Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 26 de julio de 2020

Cooperación


            La lectura de una reciente entrevista a Paul Collier, profesor de Economía en Oxford, me ha llevado a recuperar las teorías de Piotr Kropotkin, un más que interesante pensador político ruso no del todo bien considerado. El primero, al referirse a los tiempos actuales del desconcierto, afirmaba que “el capitalismo no funciona sin cooperación y mutualización”. El segundo, muy a principios del pasado siglo, había matizado las ideas de Darwin acerca de la evolución humana para concluir que no sólo sobreviven los más fuertes sino también los que más colaboran, en particular las sociedades cuyos miembros saben cooperar y lo llevan a cabo. Curiosamente, esa lectura y esa revisión coincidían en el largo fin de semana en el que Europa volvía a discutir sus esencias en medio de la frugalidad y la demasía.


            Aunque sus respectivos países no forman parte de la Unión, tanto el economista británico como el príncipe ruso estuvieron sentados en la mesa de Bruselas durante las “90 horas de angustia”. Como lo están también habitualmente en las mesas de la reconstrucción aquí o allá, en la mesa por León y hasta en las mesas de la nochebuena. Evidentemente, a su lado siempre hay otros comensales invitados que suelen así mismo tomar la palabra, por ejemplo el propio Darwin y sus discípulos en la línea neoliberal o incluso otros más recalcitrantes de cuyo nombre no voy a acordarme. Quiero decir que el mundo se construye en gran medida a través de esa pugna, no importa la dimensión de que se trate ni la motivación que anime el debate: cooperación frente a individualismo o a la inversa. Incluso la enfermedad que nos atormenta y su evolución tienen mucho que ver con esa disputa y con los comportamientos que genera una y otra posición.


            Alguien dirá que no es tan simple y tendrá razón, pero no podrá negar la mía. En todo caso, es algo sobre lo que conviene pensar para ampliar el foco de las realidades, como un procedimiento más que conveniente ante otro elemento perturbador: la superficialidad.


Publicado en La Nueva Crónica, 26 julio 2020

domingo, 19 de julio de 2020

Posguerra


            El pasado 2019 se recordó el final de la guerra española al cumplirse 80 años de aquel hecho histórico, aunque, mirada la fecha de otro modo, bien podría afirmarse que se cumplieron así mismo 80 años del inicio de la posguerra. Porque en verdad, cerrado un conflicto de ese tipo, lo que sigue a continuación no es precisamente un tiempo de rosas y de alegrías. Al contrario, las posguerras son en casi todos los casos, más en el nuestro, un nuevo periodo de amarguras. De hecho, esta posguerra no concluirá hasta que se hayan reparado los abusos cometidos y se haya devuelto la dignidad a las familias de las víctimas.


            Viene esto a cuento de cuanto ocurre con la enfermedad oscura que padecemos y su explicación mediante términos bélicos. Lo quiso así, sobre todo, el Presidente del Gobiernos en sus reiteradas intervenciones sabatinas, en las que no cesó de hablarnos de guerra y de moral de victoria. Pues bien, a pesar de la fealdad e inoportunidad de ese símil, nos sirve ahora para comentar en términos parecidos el fenómeno de los rebrotes como una nueva especie de posguerra. Es fácil autoengañarse cuando se desea recuperar unos mínimos estándares de vida a los que estábamos acostumbrados. Ocurre sin duda con las guerras y ocurre igualmente con la enfermedad, para la que admitimos no obstante un periodo de convalecencia siempre y cuando hayamos caído enfermos, que no es el caso general.


            Quizá en esa circunstancia radique precisamente la trivialización del posible daño y la frivolidad de algunos comportamientos. Preferimos dar un asunto por cerrado antes que reconocer que sus efectos perviven en mayor o menor medida. Al fin y al cabo, para creerse a salvo, muchos consideraron liquidada la guerra con sus decenas de miles de muertos y eligieron ignorar los otros miles posteriores. Así también hoy hemos hecho borrón y cuenta nueva con cuantas personas cayeron entre los meses de marzo y mayo sin querer admitir que la lista sigue abierta. Es lo que sucede en todas las posguerras.


