Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 31 de octubre de 2021

Torrezno

            Tanto habrá llorado Sergio del Molino a propósito del eco imprevisto de su libro “La España vacía” que no le ha quedado más remedio que salir al paso con un segundo texto titulado “Contra la España vacía”. Llorado digo porque no hay nada como una buena idea, un lema afortunado o un acierto conceptual para que de inmediato mute en tópico y valga lo mismo para un roto que para un descosido.

 

            Hace una semana precisamente, un par de asociaciones de amigos del ferrocarril pusieron en marcha el llamado “Torrezno Exprés”, un show ferroviario que ha unido por un día las ciudades de Zaragoza y Madrid con Soria. Todo muy festivo y muy vestido de buenas intenciones ligadas, como no podía ser de otro modo y los medios han recalcado, con el dichoso lugar común del vacío, lo vaciado o lo directamente incomunicado. No entraremos en ello. Nos conformaremos con lamentarnos por la denominación del invento que echa por tierra cualquier otra consideración: ¿de verdad no había otro nombre? Por la misma regla de tres podemos preguntarnos cuál sería el destino de otros ingenios parecidos que viniesen a llamarse “Morcilla Exprés”, “Botillo Exprés” o “Butifarra Exprés”. Mal gusto, la verdad.

 

            Pues resulta ahora que lo abandonado iza bandera, anuncia que se levanta y que, en un claro movimiento cantonalista, concurrirá en próximas elecciones con lo local como norte. Como norte y en realidad como todo punto cardinal, pues difícil es pensar en cómo afrontará, políticamente hablando, lo que es sur, lo que es este y lo que es oeste, es decir, lo que es más allá de su limitada razón de ser. Con todo respeto y salvando distancias, cómo no dudar de la posición política de un posible partido del torrezno, partido de la morcilla o partido del botillo en materias tan severas y generales como el sistema de pensiones, el ordenamiento laboral o la defensa. ¿Les valdrá el modelo de Junts per la butifarra o Butifarra republicana a la hora de barrer para casa?

 

Y que quede claro que soy devoto de los torreznos.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 31 octubre 2021

domingo, 24 de octubre de 2021

Dron

 

            La repetición de imágenes del volcán de La Palma a vista de dron, como acostumbran a remarcar quienes las comentan, nos lleva a añorar otra expresión que por clásica quizá duerma ya en el baúl de la historia: a vista de pájaro. Seguramente, hasta los pájaros habrán huido de ese entorno asfixiante, aunque el sentido figurado de la expresión, tan analógica ella, bien podría persistir si es que algo persiste ante la apisonadora digital. Es verdad que el ojo de drones y de satélites nos ofrece visiones que ni un pájaro podría contarnos. Ni siquiera el más poderoso de entre ellos por la altura de su vuelo, el buitre moteado, podría habernos mostrado el planeta azul tal y como lo hizo en su día la tripulación del Apolo 17 o años antes el satélite ATS-3. En fin, ni el vencejo unicolor ni la pardela cenicienta ni la chova piquiroja ni ninguna de esas aves que pueblan la isla y que tanto gustan a mi amigo Fidel podrían explicarnos algo más de esas explosiones, salvo que se produjera su muerte a causa del dióxido de azufre. Sería una pista rudimentaria acerca de la presencia del gas.

 

            Lo que sucede con las imágenes del dron es que son tan impresionantes como frías. Resultan increíbles aún, como si formasen parte de una película y no de la vida real, lo que sí nos aseguraba en cambio la vista de pájaro. Es decir, el ojo vivo, humano o animal, que se sitúa detrás del objetivo. El dron muestra enormes superficies en todas sus perspectivas y pequeños detalles inaccesibles por la dificultad o el peligro que entrañan, pero tanto lo uno como lo otro, a pesar del servicio que prestan a quienes estudian y vigilan esa locura –así lo describía un niño de la isla– son un muestrario sin alma. Conmueven más las palabras infantiles que todo el despliegue tecnológico. Porque al cabo la vida está a ras de tierra, que es por donde se mueven los pinzones vulgares, las garzas reales o yo mismo cuando busco a alguien con quien compartir las emociones y las zozobras ante la dimensión del infierno.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 24 octubre 2021

domingo, 17 de octubre de 2021

Comunista

            La costumbre colegial de mentir e insultar a tontas y a locas es moneda corriente en nuestros días. Puede deberse a un infantilismo mal corregido o a una ausencia de argumentos razonables más que palmaria. En particular sucede así entre ciertos actores políticos, que no mencionaré porque están sobradamente identificados, para quienes el término comunista se ha convertido en la mayor de las injurias.

