Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 27 de febrero de 2022

Miccionar

 

            Leo en un diario local que la policía municipal de León denunció a un hombre por miccionar en el Parque de San Francisco. Tan decimonónica es la expresión que mientras tecleo esta columna en el ordenador ni siquiera su diccionario la reconoce, lo cual tampoco es indicativo de nada, la verdad. El caso es que yo sí la he reconocido, no sé ustedes, y me he quedado más bien perplejo, no tanto por el acto en sí como por la palabra empleada para su descripción. De tal manera, que me ha sido inevitable preguntarme si fue elegida por el agente denunciante o si es fruto de quien redactó la noticia. En cualquier caso, perplejo.

 

            Me vino a la memoria de inmediato una acción de la guardia civil ocurrida hace años, en la que se trataba de verificar en un centro comercial si determinados animales puestos a la venta contaban con todos los parabienes necesarios. Eran tortugas. El agente en aquel caso presentó el operativo como una comprobación sobre si los quelonios estaban en orden o no. Los quelonios.

 

            De la micción y del quelonio se puede deducir que los miembros de esos cuerpos de seguridad superaron en algún momento las pruebas lingüísticas de selección para los mismos con un poco más de rigor, excesivo quizá, que lo que ahora se reclamará a los nuevos policías nacionales. Ya no se les exigirá una prueba de ortografía excluyente. Esto se califica como “mejora” en la orden ministerial que modifica las bases para el acceso a ese cuerpo.

 

            Seguramente, ni tanto ni tan calvo. Ni lenguaje caduco, aunque correcto, ni ausencia de tildes, por poner un ejemplo. Debo señalar, no obstante, que el más brillante informe de investigación que he leído en mi vida, así en términos técnicos como en los puramente lingüísticos, lo firmaba el servicio del SEPRONA ante una denuncia por contaminación ambiental en una fábrica de piensos situada en la Sobarriba. Sólo con aquella precisión se ganaban todo el crédito. Exactamente lo contrario de quienes se pasan, se quedan cortos o miccionan fuera de tiesto.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 27 febrero 2022

domingo, 20 de febrero de 2022

Inteligencia

El viajero se acerca a Aranda de Duero guiado por eso que llaman GPS, al parecer siglas que corresponden en inglés a Sistema de Posicionamiento Global, todo son siglas o abreviaturas en estos tiempos. Llegará un momento en que se topará con una de las infinitas rotondas esparcidas por las carreteras españolas. Entonces el aparato en cuestión, su voz robótica, le indicará que debe tomar la salida hacia la ene i. Y el viajero entrará en pánico tratando de interpretar ese consejo: ¿ene i? Dará varias vueltas a la rotonda y por fin acabará descubriendo, gracias a un letrero rudimentario, que lo que el tal GPS nombra de ese modo es en realidad la ene uno, es decir, la carretera Nacional I: uno en números romanos, no i latina mayúscula. Esto se llama inteligencia artificial o se acerca a formar parte de ella.

 

Mucho se habla de esa habilidad de las máquinas para asemejarse a las capacidades de los seres humanos, que muy pronto, merced a ello, descansaremos en paz. Si consideramos que los números romanos son una pequeña parte de la cultura latina, que a su vez forma gran parte del sustrato de nuestra civilización, el desconocimiento que nuestra guía de viajes tiene de ello garantiza sin duda ese descanso eterno. Si superamos el sentido menor de la anécdota, no llego a saber qué otro error, qué otra confusión de gran calibre nos sepultará, pero no tengo duda de que existirá y será trágica. Más todavía si, por pereza, nos abandonamos al dominio maquinal.

 

Hay temporadas, sin embargo, en que tampoco la inteligencia natural, si la hay, consuela. No, no me refiero al comportamiento electoral, del que mucho cabría decir, sino precisamente a los mensajes previos a esa cita, a la campaña. Las barbaridades mentales escuchadas en ella no son ni mucho menos una muestra de la capacidad humana de pensar, sino todo lo contrario, de no pensar. Y, en consecuencia, de no animar el pensamiento de quienes votan. Pensar cansa, no cabe duda, pero es lo que nos distingue de los seres irracionales.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 20 febrero 2022

domingo, 13 de febrero de 2022

Maraña

            A pesar de las horas consumidas atendiendo a la información meteorológica, confieso que apenas si había reparado en la cantidad de días en los que el cielo nos aparece enmarañado. Últimamente con notable profusión. Si bien es una expresión correcta, me quedo con lo que apunta el diccionario en su definición: los celajes que forman la maraña, es decir, ese conjunto de nubes tenues. No hay comparación entre celaje y maraña a la hora de rendirse a la poesía del lenguaje.

