Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 25 de abril de 2021

Clandestino


            La canción de Manu Chao, a pesar de lo bailable o precisamente por eso mismo, es el eslabón que enlaza la noción clásica de clandestinidad con la que hoy se impone en medio de las restricciones sanitarias y otras locuras de estos tiempos. O, mejor dicho, es un puente entre lo sustancial y la banalidad. El abismo que media entre lo uno y lo otro es un abismo histórico.

 

             Las palabras mueren a la par que sus significados se desdibujan o se corrompen. Hay grandes especialistas, los ha habido siempre, en el logocidio, aunque nunca como ahora fue un procedimiento tan institucionalizado. La vulgarización de las palabras, no sólo fonética, les permitía evolucionar para conformar nuevas realidades. Hoy, en cambio, no se produce ninguna evolución real porque todo es pura ficción menos el hambre. De ahí que por mucho que rebusquemos en el diccionario no encontraremos con facilidad una acepción que se acomode a la nueva clandestinidad: la de la fiesta, la del botellón, la de la borrachera y la del puro jolgorio evasivo. Qué van a saber estas gentes de la represión dura, de la persecución y de la ilegalidad obligatoria. Qué van a saber de los delitos de pensamiento, de las ideas acosadas o de la lucha por los derechos elementales. Su mundo es otro, ni peor ni mejor, y sus palabras nombran lo que conocen o les hacen conocer.

 

            Todavía hay entre nosotros quienes, sin papeles, se juegan la vida a diario, aunque ése es otro negociado. Los clandestinos de moda son quienes pintan graffitis en los vagones de los trenes, quienes se van de jarana porque les hierven más las hormonas que las neuronas y quienes llaman libertad al supremo egoísmo. ¡Qué gran devaluación del término! ¿No podrían los cronistas nombrarlo de otro modo? Tornan a no estar buenos los tiempos y el lenguaje lo sufre tanto como las personas, a veces porque se le desprecia, a veces porque se le manipula. No quedará más remedio que volver a leer poesía a escondidas, como hacíamos en el internado, y fumar en los retretes.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 25 abril 2021

domingo, 18 de abril de 2021

Bancos

  

           Puesto que rehenes somos sin remisión de las entidades financieras, cualquier maniobra que al menos haga de mi celda un espacio más habitable me es bienvenida. A ello atribuyo que mi banco de toda la vida haya puesto a mi alcance un gestor con quien conectarme. Gestora en este caso, se llama Amelia.

 

 Confieso que no sabía muy bien cómo entrar por esos vericuetos pues sigo siendo demasiado analógico para los tiempos que nos corren. Sin embargo, durante los meses del confinamiento me decidí a enviarle un mensaje prospectivo. Tuve éxito y, desde entonces, intercambiamos mensajes y llamadas telefónicas con cierta regularidad. Para mí, prisionero en esa cárcel que son ahora los bancos (quizá ya lo eran antes y no me había dado cuenta), ella es como una avecilla que me canta al albor.

 

            Hablo con mi gestora de mis inquietudes, que seguramente son las de ustedes, y ella siempre me responde de una manera gentil, aunque no me resuelve gran cosa. Recientemente, por ejemplo, le he preguntado por qué de día en día hay menos cajeros automáticos si resulta que ser atendido en una oficina bancaria es hoy mucho más difícil que hacerse una PCR. También me he interesado acerca del cierre de esas oficinas porque, digo yo, si el dinero y todos sus entornos son una necesidad básica y de comunión obligatoria, cómo proceder si no hay donde hacerlo. Normalmente Amelia no me aclara mucho. El día que más labia me ha dado fue uno en el que me interese por las criptomonedas, pero ahí el que no se enteró de nada fui yo. También me habla más de lo que yo quisiera de planes de pensiones y de seguros de vida.

