Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 31 de julio de 2022

Eventos

            Suelo frecuentar los bares de mi barrio para escuchar a los parroquianos y enterarme de la actualidad. Aparte del monotema de todos los días que se resume en no dejar títere con cabeza, últimamente conversan sobre todo acerca de modelos de hidroaviones y de las turbinas del gaseoducto Nord Stream 1. Se trata, como comprenderán, de generaciones sobradamente preparadas, aunque no se les haya reconocido.

 

            Ahora bien, a lo que se entregan en estas fechas estivales con absoluta devoción, como influencers que son en realidad, es al asunto de los eventos, que es como ellos llaman a los acontecimientos y sucesos porque lo han aprendido en Google Calendar. Puesto que todos proceden en mayor o menor medida de algún pueblo de la provincia (es decir, que ni son de aquí ni son de allá), presumen de los eventos de cada uno de sus lugares de origen. Pero no se refieren ni a sus fiestas patronales ni a sus romerías clásicas ni a las labores que les fueron propias y que señalaban el calendario llamémosle tradicional, la siega, la trilla, la vendimia, la poda… No, de lo que hablan ahora estos parroquianos es de los eventos de nuevo cuño con los que modernos ayuntamientos compiten entre sí para lucirse en redes y medios digitales. Sobre todo, hablan de festivales de música indie, de recreaciones históricas teatralizadas y de ferias con los más variopintos motivos, la paella, el ajo, la alpargata… He sabido de este modo que no hay localidad, por pequeña que sea, que no presuma hoy de alguno de esos eventos, por lo general bastante pintorescos y cogidos con pinzas al ser natural del leve vecindario que por ahí va quedando. Parece más bien que se destinan a veraneantes y forasteros, con el gremio hostelero de por medio, todo ello con el sano objetivo de combatir, dicen, la despoblación.

 

            No hay nada como codearse en la barra con estos feligreses para estar al día y aprender sobre eso que se nombra en todas partes como eventos, esto es, vacíos rápidos y sucesivos que se olvidan con facilidad.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 31 julio 2022

domingo, 24 de julio de 2022

Calor

            La principal virtud del calor, casi la única cuando se pone tonto, es que nos anima a añorar el frío. Es lo que ha sucedido y sobre lo que mucho se ha hablado a partir de que se encendiera el verano. Desde el enclaustramiento en el interior de las casas en pos de la frescura, el calor nos ha servido también para repensar lecturas, películas y canciones tórridas que nunca creímos llegar a protagonizar, aunque ahora ese aire cargado de grados y los sudores que nos empapan parecen más que propicios para ello. Ilusiones.

 

            No, nunca seremos ni William Hurt ni Kathleen Turner por mucho fuego en el cuerpo que acumulemos, real y figurado, ni las riberas del Bernesga o del Torío se parecerán en absoluto a las costas húmedas de Florida. Ni por lo más mínimo simularemos ser un remedo de Bogart y Hepburn navegando a duras penas hacia el lago Victoria entre un mar de mosquitos y de sanguijuelas. No, nunca tendremos una gata sobre el tejado de zinc, ni viajaremos en un tranvía llamado deseo ni afrontaremos un duelo al sol. Por mucho que sudemos nunca sudaremos como suda Marlon Brando. Podremos, sí, leer El gran Gatsby o Muerte en Venecia o El extranjero y sentirnos un poco Faulkner o un poco Camus, aunque nunca alcanzaremos su altura. Ni sudando la gota gorda. En fin, no faltarán en nuestra lista de canciones las inevitables Mucho mejor de Los Rodríguez, Heat Wave de Ella Fitzgerald o la Escuela de calor de Radio Futura, cualquiera de ellas antes que las etiquetadas como canciones del verano, que sé yo, Burn de Deep Purple o California Sun de Los Ramones.

 

            De todos modos, entre el campo léxico del calor sólo una palabra sobresale gracias a su polisemia: cálido. Sobresale, digo, por lo afectuoso, no por su significado más primario. Se nos ofrece, pues, la posibilidad de frecuentar lo amigable y lo afectivo, cualidades indispensables para soportar el ardor extremo en que vivimos, no sólo en verano, esos fuegos intencionados que abrasan los espacios naturales de nuestra existencia.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 24 julio 2022

domingo, 17 de julio de 2022

Ola

            Hay una hermosa canción de Hilario Camacho que mi amigo Fidel Tomé y yo solemos entonar a dúo cuando las tardes se vuelven espléndidas: “Tienes ya veinte años, cuerpo de ola, / y tu padre no quiere que salgas sola”. Son ya décadas cantándole a ese cuerpo juvenil, que eso es evidentemente un cuerpo de ola, aunque antes de esa devoción por el oleaje carnal hubiera otra más real cuando de niños nos asomábamos a las playas del Norte, que es a lo máximo que podíamos aspirar entonces en materia de playas y de viajes. En ese mismo plano emocional, hubo más tarde olas luminosas de la mano de Sorolla, olas literarias firmadas por Virginia Woolf y una nómina notable de músicas con el sello de la nueva ola.

