Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 26 de junio de 2022

Minoría

            La aritmética electoral conduce a situar una mayoría absoluta en la cima de las aspiraciones de quienes concurren a esas citas. Sin embargo, la geometría democrática, que es mucho más generosa y abierta que la de las urnas, se consolida cuando respeta y valora las minorías absolutas. En el terreno político, sí, pero también en casi todo otro espacio de la convivencia ciudadana, si exceptuamos a quienes no están por esa labor. De no ser así, lo que sucede a menudo es que la mayoría absoluta convierte a sus protagonistas en una banda de patio de instituto (una política pandillera dice Ayuso) o incita a colocar los pies sobre la mesa en la intimidad del G8 para preparar una guerra en Irak. Por eso mismo, la auténtica democracia se mide fundamentalmente por el valor concedido a las minorías en un entorno de mayorías.

 

            Cuando Juan Ramón Jiménez dedicaba sus libros “a la minoría siempre” no hacía un canto a las élites intelectuales y literarias, sino que reclamaba un espacio imprescindible para la expresión necesariamente minoritaria en una sociedad presidida en general por el mal gusto o, mucho más en la actualidad, por las leyes del comercio sin más. Regida la creación por esos dos únicos elementos, desgraciadamente muy extendidos, sabemos de sobra cuáles son sus resultados, los padecemos. De ahí la reivindicación del poeta y de cuantos, como él, necesitan abrirse paso a codazos entre las mayorías de los mercaderes y de los necios. También en estos mundos de la cultura es preciso reclamar el derecho de las minorías.

 

            Al cabo, son las mayorías las que gobiernan y mandan, pero son las minorías las que transforman y avanzan. Aquéllas son conservadoras por necesidad; éstas son progresistas por supervivencia. Y tan lícito es aspirar a ser lo primero por posición como militar en lo segundo por propia convicción. Ese diálogo es lo auténticamente sustancial en términos democráticos y, cuando no existe o se desprecia, la democracia se tambalea y acabamos votando al sursuncorda.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 26 junio 2022

domingo, 19 de junio de 2022

Aula

            Poco después del acto en que se presentó el libro sobre la historia del Cine Club Universitario, hace algo más de quince días, Maxi Barthe, que guarda memoria de sucesos culturales notables en nuestra provincia, recordaba que en aquella época naciente de la universidad leonesa, junto al propio Cine Club, hubo otra iniciativa que convendría remermorar: el Aula Negra.

 

            Eran los primeros años de los ochenta y ese fue el nombre que se dio al programa de radio seminal sobre temas universitarios realizado en exclusiva por alumnos y alumnas de la universidad. Fue consecuencia de la generosidad de la Cadena COPE y de su contenedor de programas en frecuencia modulada para horarios nada esplendorosos, Ensalada, donde se agolpaban programas de música, de cultura y de atrevimiento formal para el medio y para aquel momento. Todo muy heredero de aquella Radio 3, que era al cabo la emisora de obligada escucha en nuestra juventud, tan distantes hoy ella y nosotros de cuanto fuimos. Fue un programa libre hasta que dejó de serlo y apagó sus micrófonos. También porque la primera hornada de estudiantes fue concluyendo sus carreras.

 

            Pero tuvo una segunda vida mediada la misma década. Precedida por otro programa del mismo tema aunque mucho menos vanguardista, Diálogos con la Universidad, aterrizó en la emisora local de Radio 5 ampliando su horizonte pero sin desprenderse de su ser cultural. Y también, como en el episodio primero, duró lo que dura la libertad de expresión. No mucho, en verdad, siempre hay quien considera la crítica como algo prescindible.