Publicado en La Nueva Crónica, 19 julio 2020

domingo, 12 de julio de 2020

Oferta


            Leo un titular en un diario local: “Renfe oferta 220.000 plazas de AVE y Larga Distancia con descuentos de hasta el 50% para viajar en verano”. Leo otro titular en una página web: “CCOO denuncia que Transportes y Renfe no activan los trenes sujetos a obligación de servicio público anteriores al COVID-19”. Leo un último titular, en este caso del considerado primer periódico de Castilla y León: “La Plataforma en defensa del ferrocarril espera que vuelvan todas las conexiones por tren”.


            Podría parecer que este desencuentro informativo entre ofertas y realidades es cosa reciente, que lo es sin duda, pero en su origen no están ni la enfermedad ni las contingencias del momento. Todo había empezado un día lejano en que la empresa ferroviaria o sus hacedores de imagen decidieron que aquella vetusta división en clases de los billetes y de los vagones de viajeros no era moderna. Durante décadas hubo en nuestros trenes 1ª clase, 2ª clase e incluso 3ª clase, demasiadas clases y demasiada desigualdad aparente para un mercado y un país donde empezaba a extenderse, en verdad o en ficción, la clase media. Para solucionar aquella evidente ofensa jerárquica se acudió al modelo de la aviación, tan pernicioso en general, se eliminaron los ordinales y se sustituyeron por una escala con resonancia mucho más positiva: clase turista y clase preferente. Ese fue el principio del fin en lo que se refiere a la naturaleza pública del ferrocarril.


            Desde esa perspectiva y desde aquel día el tren sirve fundamentalmente a quienes tienen posibles, preferentes, y a quienes viajan por eso del ocio, turistas. El resto anda sobrando. Y eso es precisamente lo que ponen de relieve los titulares del principio y su manifiesta disonancia Con toda seguridad eso explica también la política ferroviaria de nuestros gobiernos a lo largo de las últimas cuatro décadas, que ahora nos ofrece en forma de oferta veraniega una nueva vuelta de tuerca sobre el mismo eje. No es algo circunstancial, es premeditado y doloso.


Publicado en La Nueva Crónica, 12 julio 2020

domingo, 5 de julio de 2020

Santoral


            Fuese junio y fuesen con él todos los sanjuanes y sampedros que en nuestra geografía son. No pocas localidades acomodaron sus fiestas en esas fechas, fiestas que eran en realidad del fin de la primavera, sin intervención de santos, fiestas que fueron ferias antes que fiestas, aunque mucho había que festejar precisamente por todo eso. Apenas queda memoria de ello, del mismo modo que nadie se pregunta acerca del porqué de esos patrones santos colocados como comodines en el calendario cristiano. No extrañará entonces que, a pesar de que no hubiera fiestas en este infeliz 2020 por decisión administrativa, sí que hubiera en cambio misas solemnes por San Juan y por San Pedro, con asistencia incluida de las autoridades locales vestidas de bonito, y que esos actos religiosos sí hayan podido sortear todas las prohibiciones de festejos.


            Es lo que tiene el santoral: permanece contra viento y marea. No somos capaces de adaptar el programa profano de nuestras fiestas a las condiciones sanitarias, pero no hay ningún inconveniente para sostener el sacro. Se vio así en León, se vio en Burgos, y supongo que se vería igualmente en Zamora, en Segovia, en Soria…, en cuantos lugares pudieron innovar y no lo hicieron, pudieron esforzarse y desistieron, pudieron en fin aprovechar la ocasión para desacralizarse. Llegarán ahora todas las vírgenes del verano y sucederá lo mismo: no habrá bailes ni dulzainas, no habrá conciertos ni teatros, no habrá corros de lucha ni juegos. Sólo honras religiosas.


            Y así vuelve a apreciarse, como año tras año, en el calendario escolar previsto para el nuevo curso. Poco importa que ese curso herede el estropicio del recién concluido y que, para restañarlo, bien pudieran ingeniarse otras formas de organización, incluidas las temporales. No será tal, naturalmente, porque el santoral vuelve a imponer su marca indeleble sobre todo lo que se le acerca y serán los mismos los trimestres, los mismos los interludios vacacionales y los mismos los santos días festivos.


Publicado en La Nueva Crónica, 5 julio 2020