Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

miércoles, 28 de marzo de 2018

Los adioses

“This is the end…”, cantaba Jim Morrison allá por 1967, y bien podría ser ése el lema para este artículo que cierra la última serie por ahora de Moderato Cantábile, 33 artículos que empezaron a publicarse en septiembre de 2012 y hoy concluyen su recorrido. Aunque no es exactamente el fin; al cabo, hubo también otras series anteriores y podría haberlas en el futuro. La actual nació para las revistas digitales Conecta León y Saba, iniciativas que fueron de gentes vinculadas a la Radio Universitaria de León, perdidas por el camino, que, no obstante, ha apurado sus entregas hasta el día de hoy, cuando se dispone a decir adiós. Antes habíamos tenido expresión sonora en la radio municipal de San Andrés del Rabanedo (1998) y en la citada Radio Universitaria (2003-2011).
De manera que, fieles a nuestro guión, nada mejor que examinar lo que el cancionero canta en materia de despedidas, que es mucho, y más concretamente en el terreno de los adioses, que también es bastante. Lo cual que, dicho así, sin más adornos, obligado nos parece entonar a palo seco el primer eslabón de esta cadena confiando en El adiós de Los Cardiacos  [https://www.youtube.com/watch?v=z7Kr-s2CRA0] o en el no menos escueto Solamente adiós [https://www.youtube.com/watch?v=0Z-6-RaAITw] de Ariel Rot. Una y otra propuesta no se explayan en pormenores, lo que quizá resulte más que adecuado para todo tipo de despedidas. Porque para la mejor descripción de estas situaciones conviene recuperar, y cerramos en falso el primer capítulo, a Las Hijas del Sol con aquel cantable más que atinado que se llamó precisamente La despedida, cuyo vídeo se anota como perdido en medio de esos algoritmos de dios, aunque su audición sería más que conveniente.

En otro orden de cosas, los adioses suelen contar siempre con un referente o con un receptor, físico o no, que agudizan un poco más el ingenio de letristas y acotan el territorio de los textos. Son abundantes tales expresiones, algunas de ellas verdaderamente recomendables. Por un lado, Tarna, dúo leonés más que interesante dedicado al folk tradicional, se despide de un paisaje en Adiós Valle de Ancares, el mismo cantable que antes habían grabado el extraordinario Joaquín Díaz [https://www.youtube.com/watch?v=_PWqf-Fnfgs] y el grupo gallego Luar Na Lubre [https://www.youtube.com/watch?v=0cpV-mD1VMg]. Lo mismo que hizo un joven y perpetuo Amancio Prada, sirviéndose de los poemas y de la melancolía de Rosalía de Castro, al entonar Adiós ríos, adiós fontes [https://www.youtube.com/watch?v=XmZMWldLk6k]. Y mucho más concreto en eso del terreno y sus posibilidades, si bien quizá más sugerente en lo universal que los anteriores, se mostraba por fin Elton Johm al evocar al Mago de Oz en Goodbye yellow brick road [https://www.youtube.com/watch?v=w_cmYrXH85M]. Por otra parte, entre quienes han elegido personalizar sus despedidas, lugar privilegiado ocupa a nuestro parecer el maltrecho Luis Eduardo Aute, que en tiempos dijo Adiós, Inés de Ulloa, una canción más satírica que lítica, como de él cabría esperar [https://www.youtube.com/watch?v=IX6hhr61qgk]. O unos jovencitos Ronaldos, con un jovencito Coque Malla al frente, que se despedían de su padre a la vez que le reclamaban algo así como un anticipo de la herencia en Adiós, papá [https://www.youtube.com/watch?v=2mvEA1_AhKc ]. Y en el capítulo internacional, pocos, muy pocos como los italianos para soltar el moco antes de partir y dejarnos embelesados, tal y como nos demostraron Luigi Tenco en Ciao, amore, ciao [https://www.youtube.com/watch?v=TB-9jtUH4hE] y Domenico Modugno en Ciao, ciao, bambina [https://www.youtube.com/watch?v=_f8avEc1mPw]. Finalmente, caídos de lleno en la confitura, nada mejor que pasar a otra cosa de la mano de Simon & Garfunkel, jovencitos también, que en su momento se atrevieron a cantar sin rubor alguno Bye, bye, love [https://www.youtube.com/watch?v=TVJUe2hInX0].