 

            Aunque todo tienda a desvanecerse, lo juvenil inevitablemente, los recuerdos de la infancia por fortuna, las olas permanecen. No obstante, mudan su presencia casi omnipresente en el lenguaje y hoy nada de todo aquello reina en titulares. No, las olas y oleadas lo son ahora de calor, de virus, de turistas, de audiencias, de robos… nada que haga referencia a aquel emocionario primitivo, que no solo sepulta la edad sino también los objetivos teledirigidos. Sucede así que el término ola se ha cargado de un valor tremendamente peyorativo que invita a huir de él con solo nombrarlo. Mucho contribuyó a ello el descubrimiento tardío de que existían olas asesinas con nombre asiático, tsunami, esa ola de grandes dimensiones que todo lo arrasa filmada con efectismo por Juan Antonio Bayona. Por desgracia, es casi la primera imagen que se nos viene a la cabeza cuando de olas hablamos.

 

            Aquella muchacha tenía, en cambio, sal en los ojos, sed en el vientre, caracolas de sombra y trigo caliente, la cortejaban los hombres por los senderos y le crecían amapolas en la voz. Fue entonces cuando su padre solo pudo desear que no durmiera sola. Fidel y yo la hemos amado mucho y por eso continuamos cantándole, a pesar de que los ritmos de la vida sean un poco más ajados. Se lo debemos a Hilario Camacho.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 17 julio 2022

domingo, 10 de julio de 2022

Cumbre

            De haber llamado verbena a lo que fue cumbre, esa reunión en Madrid de 27 señores y 4 señoras para hablar de la guerra, otro gallo nos hubiese cantado y otro hubiera sido el baile. Del mismo modo, si Vladimir enviase a sus muchachos a la verbena, como conviene a su edad, en lugar de conducirlos a los laberintos de la muerte, seguramente ni estaríamos como estamos ni ellos matarían y morirían de una forma inútil. Es una de las diferencias que existen entre resolver los conflictos humanos desde la rivalidad o desde la avenencia, desde las hormonas o desde las neuronas, desde la matanza o desde la danza. Cierto es también que en ocasiones han brillado las navajas en las verbenas -forma parte del guion-, pero fueron siempre mayores los amores que se tejieron en esos festejos que la sangre derramada. De ahí que, cuando uno elige participar en una cumbre y no en una verbena, conoce de antemano que el resultado en sangre y amor es bien diferente.

 

            Por eso hoy en día se llevan mucho más las cumbres que las verbenas. Aquellas son respetables y éstas, pura nostalgia de otro tiempo. A las cumbres se va a gobernar el mundo, sea lo que sea gobernar, mientras que a las verbenas se acudía para adornar la vida, que era y sigue siendo dura. Precisamente para ablandar esas durezas, se convocan las cumbres, dicen, aunque luego no ocurra tal cosa, y se arrinconan las verbenas como residuos del pasado. De hecho, en la actualidad lo importante de las verbenas que aún resisten ya no es ni el ambiente ni el gentío ni el cortejo, sino la grandiosidad del espectáculo, sus efectos especiales, su orquesta gallega a ser posible y el boato. Parecen verdaderas cumbres desubicadas. Y tampoco estas últimas, cuando se relajan, se acercan lo más mínimo al espíritu festivo y burlón de la feria, a no ser por Boris Johnson. Todo lo contrario, se van de cena al Museo del Prado. Y además no hay baile, sino que actúa una orquesta ucraniana por si alguien se pudiera olvidar de dónde está y a qué ha venido.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 10 julio 2022

domingo, 3 de julio de 2022

Enterramientos

            Hay vicio con el enterramiento de ferrocarriles. No así con otros obstáculos de los trazados urbanos, sobre todo si benefician a automóviles o a eso que llaman ahora dispositivos para la movilidad urbana sostenible. Presuponiéndose siempre en ello las mejores intenciones, lo cierto es que debemos concluir que han triunfado las tesis e intereses de las grandes constructoras de infraestructuras, que son en definitiva quienes diseñan, junto a los especuladores del suelo, los espacios en que vivimos. Esos intereses ni son precisamente sostenibles ni contribuyen al bien común.

 

            Puedo compartir esas soluciones cuando el paso de los trenes constituye un peligro evidente. Del mismo modo que entiendo que una autovía reduce notablemente los riesgos para la circulación. Pero no estoy de acuerdo en que una línea ferroviaria sea un estorbo mayor que una avenida de cuatro carriles, dos en cada sentido y sin mediana, como la que me recibe cuando salgo del portal de mi casa. Ni siquiera los pasos de cebra, cuando los hay, evitan atropellos. No se levanta en esos casos ningún clamor contra tales inconvenientes para la habitabilidad en nuestras ciudades. Parece que el tráfico sólo puede ser limitado por razones de contaminación, algo a lo que, por cierto, el tren no contribuye, como si no existieran otros motivos más corrientes para limitarlo y restringir los espacios que ocupa de un modo más bien bárbaro. No, lo que molesta es el tren, posiblemente el transporte más amable de cuantos hoy existen y que merecería otro tipo de consideración. Nuestro vicio en cambio es su enterramiento sin más contemplaciones.

 

            Digo nuestro y debiera decir el de quienes sacan rédito de esas obras grandiosas. La vida serena en las ciudades, sobre todo si son de medio tamaño, reclama otras prioridades mucho menos faraónicas, desde luego menos tributarias de la circulación rodada. Ver pasar los trenes, imaginar sus destinos y evocar los paisajes que recorren cotizan al alza en los bancos de la serenidad.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 3 julio 2022