 

            Ser comunista es ser partidario de una ideología política, también económica, como ser capitalista, liberal o democratacristiano lo es de otras. A nadie se le ocurre utilizar dichos términos en sentido agresivo hacia las personas que dicen ser tal. Aunque, si bien todos entendemos que es un puro absurdo, podría llegar a ocurrir si el modelo se extiende,. ¿Por qué entonces esta diferencia? En primer lugar por educación y por respeto, de los que unos carecen y otros en cambio los practican. En segundo lugar, se dirá que por razones históricas, pues al cabo los países del llamado bloque comunista fueron los “derrotados” en la guerra fría y, como a todos los perdedores, no se les deja de humillar. Lo mismo que sucedía en el patio del colegio. Por último, se podrá decir que ciertos países comunistas causaron dolor, represión y abusos, pero qué podríamos pensar entonces de sus contrarios, cuántas guerras o persecuciones injustas no han sido provocadas por motivos del capital, la religión o la gloriosa libertad. Sigue habiendo ejemplos de terrible actualidad.

 

            Por lo tanto, en la utilización del término comunista arrojado sobre las personas no hay significado sino intención, no hay agravio sino afán de agredir, no hay política sino pelea de colegio. Este es el nivel de esos actores que aspiran a gobernarnos, cuyo ejemplo –esto es lo inquietante– se esparce y se generaliza casi como una diversión con bastante mala leche. Confieso que yo no me siento ofendido, pero sí atacado. De ahí la necesidad de templanza, que no se lleva mucho ahora, como alternativa cabal frente al matonismo.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 17 octubre 2021

domingo, 10 de octubre de 2021

Poetas

 

            El Festival Palabra ha traído hasta la ciudad de León a todo tipo de escritores y escritoras. Poetas los más. Estuve en un recital hace unos días. Como casi todo en la poesía me pareció solemne: las voces, los textos, el tono, las poses… El día siguiente, en el tren, se sentó a mi lado uno de aquellos poetas  al que yo había escuchado la tarde anterior. Sacó un bocadillo de tortilla de patatas de la mochila, se lo comió, se chupó los dedos y se puso a leer un libro sin solución de continuidad.

 

            Al hilo de la anécdota, recordé el episodio protagonizado hace años por otro poeta excelso, Premio Cervantes él, en la estación de Chamartín. Discutía airadamente con el camarero del restaurante porque la sopa que le había servido estaba demasiado fría. Y recordé a otro poeta veterano que más que comer se embebía, es decir, se emborrachaba hasta perder el oremus sin ningún pudor. Al menos Claudio Rodríguez ya venía ebrio de casa y no daba la nota en su proceso de inmersión alcohólica. Y así sucesivamente. Creo que la única poeta que he visto comer como escribe, con elegancia, es Raquel Lanseros, pero esa es otra historia.

 

            Siempre he pensado que no hay nada más vulgar que un poeta a la hora de comer. Más aún si se perfuma con aroma de tortilla. No debieran comer en público si quieren mantener ese aire de emoción que despiertan sus escrituras y sus recitales o al menos la percepción que recibimos sus oyentes o lectores. Ya sé, ya sé que, como cantaba Enrique Urquijo, “me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario”, pero deberían prohibirles al menos que comieran bocadillos.

 

            Desconozco qué desayunó Silvio Rodríguez al día siguiente de que le entregaran el Premio Leteo. Me lo encontré esa mañana en la estación, a primera hora, y me pareció que flotaba. Le observé caminando por el andén hasta el tren que le devolvía a Madrid y tuve la impresión de que se trataba de un unicornio azul. La noche anterior había declarado que él no era poeta. Mintió, evidentemente. Era un poeta fingidor.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 10 octubre 2021

domingo, 3 de octubre de 2021

Azucarera

            A lo largo de los últimos meses, mientras centenares de personas se amontonaban alrededor de eso que llaman palacio de exposiciones con el fin de vacunarse, no resultaba extraño preguntarse cuántas de ellas conocían que pisaban tierra obrera. Nada en los alrededores recuerda a la Azucarera Santa Elvira salvo unas ruinas innobles sujetas por andamios. No hay placas modestas, indicadores u otros signos que guarden la memoria de lo que fue aquello, una industria que alimentó a buena parte de la provincia leonesa durante sesenta años. Ni siquiera la rotonda o glorieta o plaza que colocaron al lado lleva su nombre; se lo han otorgado a una cofradía porque el poder en la ciudad de León sigue siendo ostentado eternamente por los mismos grupos y familias. A nadie con posibles se le ocurrió honrar la historia de la factoría muerta concediéndole ese espacio para el recuerdo o plantando al menos en ella, hoy yerma, una mata de remolacha azucarera. No, lo que debe estar presente por los siglos de los siglos es el Santo Cristo del Perdón.

            Se caen al lado nuestro emblemas de nuestra vida colectiva y se pasa página, nadie vela por lo que fueron y significaron, se opta siempre por la demolición en sentido amplio. Más aún si lo demolido no tiene que ver ni con reyes medievales ni con el poder económico ni con el poder religioso que han gobernado y gobiernan todavía la ciudad. A ellos se les dedican calles, plazas, monolitos y todo tipo de señales. Pero si lo perdido tiene que ver con el mundo del trabajo, es decir, con la generación de riqueza para todos, se opta directamente por el olvido. Se dirá que no fue así con la industria de los antibióticos porque aún se nombra como tal la fea avenida que la bordea, pero no nos engañemos: aquello era aristocracia, también laboral por supuesto, vinculada en su origen a la sacrosanta Facultad de Veterinaria y a otros inversores de postín, y eso, claro, es otro nivel. Además está en el extrarradio y no ofende ni afrenta fervores inquebrantables.