Claro que si nos tuviésemos que poner en plan pose absoluta para decir adiós y enmarcar una melodía de despedida, entonces la canción elegida no podría ser otra que Virginie adieu [http://www.musictory.fr/musique/La+Bottine+Souriante/Belle+Virginie], del grupo quebequés La Bottine Souriante, un cantable marinero que no se lo salta ni el más aguerrido navegante.
Así que vayamos yendo hacia el final, antes de que nos venza la melancolía de nuestras músicas. Un adiós definitivo y sin marcha atrás es el que nos propuso Corcobado en su Adiós respirar [https://www.youtube.com/watch?v=l101N7pbIxk]: “Sólo dame adioses que rompan mis ojos / y astillen mis brazos sin tu respirar”. A su lado, cualquier despedida es puro almíbar, por más que Zarah Leander, la máxima estrella femenina de la Alemania nazi, se aprovechase del tirón sensible y se sirviese del momento para enseñarnos idiomas en Sag’ mir nicht “Adieu” – Sag’ mir “Auf Wiederseh’n” (No me digas “Adieu”, di “Auf Wierderseh’n”) [https://www.youtube.com/watch?v=DaR-mSgcITU]. Y por más que Gloria Gaynor nos recomendase sin remisión alguna que es mejor Never can say goodbye [https://www.youtube.com/watch?v=CCSvNZWpXaM] y al menos nos anime el cuerpo antes del último eslabón de adioses.


En fin, habrán podido comprobar sus mercedes en esta larga serie de Moderato Cantábile que el cancionero tiene expresiones para todos los gustos, colores, temas y emociones. Que el adiós no es una excepción y que también, para ello, se aventura en todos los rincones y vericuetos del existir. Lo que no es nada sencillo, al rematar la faena, es extraer un único cantable del conjunto, con el que adornar debidamente todo este amplio acervo sonoro y, a la vez, concluir con un gusto lo bastante amable como para esperar con serenidad y ganas un próximo reencuentro. Si llega a haberlo. De modo que permítanme elegir una pieza que reúne a la perfección todo cuanto antes he referido y mucho más aún: Comment te dire adieu? (¿Cómo decirte adiós?), una canción debida a la inspiración sin límite del crápula Serge Gainsbourg y que puede disfrutarse en la versión oscura del propio autor [https://www.youtube.com/watch?v=vuOisujsOUk], en la de una jovencísima  Françoise Hardy [https://www.youtube.com/watch?v=mwhX5V1Gn6w], en la muy divertida de Jimmy Sommerville [https://www.youtube.com/watch?v=YXGspic_NUE] o en la de nuestra siempre admirada Jane Birkin [https://www.youtube.com/watch?v=yODRNUlPmCg].

domingo, 25 de marzo de 2018

Ritmo

     El caso es que, entre las irrealidades que nombrábamos la semana pasada, una se muestra como superior e incontestable porque viene de la mano de la matemática, que, como se sabe, es ciencia exacta donde las haya. Nos referimos a los algoritmos, ese conjunto ordenado y finito de operaciones, dice la RAE, que permite hallar la solución de un problema y que, al parecer, dicen otros, no genera ninguna duda. Tanto es así que en estos momentos parecen dirigir el destino tanto de la realidad como de la irrealidad.

     En tiempos más antiguos, cuando la ficción era sólo eso y no había suplantado otros planos de la existencia, como mucho nos confiábamos a los logaritmos, que era cosa de bachilleres espabilados. Y aunque tuvieran su traslado al mundo cotidiano, según nos explicaban, no se convirtieron nunca ni en dictadura del ser ni en determinación del estar, tal y como sucede ahora con el otro ritmo. Quizá porque, en apariencia, se asemejaban a otras operaciones comunes, por más que lo suyo fuera ya de una complejidad notable.

     Cuentan que la ventaja del algoritmo es su neutralidad, lo cual se lo deben creer sólo los rectores de Google y otras compañías por el estilo, que se sirven de ellos para seleccionar y catalogar a su personal sin discriminación ni tacha subjetiva. Sin brecha, como decimos ahora. Claro que del mismo estilo es Uber y no encontraremos nunca entre sus chóferes ni a mujeres ni a inmigrantes. Tal vez porque toda lógica matemática esconde en el fondo una lógica borrosa.

