Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 31 de enero de 2021

Picaresca

 

            Aseguran los cronistas más benignos del reino que los abusos en el proceso de vacunación son una nueva expresión de la típica picaresca española. No es verdad. Nuestros pícaros y pícaras, aquellos antihéroes que inauguraron la novela moderna, eran pobres de solemnidad, truhanes o vagos, pero no unos miserables morales. Al contrario, ese tipo de miseria habitaba en sus amos. Esta sí es una distinción importante, también de clase, que se ha extendido hasta nuestros días con desvergüenza, tal y como se demuestra precisamente en esas formas de abuso y en otras corrupciones.  Son, en suma, comportamientos propios de caciques, aspecto en el que, curiosamente, sí se coincide con el retrato que la novela picaresca, en particular el Lazarillo, hace de la España del siglo XVI y del comportamiento antisocial de los órganos rectores de la sociedad. En eso no hemos evolucionado gran cosa. De hecho, aquel imperio de Carlos I era “un gigante con pies de barro”, como lo calificaba Max Aub: piénsese, por ejemplo, que de cinco millones de habitantes 150.000 eran vagabundos. ¿Qué dice sobre la pobreza severa de la España de la enfermedad el último informe de Intermón Oxfam?

 

            Tengo para mí que los buenos de Lázaro de Tormes, Guzmán de Alfarache, Justina, Don Pablos, Marcos de Obregón, Trapaza o la hija de la Celestina ni siquiera hubieran llegado a vacunarse. No por ser negacionistas ni trumpistas ni fans de Bunbury, sino porque seguramente hubieran sido de los primeros en caer. Ni oportunidad habrían tenido para colarse en una residencia de personas mayores, en un ayuntamiento, en un obispado o en la cúpula del ejército. Su vida era muy otra, pues, siéndoles la fortuna adversa, se conformaban con salir a buen puerto “con fuerza y maña” y, como mucho, convertirse en pregonero de vinos. Por lo tanto, no se les hace ningún favor equiparándolos a quienes hoy balbucean excusas pueriles para justificar su egoísmo ancestral y sus alcaldadas. Ni para figurantes de aquellas novelas valdrían.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 31 enero 2021

martes, 26 de enero de 2021

Periplo de una exposición

            El próximo 29 de enero estaba previsto el punto final para el itinerario de dos años de la exposición “Mujeres en conflicto”. La muestra de fotografías de JM López, que retrata las consecuencias de los conflictos violentos en el mundo sobre la población femenina, iba a cerrarse en la Biblioteca Valentín García Yebra de Ponferrada con un diálogo entre el fotorreportero y la periodista y librera Tamara Crespo, conducido por la también periodista y escritora Noemí Sabugal. No será posible.

 

            La enfermedad que nos envuelve y que todo lo perturba respetó el camino de la exposición en su primer año de vida. Pudo así seguir ruta desde su inauguración en el Museo de León, por enero de 2019, hacia Valladolid, Soria, Burgos, Palencia y Segovia. El mal le llegó en Salamanca, donde padeció también el confinamiento aunque en un espacio majestuoso, el claustro de la Casa de las Conchas. Luego, sorteando a los elementos, volvió a la vida en Zamora y en Ávila y llegó por fin a la que iba a ser su estación final, Ponferrada, donde la última ola la ha dejado varada definitivamente. Hay que señalar, para completar el mapa de su existencia, que la exposición estuvo acompañada en su recorrido por conferencias y tertulias acerca de la materia que retrata, y así a su lado añadieron la palabra a la imagen Teresa Aranguren, Elena Carretero, Olga Rodríguez y la propia Tamara Crespo. En fin, una andadura notable.

 

            No merecía este final triste. Nadie merece los finales a los que casi diariamente asistimos. Por eso era casi obligatoria esta nota para honrarla y dejar constancia del que ha sido su provechoso vivir. Así lo hemos sentido en la Fundación Jesús Pereda que, al lado de la Junta de Castilla y León, hemos estado en su organización y la hemos seguido en todo su periplo. Porque, además, honrarla es hacerlo también al mundo del reporterismo de guerra, otro trabajo precario, sin el cual sabríamos mucho menos de los males del mundo. Conocerlos es necesario para combatirlos y evitarlos, evitar tanto sufrimiento inútil y tanta barbarie. López y unas cuantas personas osadas más nos ayudan y se lo agradecemos.

