Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 30 de junio de 2019

Mercado


            Las palabras gloriosas se hacen vulgares cuando bajan a la tierra. Muchas de ellas resuenan merced a su carga significativa e histórica como auténticos altares ideológicos, pero, en realidad, no son nada, puro envoltorio, o acaso han devenido en cómodo comodín sin más. Es lo que sucede con el “mercado”, ese tótem capitalista que todo lo justifica y todo lo castiga cuando se vive por encima de ciertas posibilidades. Además, por si fuera insuficiente, se adjetiva como libre y se mece al vaivén incontestable de la oferta y de la demanda. Un bluf. Se mire adonde se mire, no hay tal.

Uno va a la farmacia y no encuentra el medicamento prescrito. Ni ése ni otros ochenta y nueve más si atendemos al listado que recogía el desabastecimiento de productos en la primera semana de este mes de junio. Cierto que en la mayor parte de los casos existen otros preparados alternativos, pero ya sabemos lo adictos que nos hacemos a las marcas los enfermos. Así que, ante el crecimiento de la demanda, por ausencia premeditada de la oferta, pronto reaparecerán esos mismos artículos con el precio debidamente incrementado y santas pascuas.

O uno se asoma a la página de venta de billetes de tren, o va directamente a la ventanilla, y descubre que determinados servicios para determinadas líneas están capados y te obligan a apuntarte a otros que luego se publicitan con un notable éxito de usuarios. Puesto que los primeros salen a la venta con sólo veinticuatro horas de antelación, poco importa que la alternativa sea más cara si no se quieren correr riesgos y santas pascuas también.

Mientras tanto, los nuevos predicadores liberales continúan con su discurso acerca de la libre competencia y los beneficios que de ello obtienen los consumidores y las empresas. Dirán que las citadas son simples muestras de abusos puntuales, cada cual sabrá, y que órganos hay para su control perfectamente domesticados, incluso oficinas de atención o libros de reclamaciones.  Así en lo público como en lo privado y tan contentos.

Publicado en La Nueva Crónica, 30 junio 2019

domingo, 23 de junio de 2019

Autoridad


            Bastante mal debe de andar el mundo si hasta Salvini y Espinosa de los Monteros, esos dos preclaros humanistas, se permiten reñir al Papa en rueda de prensa por su generosidad con los inmigrantes. Bastante mal, sí, porque incluso el Papa se ve en la obligación de reñir a su vez a los nuncios por criticarle a sus espaldas. Cuentan que les advirtió de que su cargo es incompatible con la hostilidad en Internet contra él y contra la curia romana. Un mundo, pues, que cuestiona hasta la autoridad del pontífice en la cercanía: desde los embajadores del propio Vaticano hasta los practicantes de sus públicas virtudes.

            Miremos donde miremos, la supuesta autoridad moral, política o intelectual tiende a la baja. Mi padre, que era también una autoridad en estas materias, sólo admitía guía y consejos de los parroquianos del bar o del quiosquero donde compraba el pan y el periódico. Sin yo darme cuenta, resulta que era un adelantado a su tiempo. Con la diferencia de que hoy la autoridad no reside ni en bares ni en quioscos, sino en las charcas de las redes sociales, que, por lo que parece, son muy del gusto de nuncios y preclaros humanistas. También del vulgo, claro, que es donde nos encuentran y confunden esos predicadores.

            Las juntas electorales, por ejemplo, también han perdido toda autoridad por estos pagos, tal y como se deduce del proceder desesperado de los perdedores en el Ayuntamiento de León. No negaremos aquí que previstos están todo tipo de recursos, incluso ante el Sacro Colegio Cardenalicio, si el Papa lo tiene a bien, pero algo huele a podrido en ese laberinto de intereses municipales para llegar a esos extremos.

            Antiguamente, al menos se consideraba que nada había más feo que reñir a un padre. Y no es que todos los padres, por serlo, tuvieran razón. Al contrario, había y hay padres razonable y merecidamente reprobables. Pero la noción de autoridad bien entendida concordaba con el respeto bien entendido, que es otra de esas cualidades que tampoco se lleva mucho ahora.

Publicado en La Nueva Crónica, 23 junio 2019

domingo, 16 de junio de 2019

Bronca


            Presumo bronca y entono el canto: “Bronca cuando ríen satisfechos / al haber comprado sus derechos”. Dudo de que pueda ser de otro modo, así en los hemiciclos como en el más acá humano. Dudo de que el matonismo produzca otros efectos. Dudo de que sea cierto. Entonces presumo bronca y entono el canto: “Bronca cuando a plena luz del día / sacan a pasear su hipocresía”. Siento que la retahíla de lugares comunes no puede animar nada más que vacío: lacra, hoja de ruta, consenso, línea roja, gobiernos de la libertad… Siento las patadas y los golpes en el Parlamento y dudo de juramentos y promesas alambicadas. Así que presumo bronca y entono el canto: “Bronca que se puede recitar / para los que toman lo que es nuestro / con el guante de disimular”. Son temores que no tienen que ser compartidos, naturalmente, pero presumo bronca con sólo leer unos tuits y otros retuits, con prestar atención a lo que se escucha y a lo que no se dice, con observar ademanes y ornamentos. De manera que sospecho bronca y entono el canto: “Bronca porque / no se paga fianza / si nos encarcelan la esperanza”. Alboroto y guirigay en las tribunas, ambiente tertuliano y aires ásperos, un clima tóxico que todo lo envuelve y oscurece, esta insoportable pesadez del no ser que nos convierte en víctimas del malestar. Por eso advierto bronca y entono el canto: “Los que mandan tienen este mundo / repodrido y dividido en dos, / culpa de su afán de conquistarse / por la fuerza o por la explotación”. Enredos de comercio y de fronteras como excusas para perpetuarse en el poder, componendas y deserciones entre contrarios y supuestos aliados, ansiedad, nervios, infantilismo, Salvini. Me doy cuenta de la bronca y entono el canto: “No puedo ver tanto desastre organizado / sin responder con voz ronca / de bronca, de bronca”. Así es esta edad, este paisaje, esta condena, este telediario, este ayuntamiento, esta sucesión de urnas hasta el juicio final: “Bronca que también es esperanza. / Marcha de la bronca y de la fe”.