     En fin, a quien en verdad le gusta el ritmillo es al más alto representante de la estirpe empresarial de Castilla y León. En una jornada sobre el futuro del trabajo celebrada la pasada semana en Valladolid, no se le ocurrió nada mejor para solucionar nuestros problemas laborales que reclamar el cambio de titulaciones, potenciando los estudios llamados STEAM (ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas) y reduciendo esas dichosas humanidades, de las que tan sobrados andamos. Puro reguetón.

Publicado en La Nueva Crónica, 25 marzo 2018

miércoles, 21 de marzo de 2018

NATIVIDAD ORTIZ: Masonas y republicanas

LA AUTORA
     Historiadora y profesora. Su tesis, Premio Extraordinario de Doctorado, se dedicó al estudio de Las mujeres en la masonería española. Es autora de la obra Mujeres masonas en España. Diccionario biográfico (1868-1939) y es miembro del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española. Además ha publicado dos novelas: Hijas de la luz y Doce años y un día. Ha escrito artículos sobre la historia de las relaciones de género.

EL LIBRO
     Como señala el subtítulo, se trata de la historia de cinco mujeres comprometidas con los valores republicanos y la masonería. En esa doble condición, confluyeron en los tiempos de la segunda República. Las retratadas en el libro son: Clara Campoamor, Consuelo Berges, Hildegart Rodríguez, Aurora Bertrana y Carmen de Burgos. Todas ellas figuran de forma notable en el origen del compromiso político de las mujeres, en el impulso de las ideas feministas y en la defensa de los valores sociales.

EL TEXTO
     "Las cinco fueron mujeres modernas en el sentido más amplio de la palabra. En todas ellas hay un impulso de modernidad que las sitúa a mucha distancia de la mayoría de sus contemporáneos, en la vanguardia de los tiempos. Fueron dueñas de sí mismas en una época en la que algo que parecía tan simple era tan complicado. Procuraron deshacerse de todas las ataduras. Para ellas la libertad fue algo más que un sueño, tal vez un deseo, pero también un principio y finalmente una obligación que se impusieron desde muy jóvenes sin importarles el precio que tuvieran que pagar por ella".

domingo, 18 de marzo de 2018

Irrealidad

     Tan marchita está la realidad que nuestros esfuerzos, si es que lo son, se dirigen sobre todo a huir de ella no se sabe bien hacia dónde. No es necesario visitar ningún congreso mundial de móviles ni leer severas tesis al respecto para llegar a tal conclusión. Basta mirar en torno para verificar el reinado de lo irreal: gente corriente ensimismada con sus pantallas en el tren, en el bar, en el trabajo, en las calles… sin atender prácticamente a otros estímulos que no provengan de ese espacio vidrioso; gentes jóvenes adocenadas por operaciones de triunfo artificial con las que aliviar el sentimiento de fracaso real que se les tiene más que anunciado; gentes presuntamente estudiadas y acomodadas, a medio camino entre Waterloo, el Soto del Real y el Paseo de Gracia, alimentando paraísos imposibles y órganos de gobierno paralelos; gentes que predican desde el púlpito la llegada del demonio en forma de mujer o que se colocan un lazo morado en la solapa y se declaran feministas a conveniencia, todo ello sin dolor de los pecados ni acto de contrición alguno; gentes de bien que continuarán matando judíos en unos días y brindarán en familia con esa limonada agria de la historia sin mayor inquietud ni zozobra. Ante semejante despliegue, evidentemente incompleto, a nadie le podrá extrañar el éxito fácil de las noticias falsas ni el eco extenso de rumores, bulos y demás patrañas que contaminan aires, mentes y existencias todas: desde el fluido húmedo de aviones convertido en veneno hasta los discursos trumpistas transformados en oráculo del bien y del mal. Antiguamente, así hacía mi padre al menos, la verdad incontestable era lo que se decía en el bar, donde, de lo malo malo, existía tertulia. Hoy, en cambio, lo absoluto procede de la Interné, que no necesita contraste ni comprobación y que sólo viene, por lo general, a confirmar nuestros previos juicios. No importa su grado de subjetividad o rigor. Pero nada de todo eso nos saldrá gratis: lo pagaremos con bitcoins, por supuesto.