 Publicado en La Nueva Crónica, 3 octubre 2021

viernes, 1 de octubre de 2021

XII Premios Diálogo

     Los Premios Diálogo nacieron hace doce años, impulsados por nuestra Fundación, con el objetivo de reconocer la labor de aquellas personas y entidades del mundo de la cultura que hubieran favorecido el avance social y cultural en nuestra Comunidad Autónoma. Esta declaración puede parecer un mero formalismo, pero visto el recorrido temporal y los acontecimientos que se han sucedido a lo largo de estos años, es casi tanto como reconocer en ese objetivo un premio a la resistencia, a la perseverancia y a la revuelta. Las crisis de estos últimos tiempos, una económica y financiera, otra sanitaria y económica también, sociales ambas, cayeron sobre el espacio cultural como una bomba de fragmentación y volvieron a poner de relieve el escaso valor que la iniciativa pública y privada y la sociedad en general conceden a la cultura. Debemos recordar en tal sentido lo que apuntaba el catedrático Enrique Bustamante, fallecido desgraciadamente el último mes de junio, y que nosotros recogimos el año pasado en nuestro 2º Informe sobre la Cultura en Castilla y León: durante el periodo al que nos referimos, la cultura vivió inmersa primero en lo que se calificó como «década perdida», con regresiones profundas iniciales y recuperaciones parciales e insuficientes después, y vive hoy situada todavía en el ojo del huracán de la pandemia por lo que se refiere al tono económico de la actividad.

 

         Por eso mismo resistencia, perseverancia y revuelta, que son expresiones sustanciales en toda producción cultural, adquieren en la actualidad un significado verdaderamente más que loable, y resistentes, perseverantes y revoltosas son sin duda las personas a las que el jurado de esta edición ha decidido otorgar su reconocimiento. Lo eran también quienes les precedieron. Y ésa es sin duda la cualidad que define a nuestros Premios. Por lo tanto, también a nuestra Fundación y a sus programaciones en cualquiera de las materias a las que atendemos. No puede ser de otro modo si declaramos de entrada nuestra raíz sindical de clase.

 

         Conocerán ustedes en breve la nómina de premiados, pero me permitirán que me anticipe con algunas consideraciones capitales porque en ellas encontrarán así mismo buena parte de nuestras señas de identidad. Premiaremos en esta ocasión el folclore y el trabajo etnográfico, las artes escénicas con afán de integración social y laboral, los proyectos editoriales tan humildes como constantes y la promoción de la cultura en los barrios. No son actividades para el lucimiento, sino nutritivas para el conjunto de la sociedad. No despiertan el fervor de los titulares en los medios al uso, pero son el medio para el crecimiento de los individuos. No destacan en los anuarios de las glorias culturales, pero no hay mayor gloria que el producto de sus trabajos. Esperamos que así lo reconozcan todos ustedes con nosotros.

 


         Tres breves cuestiones para concluir esta intervención.

 

         Una: frente a la postración y a las distancias que nos impuso la maldita enfermedad, la Fundación Jesús Pereda ha apostado en todo momento por reconquistar el medio y mantener en lo posible toda su actividad. Ello nos permitió que el año pasado, tan mal año en general, llegásemos a programar un total de 30 actividades en 15 localidades de Castilla y León. Este año, sin ser tampoco bueno del todo, llevamos ya otro tanto acumulado a estas alturas. Estamos contentos por ello.

 

         Dos: Destacamos el trabajo de quienes trabajan para que nosotros disfrutemos de este acto. Me refiero al personal responsable de este teatro; a las integrantes del grupo Valquiria Teatro y su equipo, que forman parte ya de nuestra familia; al grupo El Naán, que añade el acento musical; y al artesano José Oré, que por tercer año consecutivo se ha encargado de elaborar las piezas que simbolizan el Premio. A todos ellos, estamos seguros, les gusta lo que hacen, pero no trabajan sólo por gusto.

 

         Y tres: Nos felicitamos por estar hoy en Benavente, adonde nuestra programación nos había traído hasta la fecha tan solo en una ocasión, en mayo de 2019. Volveremos. El itinerario de nuestros premios y de sus ecos nos permite dispersarnos por toda la Comunidad, afortunadamente más allá de las capitales de provincia, lo cual también forma parte de nuestra vocación. Es importante, porque no todo sucede en Madrid o Barcelona, en Valladolid o León.

 

         Como remate a todo lo dicho, no olvidemos que las actividades culturales van más allá de su repercusión económica, que es notable. Aportan además a la ciudadanía espíritu crítico y amplitud de miras, promueven la creatividad y, en los términos antropológicos que recogía Tylor, generan sociedad. En ello estamos.

 


Texto leído en la entrega de los XII Premios Diálogo de la Fundación Jesús Pereda, Benavente 1 octubre 2021