Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 27 de noviembre de 2022

Indiferencia

Un riesgo severo de estos tiempos extraños es la indiferencia. Ese término es en realidad la más fina expresión para definir una actitud que emparenta con apatía, indolencia o directamente desprecio. Nada efectivo, en suma, a la hora de valorar y hacer frente a una realidad abrumadora. Hacerle frente con afán audaz y transformador, quiero decir. Para abandonarse, en cambio, nada mejor que esa frialdad, esa displicencia, así en lo público como en lo íntimo.

 

Sobran causas y motivos para que la actitud fuese la contraria y asusta observar que no se responde en tal sentido. Tanto da la guerra que la tragedia climática, el pavoneo de la extrema derecha que el robo de nuestra privacidad. Mansamente, dejamos ir el rumbo de los sucesos como si se tratara de una fatalidad o de un designio inmutable y, si en muchos casos ya habíamos dimitido de nuestros deberes de ciudanía, sumamos ahora al paisaje esta pose individual que nos abisma en el pozo de la inacción.

 

Lo último, lo más pintoresco quizá, es lo de ese espectáculo comercial del fútbol: el mundial de Qatar. Pensamos que no va con nosotros ese lío de derechos humanos tan distante en el mapa, que no está a nuestro alcance intervenir en ello. Pero olvidamos que no ha mucho hasta estos páramos leoneses se vino el embajador de ese emirato para recoger un premio concedido a una academia deportiva propietaria del equipo local, que fue recibido y agasajado por todas las autoridades locales y provinciales y que un medio de comunicación tituló sin empacho: “el deporte hermana a León y Qatar”. Bárbaro hermanamiento. Son comportamientos que solo se entienden desde el provincianismo más arcaico.

 

Apenas nada se dijo entonces contra este bochorno. Hubo indiferencia. Y de la gala de los dichosos premios, celebrada en lo que fue campo de concentración, solo tres o cuatro personas se ausentaron mientras el emisario diplomático glosaba las glorias de su país y sus aportaciones a la humanidad. Dicho de otro modo: siempre se puede hacer algo.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 27 noviembre 2022

domingo, 20 de noviembre de 2022

Cárcel

            Hace unas cuantas décadas, tal día como hoy moría ese hombre. Aquella mañana, en el internado, nos despertaron con esa noticia y con la buena nueva de que en unas horas nos devolverían en autobús a nuestras casas por un tiempo indefinido. Fue algo extraordinario.

 

            En otro internado no muy distante del mío, también en la ciudad de Zamora, otros permanecieron encerrados y no abandonarían su cárcel hasta pasados unos cuantos meses. Eran los curas presos del franquismo, de cuya represión, parafraseando a Blas de Otero, no se salvaba ni dios. Tampoco ellos, que estaban mucho más cerca de la divinidad que aquel puñado de adolescentes felices por regresar a sus casas e ignorantes en esos momentos de aquella historia carcelaria. Hace escasamente diez días abracé a Josu Naberan y a Juan Mari Arregui, dos de los protagonistas de aquel drama, apenas una pequeña parte del principal drama español del siglo XX, eso que algún desalmado, un sin-alma, trata de despachar como una pelea de abuelos. Los abracé y creo que me sentí redimido de mi ignorancia de entonces. Como ellos, yo también gustaba de asomarme al río Duero a su paso por la ciudad, aunque por fortuna para mí esa visión no era estorbada por ningún barrote. Como ellos y como muchos, también yo perseguía una libertad que, comparada con su encierro, era simple puerilidad. Por eso, al abrazarnos, recompusimos al fin el significado pleno de esa palabra. A continuación, como corresponde, compartimos con amigos vino y viandas.

