Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 27 de junio de 2021

Publicidad

 


            Volvamos a los primeros días de este mes, al 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente. Recuperemos un diario prestigioso de tirada nacional que esa misma fecha colocó entre sus páginas centrales un cuadernillo titulado “Del petróleo a la economía circular”. Echémosle una ojeada: 28 páginas, 6 de ellas con publicidad directa, 3 para contenido patrocinado y 4 entregadas al publirreportaje. Si exceptuamos también portada y contraportada, resultan finalmente 13 páginas de contenido sobre la materia: el medio ambiente, recuerden. Observemos ahora quiénes se promocionan de una u otra forma en el suplemento: 2 compañías eléctricas, 1 empresa petrolera/gasística, 3 bancos, 1 distribuidora de electricidad, por dos veces 1 empresa dedicada a la gestión privada del agua, 1 compañía de seguros, 1 gestora de inversiones en bolsa, 1  grupo de empresas dedicadas al diseño, producción y comercialización de productos para espacios de baño y una factoría de automóviles a través de su modelo híbrido, naturalmente. Este es el panorama.

 

            Que el llamado medio ambiente sea campo para la propaganda no debe sorprendernos ya. Ha sucedido así con cuantos valores se ponen de moda en un determinado momento y de ello se aprovechan los camaleones. La publicidad es su principal trampolín. Ahora bien, asunto bien distinto es el canal empleado en este caso, un periódico, y su soporte, el papel. Muy mal andan los medios, desde luego, cuando tragan ya con lo que sea, a pesar de arruinar una vez más su crédito informativo. Y peor anda el papel como para malgastarlo de este modo. Porque tampoco los artículos, una vez leído el cuadernillo, merecían ese derroche medioambiental. De manera que esta terrible contradicción puesta una vez más de manifiesto debería llevarnos a pensar si no se necesita un libro ético en los diarios, como sus libros de estilo, que evite tales barbaridades. De lo contrario, el prestigio de la prensa continuará yéndose a pique y bien sabemos que la alternativa es la selva digital.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 27 junio 2021

domingo, 20 de junio de 2021

Estío


            Años atrás, mediada la década de los años 80, la estación que ahora se inaugura pasó a vestirse con un ropaje cultural desconocido hasta entonces. Nuestro ropero podía contar con prendas sueltas o con restos de temporada que remitían también a ese tejido, pero nunca hubo un fondo tal de armario ni una colección confeccionada ex profeso para así lucirse. Aquel desfile de nueva moda se llamó Estival, recuerden, y fue iniciativa de una Consejería de Cultura más habitada entonces por la ilusión que por el aparato administrativo. La dirigía Justino Burgos, hombre inteligente y político cabal, desgraciadamente casi olvidado, que impulsó un programa llamado a suavizar los estíos con músicas, teatros y otras artes. Algunas diputaciones, la de León entre ellas, siguieron el ejemplo y ampliaron la ruta hacia poblaciones menores hasta llenar el mapa del verano con un más que vistoso vestido cultural. Por allí andaban Manuel Cabezas y Alberto Pérez Ruiz, a quienes también conviene rememorar por ello.

 

            Con la llegada de Aznar al gobierno autonómico, en 1987, cambiamos de modista (pasó a serlo un tal León de la Riva) y regresamos al blanco y negro, sin matices, aunque el muestrario de colores había cuajado ya en otras administraciones y fue imposible apagar todo el paisaje. Numerosos ayuntamientos tomaron el relevo en la costura hasta hoy y han procurado, con más o menos éxito, sujetar un cromatismo mucho más veraniego durante los meses de calor. Cierto es que sin continuidad y a veces casi sin método, cada cual tratando de dejar su sello, deslizándose cada vez más hacia lo comercial y haciendo imposible a la postre que se fortaleciera una marca como fue la del Estival. Si preguntan, todavía hoy habrá quien les confiese el bautizo que nos supuso aquella programación y lo bien que nos sentaba el traje.

 

            Ahora que regresa el estío y regresarán también los titiriteros bueno es conocer de dónde venimos, para honrar a quienes lo merecen, y reconocer lo que nos es posible si somos audaces.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 20 junio 2021


domingo, 13 de junio de 2021

Cuarentena

 


            Cuarenta días y cuarenta noches es un plazo suficiente y razonable así para que la existencia tuerza hacia uno u otro lado como para que un virus criminal se aparte de nuestro entorno. Esto hemos aprendido en carnes propias acerca de la dichosa cuarentena y toca ahora aplicarlo con inteligencia en otros ámbitos de la vida donde se requieren treguas y no urgencias, reflexión y no arrebatos, calma y no ansiedad. Reconociendo, eso sí, que la frontera es la que es y que más allá de ella los sueños se hacen añicos y todo lo demás se disuelve en una dilación insoportable. No hay prórrogas en esos partidos.