Publicado en La Nueva Crónica, 16 junio 2019

domingo, 9 de junio de 2019

5G


            La velocidad que mueve a la tecnología sólo es comparable con la de algunas empresas para llegar al estrellato o a la inversa. La que ahora se sitúa en el ojo del huracán de las guerras comerciales, por ejemplo, apenas era reconocida hace un decenio cuando, si preguntabas a sabedores de la materia, te hablaban de ella como un modelo de piratería y espionaje industrial. Así creció por lo visto, abrigada seguramente por su más que poderoso gobierno, y así ganó posición y mercado en ese mundo de los teléfonos inteligentes que se acerca vertiginosamente al 5G, la nueva generación de cacharros. He ahí otra muestra de velocidad y de medir el tiempo de nuestras vidas: la obligada renovación de nuestros móviles a medida que se suceden las hornadas o por simple afán consumista.

            Sin ser lo mismo lo uno que lo otro, verdad es sin embargo que ambas condiciones se necesitan y se alimentan mutuamente hasta dejarnos inermes frente al torbellino. Inermes en el más amplio sentido, pues no es solo que nos sintamos desarmados físicamente ante la marabunta, sino que también en lo moral nos descubrimos más que indefensos. O entregados cándidamente en muchos casos, con la privacidad o su aniquilación como el más grave de todos. Porque no sólo se trata, con el 5G, de impulsar mejores conexiones con mayores capacidades de uso digamos general, sino que ensanchará aún más los campos para el control y la vigilancia digamos que particular. De ahí que las guerras sean algo más que comerciales.

            En fin, no es cuestión de resucitar el modelo góndola para nuestras comunicaciones, que supuso de hecho una auténtica revolución en el mundo de los teléfonos clásicos, pero algo conviene hacer al respecto. No toda la tecnología es digerible o soportable. Ni útil casi, salvo en términos de beneficio empresarial o gubernativo. Lo cual que volvemos sobre la empresa de marras o sobre cualquier otra, sobre el gobierno que la ampara o sobre cualquier otro, donde se sitúa en realidad el verdadero quid de la cuestión.

Publicado en La Nueva Crónica, 9 junio 2019

domingo, 2 de junio de 2019

Libros


            En fechas de ferias que difieren la celebración del libro hasta acomodarla por acá y por allá en días presuntamente más cálidos, dos ejemplares me llegan que no me resisto a comentar. Porque merecen la pena, indudablemente, pues de otro modo me ahorraría la crónica, y porque sus autores comparten orígenes que conviene reivindicar.

            De un lado, Lobos, firmado por Mario Sáenz de Buruaga, y, de otro, Índice de índices, de la mano de Hilario Franco Bastelo. Biólogo el uno y profeta el otro. Al alcance está el primer texto y no venal es el segundo, al menos hasta dentro de un año, como quiere su autor. Gustará el primero sobre todo por su despliegue fotográfico e interesará a especialistas más que al público común. Arrebatará el segundo por contenido y forma y nos dejará, vulgares mortales, empequeñecidos por la sabiduría que desvela.

            Contaré que ambos dos, Hilario y Mario, habitan en las semillas originales de la universidad leonesa, donde estudiaron, vivieron con intensidad y contribuyeron decisivamente en sus primeros pasos. Como otros más, que también publican libros, que esparcen saberes o que llegan a presidir gobiernos, aunque no todos arriesgaran el tipo entonces del mismo modo. Porque el alumnado de aquellos años se aventuró así mismo en la construcción y posterior destino de la entidad. No sólo fue cosa de presidentes de cajas de ahorros, catedráticos de viejo cuño o inquilinos de los extintos colegios universitarios. Extraña por ello, o quizá no si se tiene en cuenta su condición profundamente estamental, que en cada celebración, en cada aniversario en la universidad se ignore de forma sistemática a quienes en ella estudiaron y en ella se comprometieron.

            No perdieron el pulso, como se ve, por semejantes cuitas, y de vez en cuando nos vuelven en forma de libros u otros productos herederos tanto de aquellos estudios como de sus circunstancias. ¿Cuándo lo reconocerá como merece la Universidad de León? ¿Cuándo se podrá escribir el libro definitivo de esa historia?

Publicado en La Nueva Crónica, 2 junio 2019