Publicado en La Nueva Crónica, 18 marzo 2018

miércoles, 14 de marzo de 2018

Ventoso 18

     Ya sabe usted: es desatarse los vientos y aparecerse Brel en cada ráfaga. Esto nos sucede porque acumulamos historia, pero también, creo yo, porque el nuestro fue un tiempo que alumbraba clásicos en lugar de glorias efímeras. Esta cualidad tiene su haz y su envés, naturalmente: nos hace prisioneros de lo que fuimos y nos aleja de lo que es. Hojeo el último número de un suplemento cultural y le reconozco mi ignorancia sobre muchos de los nombres que ocupan los titulares: no sé quiénes son los músicos Ibon Errazkin ni Felt; nada sé de la artista Itziar Barrio ni de José Val del Omar; y nada he leído firmado por Éric Vuillard o por Mary Levin. Sin embargo, doblo la esquina al salir de casa y me encuentro de inmediato con los versos del belga: “cuando el viento en la risa, cuando el viento en el trigo, cuando el viento en el sur…”.

     Del mismo modo, le confieso que me siento desplazado en numerosas conversaciones. En particular, cuando se habla de la prole o cuando derivan hacia esas series de televisión que se han convertido en materia de consumo obligatorio. Lo primero lo entenderá usted bien sin mayor explicación y lo segundo tal vez lo comparta. No hay forma de eludir el abrazo de esas producciones que al parecer, según cuentan, han transformado todos los géneros visuales. Yo me quedé en Doctor en Alaska, digo, y se me mira con algo parecido a la lástima. O al desprecio directamente. Lástima y desprecio que son, precisamente, tal y como me refieren, carne de esos seriales que se contemplan a solas durante largas madrugadas y sustancia de estos tiempos de soledades y de sombras.

     No sé, para mí sigue siendo reconfortante habitar en el país llano, “que era el suyo”, o en las calles heladas y entre las gentes estrafalarias de Cicely. Tengo la sensación de que me colman, como les hubieran colmado también, estoy casi seguro, a Santos o a Lucien. Clásicos al fin.

     El caso es que, además de ventoso, este mes ha acabado siendo en cierto modo el mes de las mujeres. Leí no hace mucho una entrevista suya donde le preguntaban por este asunto en relación con la supuesta revolución sesentayochista y usted respondía: “No creo que seamos necesariamente más libres, aunque tampoco entonces lo éramos. La gente opina que en 1968 estábamos todos liberados, pero aún tengo que encontrar a alguien que lo estuviera de verdad. Si lo éramos realmente, yo no me aproveché mucho de la situación….” Ni usted ni nadie, pienso, salvo la derecha francesa, los propietarios de la FNAC y Daniel Cohn-Bendit. No sé, me gustará hablar de todo ello pronto, cuando nos veamos, sobre todo si tenemos en cuenta los fastos que se anuncian por el cincuenta aniversario de aquella primavera. O por si podemos valorar juntos el resultado de la huelga de mujeres que ha protagonizado los vientos de este año. Santos y yo, bebedores en los saberes enciclopédicos más que otra cosa, tuvimos siempre en los altares a Olympe de Gouges, a Mary Wollstonecraft o a Madame de Staël por lo que hace a los orígenes, pero, aparte de Simone de Beauvoir y con ciertas distancias, nunca fuimos capaces de identificar otros nombres del mismo estilo en aquel 68 sobre los que volver como se vuelve a los clásicos.

     En fin, como acabo de decirle, preparo ya mi viaje siguiendo sus indicaciones. De momento, como anticipo, todavía en este mismo mes recibiré la visita de mi amigo Duforêt, que volverá a refrescarme, como siempre, el repertorio de Boby Lapointe y otros intríngulis de las lenguas a las que somos aficionados. Como lo era Santos, con quien tanto acostumbrábamos a entretenernos en esas sopas de letras. Podré así, de paso, sumergirme un poco más en el francés antes de compartirlo con usted apenas en un par de meses.

     A la espera.