 

            Pongamos por caso un indulto o cualquier otra decisión política. Su adopción merece al menos su tempo, y la divergencia, proyección. De lo contrario, como nos ocurre, hay prontos y hay reacciones, aunque escaso pensamiento; hay posturas y gestos, pero dudosamente construcción colectiva; hay mayorías y consignas, pero poca democracia. Si antes de que un gobierno decida algo, lo que sea, por lo general algo severo, la oposición se manifiesta ya en las calles, no en el Parlamento, el escenario no es político, sino un hervor de voluntades primarias arteramente adobadas. Y si los partidos políticos no saben de cuarentenas, seamos entonces las personas las que no nos dejemos ir en esa deriva pandémica, tal y como hemos sabido hacer en la del virus, por duro que nos haya resultado.

 

            En otro plano más personal, iracundos y desorientados como andamos tras las cuarentenas reales y sus demás aditamentos, la vida se nos va en repentes, reojos y berrinches. Por no hablar del distanciamiento social que, salvo para botellones y terrazas madrileñas, se nos ha clavado en la piel casi como un estigma. Seguramente nuestras emociones requieran también cuarenta días y cuarenta noches de sosiego, no más, para recuperar tono e impulso y aliviar así las saturadas consultas de salud mental. Al fin y al cabo eso mismo cuentan que duró el diluvio universal y cambió el ciclo de la historia humana.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 13 junio 2021

domingo, 6 de junio de 2021

Luz

 


            “Hágase la luz”, cuentan que dijo un dios, “y la luz se hizo”. Más aún: “vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas”. Así fue al parecer desde el principio y a lo largo de los tiempos hasta que el ser humano, aspirante eterno a la divinidad, inventó la electricidad y aquel don primero se convirtió de pronto en una factura ininteligible, como casi todo lo divino, de la que mucho hablan las gentes estos días. Hablan de la factura de la luz, curiosamente, no de la factura de la electricidad, porque en cierto modo seguimos conservando un pensamiento atávico que nos remonta a nuestros orígenes paganos: los de la adoración directa de la luz como un bien natural.

 

            La ilusa ascensión hacia la divinidad ha corrido en paralelo al afán de apropiación de todo lo natural y por eso mismo el ser humano (el ser humano depredador) procura adueñarse de ello como creación propia, de forma que el resto de la especie pague por su disfrute: pague por la luz, por el agua, por el aire, por el mineral, por las palabras con las que nos comunicamos… Y todo aquello que nos es propio porque nos es común y natural y básico y necesario para la vida acaba mercantilizado sin mayores miramientos. Pensamos en lo público como una construcción política moderna, pero en realidad es algo tan viejo como la humanidad. Todo lo enunciado antes son o eran bienes públicos hasta que el interés privado se los apropia con el beneplácito de quienes debieran velar por su cuidado y respeto: los gobiernos, los estados, los reyes y presidentes todos. O casi todos.

 

            La reivindicación de lo público cobra así una nueva dimensión insospechada: la de rebelarse contra los falsos dioses y contra los dioses todos como el auténtico destino de la humanidad. Destino y condena a la vez, pues nada hay sin su envés. La luz nos pertenece porque, mitológicamente, nos fue dada; y su factura, cara o barata, no deja de ser una traición a ese espíritu original. No habrá perdón para quienes nos priven de ella.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 6 junio 2021

viernes, 4 de junio de 2021

NICOLÁS SARTORIUS: La nueva anormalidad


EL LIBRO

     Una interrogación sobre una serie de frases hechas y el hilo invisible que existe entre las palabras y la movilización de las conciencias. El libro trata sobre algunas de las expresiones "más populares" del nuevo lenguaje de la actualidad posterior a la crisis del coronavirus. En suma, Nicolás Sartorius analiza las anomalías y los desórdenes que persisten en nuestro mundo y cómo lo que nos aseguran que es normal en realidad no lo es. Basta con echar un vistazo a la situación de la democracia, a los enfrentamientos políticos, a las nuevas esclavitudes y las nuevas guerras permanentes, a las demenciales desigualdades económicas y de género o a la destrucción sistemática del medio ambiente.

 EL AUTOR

      Nicolás Sartorius es abogado y periodista. Cofundador de Comisiones Obreras, pasó más de seis años en la cárcel por sus actividades políticas y sindicales. Diputado por el PCE e IU durante tres legislaturas. Es autor de numerosas publicaciones y actualmente es Presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas. Dirige también la Asociación por una España Federal.

EL TEXTO

      "Soy consciente de que no es sencillo ir crando una normalidad nueva, lo que en el fondo supone caminar hacia un orden nuevo, ni pretendo con este ensayo ofrecer soluciones llave en mano que no existen y podría caerse en el arbitrismo (...) Me conformaría en esta ocasión con introducir en el ánimo de los lectores la idea de que lo que vale la pena no es regresar a la anterior normalidad, a la que se llama nueva, sino hacer el esfuerzo colectivo de ir conquistando, democráticamente, una normalidad nueva, más justa, más libre, más fraternal".