálogo, pero sin simbolitos.

Publicado en La Nueva Crónica, 5 enero 2020