 

            Comento esto en consonancia con una noticia que nos fascinó la pasada semana y que, a mi modo de ver, ha de ser resaltada: un poema universal recorre el espacio interestelar. Se trata de un proyecto internacional que ha lanzado 22.000 versos desde Chile en dirección a una nebulosa cercana a la Cruz del Sur. Más o menos a unos 600 años luz de nosotros, adonde, si todo va bien, llegarán en forma de onda de radio en el año 2622. Pero nadie los recibirá allí.

 

            Sinceramente, yo prefiero que vaya mal, al menos en parte, y que una cantidad importante de versos se precipiten sobre nuestras cabezas desde el espacio exterior. Esto es, que no solo haya nubes tenues alimentando la maraña del cielo, sino que buena parte de esa neblina esté formada por versos. Habría que inventar entonces un nuevo término para definir el fenómeno en los informativos del tiempo, decir por ejemplo que el cielo está lírico o que se prevén brumas de alejandrinos.

 

            No lloverá, porque la sequía se empeña en castigarnos, pero quién sabe, quizá esas nubes poéticas acaben por condensarse con un poco de humedad emocional y provoquen tormentas de metonimias o chubascos de aliteraciones. Seguramente, con eso no aliviaremos la sed de nuestros embalses ni el hambre de los regadíos, pero estoy seguro de que otro será sin duda el estado de ánimo de este terreno ofuscado y de sus habitantes al borde del estallido. Lo cantaba como nadie Pablo Guerrero, que también se retira: “que es tiempo de vivir y de soñar y de creer. / Tiene que llover a cántaros”.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 13 febrero 2022

domingo, 6 de febrero de 2022

Números

            Esta semana falleció quien fuera mi suegro, un buen hombre. Se agotó. Con ello se ha sumado a mi lista de números de teléfono deshabitados, cada vez son más en la sección de contactos. Hace años tomé la decisión de mantenerlos a la vista, no borrarlos, no importa quién esté ahora detrás de ellos si es que alguien los ha reanimado. Su sola persistencia dentro del directorio es la supervivencia de sus almas en este mundo digital al que nos vamos acostumbrando. En algunos casos ni siquiera he borrado sus mensajes de WhatsApp y continúan alojados en la sección de favoritos. “E igualmente” fueron las últimas palabras escritas en uno de ellos. En otro, que acogía sólo mensajes orales, ya no es posible descargarlos. Inmóviles para siempre, eso sí, permanecen sus imágenes en los perfiles. Tal y como fueron y son aún en la memoria.

 

            También el móvil es un cementerio. Puesto que en él se contiene todo cuanto somos, no hay razón para que en él no permanezcan también nuestros muertos. Sin morbo alguno. Al fin y al cabo, pienso que continúan viajando conmigo en el bolsillo y que los acaricio cuando doy algún uso al aparato. Mucho peor empleo he observado que hacen con él algunas gentes. Transmitir odio, por ejemplo. Y si tenemos en cuenta que hoy debemos facilitar nuestro número para cualquier trámite, ¿por qué no conservarlo como guardamos fotografías, cartas u otros efectos personales de aquellos a quienes tanto hemos amado?

 

            Ignoro si existe una aplicación para estos menesteres de honrar a los muertos. Probablemente sí, hay aplicaciones para todo. O las habrá cuando yo mismo forme parte de la legión de los idos. Así como es un sueño recurrente, a veces un sueño despierto, imaginar cómo será nuestro funeral, cómo reaccionarán las personas que nos estiman, cómo y cuánto resistiremos en sus recuerdos, también cabe suponer que alguien decidirá no borrar nuestro número en su teléfono y nos ligará a su cotidianidad como quien lleva flores a una tumba. A mí me gustaría que así fuese.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 6 febrero 2022