 

 

Publicado en La Nueva Crónica, 26 enero 2021

domingo, 24 de enero de 2021

Ocaso

 


            Aparte de la peripecia jurídica y de la esgrima política, nunca antes me había conmovido tanto el Vicepresidente Igea como cuando se refirió al ocaso para adelantar la hora de nuestro encierro. Tuvo su razonar algo de poético por servirse precisamente de ese lenguaje alejado de la prosa administrativa y de la letra de los decretos: “¿Qué buscas, poeta, en el ocaso?”, se preguntaba Antonio Machado. La noche, le respondía el Vicepresidente, adelantar la noche para apagar el día y a quienes en él habitan. Más tarde, leída la orden correspondiente en el boletín frío, toda referencia al crepúsculo se había desvanecido y a su ser tornaban las palabras crudas: limitación de la libertad de circulación de las personas, era lo que proclamaba.

 

            ¿Fue lo del ocaso una licencia lingüística pasajera entonces? Posiblemente. Lo sabremos cuando, avanzado el tiempo y atenuada quizá la enfermedad, se nos explique que el alba viene al fin a iluminar más pronto la jornada y a recobrar de paso la vida que el sol anima. También la noche y sus lunas.

 

            Porque de todo esto, poesía al margen, lo que vuelve a repetirse es el estigma nocturno. “Solo putas y borrachos hay a esas horas”, decía mi padre, horas condenadas y gentes prescindibles, por lo tanto, como quienes se dan al tabaco o a las letras, reliquias en una sociedad obsesionada por la salud, no por la enfermedad como sucede ahora, y por los algoritmos. En la noche anida el virus y en el alcohol y en el amor que se comparte. Esto es lo que quedará si no se explica, si sólo se redactan leyes y medidas restrictivas con lenguaje abstruso, sin ocasos y sin auroras.

 

            La pandemia necesita poesía. Más poesía cuanto más se prolonga y nos fatiga. Hemos escuchado a todos los epidemiólogos del mundo, a todos los expertos de los gobiernos y a todos los titulares de servicios esenciales. Nos queda ahora poner el oído atento a los versos y decorar con ellos los parlamentos: “No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas”, escribió Walt Withman.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 24 enero 2021

domingo, 17 de enero de 2021

Transbordo

 


            Pues sí, lo que durante toda la vida (muy antigua normalidad, diríamos ahora) se conoció como simple transbordo se publicita ahora de forma ampulosa como billetes combinados o trenes en cadena. Así lo describe al menos en sus notas de prensa o de propaganda, no es fácil de distinguir, la compañía ferroviaria de bandera y así lo recogen, casi sin matices, los medios que le hacen eco. De manera que a la muy precaria movilidad en ferrocarril le ponemos un marco y nos queda una performance.

 

            Titulan los heraldos, guiados por los expertos en comunicación (últimamente todo son expertos), que León recupera los enlaces con ciudades del norte de España: Bilbao, Irún, Logroño y Cataluña (que no es exactamente una ciudad del norte, válgame la Mare de Déu), pero, eso sí, convirtiendo a la ciudad leonesa, junto a Miranda de Ebro y Vitoria, en enclaves necesarios para el traslado de seres y enseres de unos convoyes a otros, de forma que al final los grandes ejes transversales entre Galicia y Asturias, por un lado, y el País Vasco y Cataluña, por otro, queden enlazados. Se trata de una apuesta, rematan, por los billetes combinado o los trenes en cadenas. He ahí la performance. Y dicen más, por si hubiese todavía gentes descreídas: la nueva parrilla suma frecuencias eliminadas por la pandemia. ¡Mare de Déu del Desamparats!