 

            Hace unos días, después de leer la prensa y enterarme de que el llamado con buen tino banco malo, el que inventó de Guindos, aumentaría la deuda pública en unos 35.000 millones de euros, la interrogué directamente sobre el asunto, tan a bocajarro que a bocajarro se cortó la comunicación. Como cuando le pregunté por lo de Villarejo. Me preocupa. Quizá estemos a punto de que llegue un ballestero.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 18 abril 2021

domingo, 11 de abril de 2021

Copas

 


            A medio camino entre una y otra copa, de fútbol, confesaré que también yo fui espectador de la primera y lo seré de la segunda, las dos con el común denominador de animar al Athletic de Bilbao. Sufrí, pues, la derrota de hace ocho días y me repongo como puedo para la nueva final del 17 de abril.

 

            Con todo, lo que trae esas disputas deportivas a esta columna no es tanto el hecho en sí o la devoción del aficionado, sino un detalle aparentemente sin importancia que pudo observarse en la retransmisión televisiva del pasado día 3 de abril, con el que vuelve a ponerse de relieve la estupidez sin remisión en la que nos zambullimos una vez tras otra. Me refiero a la rotulación de eso que llaman videoarbitraje, más conocido como VAR (del inglés Video Assistant Referee). A la sigla parece que ya estamos acostumbrados, aunque desconozcamos su significado exacto.

 

            En dos ocasiones hubo de acudirse a esa tecnología a lo largo del partido y en ambas, más allá de la indicación ya familiar de que estaba interviniendo el tal VAR, se informaba para qué lo estaban haciendo en cada caso. Decían los rótulos: “Checking possible penalty handball” y “Checking red card – Denid of goal scoring opportunity”. Unos rótulos que permanecieron indelebles y bien visibles hasta que se resolvió cada una de las circunstancias sometidas a análisis. Unos rótulos que, como bien se puede comprender, estaban al alcance de cualquier espectador versado en la lengua inglesa, lo que a juicio de quien dirigía la retransmisión debía ser el caso del común de los espectadores. Unos rótulos que nos devuelven nuevamente al papanatismo, al complejo de inferioridad y al desprecio por el idioma propio, tan rústico él. Quien tecleó esos rótulos sabía por qué lo hacía y para qué lo hacía. Lo que sería bueno es conocer a quien contrató al rotulador y castigarlo a escribir cien veces esa letanía hasta detestarla.

 

            En fin, a pesar de todo nos queda el fútbol, que no requiere de tanta tontería, aunque también haberlas haylas.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 11 abril 2021

domingo, 4 de abril de 2021

Información

 

            Hace unos días, tuve la suerte de escuchar primero y conversar después con Magda Bandera. Mucho nos contó en público y exprimió en privado la directora de la revista La Marea acerca del periodismo y la justicia social. Daría para un ensayo que seguramente ella publicará algún día, cansada quizá del oficio. Del malestar del oficio de informar.

 

            Compartiré aquí algo tan curioso como desasosegante. Desde que la revista lanzó su número 1 en enero de 2013, apostando por el periodismo riguroso y comprometido, sus ventas han evolucionado siempre al alza, modestamente, salvo en cuatro números: aquéllos en los que su portada y asunto central se dedicaba a la cultura o al cambio climático. Las ventas se vinieron abajo.

 

            Pongo esto en relación con algo que contó, hace años, el entonces periodista y hoy Secretario de Estado de Comunicación Miguel Ángel Oliver. Nos dijo que en su informativo de los fines de semana, entonces en Cuatro, se hacía el seguimiento detallado de audiencia de todo cuanto en él se relataba y que dos materias, deporte y tiempo, elevaban los picos de seguimiento sin necesidad de ningún alarde especial. Para el resto de noticias, no importaba de qué tipo o contenidos, el índice se derrumbaba si exceptuamos el capítulo inicial de titulares.

 

            Antes y ahora parece que todo sigue igual o parecido. Con una gran diferencia: la creciente distancia entre la ciudadanía y los soportes informativos, en particular con aquellos a los que solíamos conceder fiabilidad en el tratamiento de la información, las consideradas grandes cabeceras del periodismo. Aparte de su perversión por la entrada en ese mundo del aparato financiero más duro, la fórmula de pago implantada para acceder a sus contenidos hace que sean muchas las personas que no puedan permitírselo. No discutiré la decisión, pero sí habremos de reconocer que estamos condenando a buena parte de la población a una selva informativa digital donde no es fácil sobrevivir. Al contrario, lo fácil es manipular y generar rabia.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 4 abril 2021