 

            Josu estuvo encerrado siete años por mantener su compromiso más allá de la parroquia. Arregi, en cambio, sólo vivió por aquellas fechas el exilio y la clandestinidad a causa de motivos similares. Nada que ver con mis tres años de bachillerato en la Universidad Laboral de Zamora, adonde regresé pocos días después de la muerte de ese hombre para cerrar aquel ciclo académico. Y adonde regreso todavía regularmente para recuperar la visión del río al que persigo y que me persigue en todas las paradas de la vida.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 20 noviembre 2022

domingo, 13 de noviembre de 2022

Sal

            Días atrás asistimos, entre el asombro y la vergüenza ajena, a una disputa estéril entre dos alcaldes, el de Valladolid y el de León, acerca de quién suda o quién llora más. Como si sudar o llorar fuesen acciones opuestas. Si en un momento de lucidez les hubiese dado a ambos por leer, por ejemplo a Karen Blixen, sabrían que “la cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el agua del mar”. Sólo esto último está ausente del paisaje de esas dos ciudades que ellos gobiernan; por lo demás, de sudores y llantos saben bien desde antiguo las gentes todas de uno y otro lugar. Tampoco es cuestión de ver quién desagua más líquidos y a través de qué glándulas.

 

            Porque esas dos ciudades nunca han vivido de espaldas salvo en ciertos imaginarios y porque el supuesto enfrentamiento entre ellas es pura invención política interesada, de la que lo que ahora comentamos es solo un episodio más. Por el contrario, en muchos aspectos, particularmente en el cultural, son dos territorios que siempre se han alimentado mutuamente con gentes que iban y venían entre un lugar y otro y que en ese tránsito crecían. Exactamente igual que entre otros territorios, salvo que el punto de destino de uno de ellos sea Madrid, en cuyo caso todo acaba siendo fagocitado por la cuna de la libertad. Curiosamente, esto no genera controversias territoriales. Quiero decir que en esta Comunidad de identidades diversas -no otra es su identidad más que la diversidad- la cultura sí fue siempre nuclear, aunque las políticas no hayan querido verlo y hayan orillado esta realidad. Sucede del mismo modo en casi todos los mapas.

 

            Quizá esta sea la clave de la supuesta polémica, que la cultura, que es la sal, no forma parte de la vara de medir porque no la consideramos sustancial. También porque no vive buenos momentos, azotada bárbaramente por las crisis económicas y por la pandemia, y eso tiene su reflejo en todos los presupuestos y en el mantenimiento de la distancia social a la que nos han acostumbrado.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 13 noviembre 2022

domingo, 6 de noviembre de 2022

Índice

            Un índice es ante todo una señal de algo. Pero, conforme a lo que enseña la Academia, un índice es un libro u otra publicación, lista ordenada de los capítulos, artículos, materias, voces… en él contenidos; y también el catálogo de las obras conservadas en una biblioteca, archivo… clasificadas según diversos criterios. Un mundo, en suma.

 

            Y si eso es un índice, a qué puede llamarse entonces Índice de índices. Así nombró nuestro amigo Hilario Franco su libro, su único libro que eran todos los libros en uno y que se hizo materia no venal hace ahora dos años, justo cuando a él le dio por desaparecer. Un libro de libros. Una biblioteca de bibliotecas. Un sistema de sistemas de macrodatos, se diría ahora. Por eso mismo a nadie debería extrañar que esa obra magna contuviera, señalaba él de un modo enfático, tanta sabiduría como la del propio Quijote, tras cuya sombra se movía él casi desde el principio de sus tiempos y casi a cuya vera reposa. ¿Cómo llenar ahora todo ese inmenso vacío, toda esa conciencia cierta de que ya no caminaremos más por esa senda que él nos despejaba? ¿Cómo seguiremos aprendiendo si él no puede continuar con la escritura? ¿Y cómo aprehenderá el mundo todo ese conocimiento si no está él para predicarlo? El silencio de los muertos es larguísimo, aunque perdure su obra para mantenernos vivos. Eso sí, ninguna editorial vendrá ahora a hacerse cargo de una publicación cuyo autor ya no existe y no puede, por tanto, promocionarla. ¿A quién le interesa un autor muerto habiendo tantos vivos y coleando? ¡Ah, el comercio!

 

            El caso es que no son éstos bueno tiempos porque nuestro índice emocional se nos llena de más muertes de lo que somos capaces de soportar. Y si, como decíamos al principio, el índice es una señal de algo, parece claro que la indicación nos alerta sobre el final abrupto en muchos casos de aquellos con quienes hemos convivido y creado. Que es tanto como apuntar al fin paulatino de nosotros mismos. En fin, leamos, que no nos queda mucho tiempo.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 6 noviembre 2022