 

            Un tiempo hubo (aquella anormalidad) en que la aspiración viajera consistía en llegar a un número cada vez mayor de destinos sin necesidad de hacer álgebra ferroviaria. Esto es pasado, evidentemente, al menos por lo que se refiere al tren convencional, el de toda la vida (el de la anormalidad), y así llegábamos incluso a Sevilla, que ya es llegar, gracias a una ruta, la de la Plata, que fue liquidada a mayor gloria de la modernidad automovilística (otra normalidad cuestionable). Al final, la velocidad mal entendida se ha impuesto sobre los trayectos y las geografías; y las aplicaciones de geolocalización, no la enfermedad, han deshecho todos los mapas. Mare meva.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 17 enero 2021

domingo, 10 de enero de 2021

Spleen

 

            Del emoji al confinamiento hay un abismo. El mismo que existe seguramente entre un 2019 corriente, dentro de lo que cabe, y un 2020 fuera de toda norma. La elección por parte de la Fundación del Español Urgente de esas dos palabras como las más representativas de uno y otro año, aparte de lo opinable que resulta toda selección, testimonia la distancia que media entre lo superficial y lo grave, entre la naturaleza frívola de un término carente de significación que decaerá a la misma velocidad con que evolucionan las tecnologías de la comunicación y la cualidad sustancial de otro que nos abruma por su expresión vital de la que nadie ha sido ajeno. Por eso mismo hay palabras de vida corta, aunque de éxito fácil, y otras que se instalan en nuestro ser como una marca indeleble (se decía para determinados sacramentos).

Pienso siempre en spleen, una expresión que arrasó en la pasarela de la moda lingüística del siglo XIX y que contagió al Romanticismo de melancolía o al revés, con Baudelaire a la cabeza. Se evaporó como se evaporan las enfermedades del alma, hasta que Francisco Umbral la revivió en la década de los ochenta del pasado siglo para nombrar así su colección de artículos publicados en El País, en ese caso con apellido local: “Spleen de Madrid”. ¡Cuánta melancolía por esas firmas se siente ahora en la lectura de la prensa! Umbral, Haro Tecglen, Vázquez Montalbán… No tanto porque el valor de quienes opinan hoy sea menor, sino por la autoridad que conferimos a aquellos que en tantas otras encrucijadas nos iluminaron. Por cierto, puestos a dejarse ir en brazos de la melancolía, por aquellos tiempos gobernaba la Comunidad de Madrid un tal Leguina y su Ayuntamiento un tal Tierno Galván.

¿No hay romanticismo ya?. Lo que no hay es melancolía sino incertidumbre. Y de aquello queda, sí, el narcisismo rampante y la banalidad general como síntesis, que convienen a quienes nos confinan. En el fondo, el confinamiento, bien mirado, es sólo abandono del viejo espíritu romántico.


Publicado en La Nueva Crónica, 10 enero 2021


domingo, 3 de enero de 2021

Contenedores

 

            Nada hay más horroroso en el espacio urbano que los contenedores destinados a recoger todo tipo de basuras y desechos. Es cierto que hay lugares, no muchos, donde se cuida un poco su acomodo en el entorno o donde se disimulan si posible es. También es verdad que son armatostes difíciles de camuflar, lo que los convierte al menos en una forma de contaminación visual para quien pasea por cualquier ciudad. Aunque todo es susceptible de empeorar.

 

            Ha querido el ayuntamiento de León (parece ser que también el de otras localidades, no íbamos a ser los únicos) estimular la recogida de vidrio en estas navidades resaltando la bondad de esa práctica mediante contenedores adornados con imágenes de la factoría Disney. Al parecer porque la población infantil puede empujar mejor que otra para fortalecer ese hábito. Pero si ya de por sí los artilugios son más que repelentes, el añadido de esas figuras los convierte ahora en un nuevo soporte para la contaminación cultural. ¿De verdad que no hay nadie en León, nadie en la provincia, nadie en la discutida comunidad, nadie en España… que pueda diseñar una campaña didáctica y atractiva para ese mismo fin? Porque aquí, por lo visto, o tiramos de bustos de reyes o nos entregamos a santificar el imperio y su idea de la infancia, no hay más opciones. Salvo que la campaña en cuestión responda a otros intereses más o menos evidentes: la promoción de Dineyland París.

 

            Pues sí, la coletilla de todo esto consiste en sortear viajes al, dicen, “destino más mágico y soñado del mundo”: el carísimo contenedor turístico donde habitan esos animalitos humanizados. En suma, llevamos un año llorando por la ruina del turismo nacional, clamando por la hostelería local, gimiendo por las casas rurales… y nos entregamos ñoñamente a la exaltación entre niños y niñas, es decir, entre papás, mamás, abuelitos y abuelitas, que son los que pagan, de los viajes al mundo de cartón piedra y sus contenidos perfectamente desechables. He ahí el sinsentido de la iniciativa.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 3 enero 2021