 

            Bien estaría, por tanto, llevar a cabo una investigación sobre todo ese hilo radiofónico más que fecundo y, a ser posible, editarlo para su mejor conservación en el recuerdo común. Se lo merecen sin duda aquellos jóvenes que empujaron la cultura en el seno universitario. Del mismo modo que se lo ha merecido el Cine Club. Como suele ocurrir en esta ciudad, quienes estaban detrás de uno y otro proyecto eran casi los mismos. No damos para más.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 19 junio 2022

domingo, 12 de junio de 2022

Arcos

            Este domingo, cuando esta columna vea la luz en el papel o en las pantallas, yo me encontraré paseando por Arcos de Jalón. De nuevo en la provincia de Soria. Mis viajes son modestos. Nada que ver con esos destinos que escucho a mi alrededor en vísperas estivales: Nueva York, Algarve, Ecuador y Galápagos, Albania… Parafraseando a mi amigo Luis Artigue, reconozco que hace tiempo decidí viajar en busca de los otros y no de lo otro. Sea por trabajo o por devoción, son esos otros los que me reclaman y me confortan, los que me mueven y me conmueven, los que me interesan y me sostienen. De lo otro deserté años atrás, cuando me negué a seguir formando parte de las romerías y de las imágenes y selfies en que se habían convertido todo tipo de viajes turísticos o de evasión. Crudo comercio, ilusa huida.

 

            Por eso mismo, mi verano, que parte a orillas del Jalón hablando allí de la memoria ferroviaria, tendrá como mucho un par de enclaves más, siempre para celebrar algún tipo de encuentro: una boda en Ribadeo y una larga conversación en un lugar aún indeterminado del País Vasco. Poco más, si se exceptúan las tardes bercianas a la sombra. ¿Y para qué más? En anteriores encarnaciones, he andado ya casi todos los caminos de Francia y he deambulado por las calles de Berlín, me he bañado en dos mares, en un lago y en un océano, me he aislado en una isla y me he asomado al estuario del Tajo desde Lisboa, recorrí Levante como funcionario, fui pedáneo en la Sobarriba y he acabado como titiritero en los pueblos y tierras de las muy discutidas Castilla y León. Sin ser de Bilbao, puedo afirmar que he dibujado el mapamundi. El mapamundi de mis sentimientos.

 

            En Arcos de Jalón, aparte de trabajar, que es a lo que venía, he compartido risas y chanzas, he recogido saberes y gustado licores, he dialogado y he cantado. No creo, en verdad, que haya a mano mejor programa de viaje. Ni de trabajo. Y sí, inevitablemente he recogido en imágenes todo ese acervo emocional que no se despegará nunca de mí.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 12 junio 2022

domingo, 5 de junio de 2022

Bares

            Resulta que en la provincia de León hay un bar por cada 142 habitantes, en total 200 más que en la de Valladolid y algo así como un 21% de todos los locales de este tipo en la Comunidad Autónoma. Así se recoge en los datos ofrecidos por el Observatorio Agroalimentario de Castilla y León correspondiente al año 2021.

 

            ¿Bebemos para olvidar u olvidamos para beber? He ahí dos de las claves de nuestro ser territorial: la bebida y el olvido. Sobre lo segundo, ha habido letanías en abundancia durante los últimos tiempos, las hay eternamente porque por algo se trata de una clave, una esencia: ser olvidados, se repite, pero también olvidar quiénes somos cuando nos juntamos para reivindicarnos frente a ese olvido. Sería importante en algunos casos el recuerdo. Quizá por eso mismo lo de la bebida, para no recordar quién es quien y qué papel juega o ha jugado en la estrategia de la omisión. De ese modo, bebemos con cualquiera en la misma mesa y olvidamos más todavía. Nos confundimos, que es lo que ocurre cuando bebemos más de la cuenta.

 

            Lo decía Borges: “solo una cosa no hay, es el olvido”. A mi entender de bebedor y de asiduo de los bares, ni he conseguido olvidar ni que me olviden. Cuestión distinta es que yo me relegue a mí mismo de la memoria de los otros y de la propia, que es en verdad lo único que se alcanza con la bebida. En cambio, si uno se considera nuclear de algo o de alguien, no hay prueba de alcoholemia en la que no aparezcamos retratados. Para bien o para mal. Habrá que conquistar, pues, el alma de los otros para no dejarnos ir a la deriva y caer en el abandono.

 

            Los bares ayudan también a este fin, así que no debiéramos perder la confianza si tan surtidos estamos de ellos, incluso más que Valladolid, fíjense ustedes. De hecho, nada mata más a un pueblo que el cierre de esos establecimientos, mucho más que el final de sus escuelas o de sus consultorios médicos. De esto último se sale, aunque sea con el transporte a la demanda. Lo otro, en cambio, es el no retorno.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 5 junio 2022