Publicado en Tam Tam Press, 12 marzo 2018

domingo, 11 de marzo de 2018

Pensiones

     Las pensiones, junto a las mujeres, han conseguido a lo largo de las últimas semanas desplazar del primer plano al procés, lo cual ya es todo un triunfo. Tiene mérito porque el circo, desde época romana, goza para el poder de la misma importancia que el pan, si no más. Pero ahora se impone el pan, por tanto, gracias al empuje de las personas y de las organizaciones que canalizan sus demandas, mientras que el procés y los procesos todos siguen empantanados, tal y como titula su último libro Joan Coscubiela.

     Hubo un tiempo en que el trabajo fue un valor y lo eran también las pensiones subsiguientes, por más que nunca fueran alimentadas lo bastante. Sin embargo, hoy lo uno y lo otro van a la baja y, como siempre, deberían actuar como un binomio en sintonía así en el terreno de la reivindicación como en la exigencia de justicia y dignidad. Trabajo y pensión es lo mismo en el fondo.

     No obstante, si el trabajo sufre, entre otros motivos, como consecuencia de globalizaciones, desregulación de mercados y voracidad financiera, no es menor el padecimiento de las pensiones por las mismas causas. Hubo un tiempo, como decíamos, en que los estados y los poderes del consumo entendieron que la clase pensionista era una potencia consumidora y, por consiguiente, merecía la pena garantizar su capacidad de compra, incluso por encima o al margen de lo que era simplemente apropiado. Por eso tenía sentido la referencia del IPC, por ejemplo, y su revalorización conforme a dicho índice. Pero eso es agua pasada. Las clases medias de los países emergentes son en la actualidad un consumidor potencial mucho más ambicioso y entregado que nuestras personas pensionadas, a quienes han desplazado casi definitivamente en el afán de los vendedores.

     Malos tiempos, pues, para todas ellas, que deben elegir entre claudicar y persistir en el conservadurismo o cambiar el paso y convertirse en agentes transformadores de la sociedad. En tal sentido, junto a las mujeres, son casi nuestras últimas esperanzas.

Publicado en La Nueva Crónica, 11 marzo 2018

domingo, 4 de marzo de 2018

Mujeres

     Los meses, perdido su significados tradicional, se contagian ahora por la potencia simbólica de algunas fechas y celebraciones que en ellos se asientan para extender en el tiempo el contenido de tales convocatorias. De ese modo, febrero es el mes del carnaval, mayo el del trabajo y marzo el de las mujeres. No sólo el día 8 es el Día de la Mujer; marzo todo se nombra con m de mujeres, en plural necesariamente pues no describe una realidad única ni homogénea.

     En este año, la llamada a una movilización general, unida a otros procesos mediáticos con un eco notable, ha conseguido ya un éxito político importante: colocar la noticia sobre las mujeres y sus circunstancias en primera página de las informaciones y convertirla en materia de conversación normalizada. No es poco si atendemos a lo que en años precedentes ocurría. Así pues, no resulta aventurado suponer en este momento que el próximo día 8 será sin duda una fecha reseñable en el acontecer de lo femenino.

     No obstante lo cual, conviene, a mi modo de ver, tener en cuenta tres recientes opiniones de mujeres que, cada una a su manera, encarnan argumentos de autoridad. Dice Isabel Coixet: "Respeto el MeToo, pero me preocupan más esas chicas de 17 años que viven en Irán, y que se quitan el velo y van a la cárcel. Cualquier movimiento que sirva para avivar el debate tiene mi apoyo, pero no nos olvidemos de cuáles son las mujeres que se juegan realmente la vida por el hecho de serlo". Apunta Mary Beard: "Hemos de reflexionar acerca de lo que es el poder, para qué sirve y cómo se calibra. O, dicho de otro modo, si percibimos que las mujeres están totalmente fuera de las estructuras de poder, entonces lo que tenemos que redefinir es el poder, no a las mujeres". Y concluye Julia Fischer: "No se puede separar los componentes culturales y los biológicos. Creo que la naturaleza humana es muy adaptable. Hemos nacido en una sociedad y lo que aprendemos determinará lo que seamos. Está en nuestra naturaleza aprender cómo comportarnos".

Publicado en La Nueva Crónica, 4 marzo 2018