Blog de Ignacio Fernández

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sábado, 30 de abril de 2022

LUIS FERRERO LITRÁN: Las luces de Oita


EL AUTOR

      Luis Ferrero, astorgano, emigró a China en el año 2005. Desde entonces ha viajado y pasado largas temporadas entre ese país, Corea del Sur y Japón. Abogado de profesión, promotor de negocios en Asia durante 15 años para una multinacional española, muestra en su novela sus dotes como escritor y una sensibilidad extrema para captar y describir emociones de un mundo que desde aquí parece lejano, pero que él es capaz de acercar con maestría.

 EL LIBRO

      Las luces de Oita es una novela que se adentra en el fenómeno hikikomori (personas que deciden apartarse y abandonar la vida social) a través de una serie de personajes que acompañan al lector por los rincones más insospechados de la sociedad japonesa. Como dice el propio autor, la literatura no ha venido a ofrecer respuestas, sino a plantear dudas.

 EL TEXTO

     "Dentro, la esperanza de una reclusión liberadora, en la que el ruido emitido por las almas en pena -tantas allí fuera- necesariamente acabara cesando y dando paso a la Kurumi añorada por sí misma. Habría de poner fin a ese bombardeo incesante."


 

domingo, 24 de abril de 2022

Maldad

            Como bien indicaba nuestro admirado Serge Gainsbourg, “la fealdad es superior a la belleza, porque perdura”. Lo sabía él mejor que nadie, que era feo como un condenado, aunque algunas de sus canciones sean a la postre de las más hermosas que jamás se hayan escrito.

 

            En esa lógica de pensamiento, lo mismo podemos concluir de la maldad respecto de la bondad: la primera es siempre pertinaz, mientras que la segunda se disuelve con extrema facilidad en el lodazal de la infamia. Es una constante histórica apenas alterada por aparentes momentos de placidez nunca del todo universales. Y es así mismo una constante humana, un comportamiento persistente, en este caso claramente global. Lo extraño es que nos asombren todavía las imágenes de la crueldad o que nos aturdan las conductas inmorales. Con las primeras nos estremecemos. Con las segundas hacemos como si tal cosa o las consideramos simple pillaje. Precisamente desde esta benevolencia cómplice se llega tarde o temprano al estallido de lo salvaje. En el sustrato de toda guerra anida siempre una mentira.

 

            Lo peculiar de esta época nuestra no es la maldad en sí, sino su enormidad, esa cualidad del mal para crecer y extenderse más allá de lo que ha sido soportado ya en el episodio precedente. Frente a esa dinámica, la bondad es una bagatela. Por eso nos es más sencillo identificarnos en las ficciones con los personajes malvados, generalmente más complejos en su psicología y mucho más morbosos en su atractivo. Un personaje benigno es, en cambio, un personaje plano y predecible, más bien soso y casi nada estimulante. Incluso el bueno de las películas ha de contar con un colmillo retorcido para hacerse valer, así en la acción como en el sentir de los espectadores.

 

            Por eso mismo, cuando Gainsbourg redujo el estribillo de la Marsellesa, que es una marcha militar al fin y al cabo, a un sencillo “¡A las armas!... etcétera…” y la acompasó al ritmo reggae, estaba escribiendo muy a propósito un tratado histórico absolutamente intemporal.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 24 abril 2022

domingo, 17 de abril de 2022

Flores

            Contra lo que difunden el refranero y la religión, tendentes siempre al tradicionalismo, personalmente prefiero las flores de abril a las de mayo. En gran medida, porque sobre abril y sus fronteras he construido parte de la mitología personal a la que todos los individuos estamos obligados a levantar como una identidad propia. Por eso me adorno con capilotes, claveles y muguet.

 

            De la juventud y de las praderas del viejo Riaño, el original, el que precedió a la inundación, me llegaron los capilotes, aunque siempre fuimos y continuamos siendo un poco narcisos sin reconocerlo nunca. Treinta y cinco años después de aquella locura, la celebración de la fiesta del capilote, a medio camino entre lo jubiloso y lo elegiaco, resuena todavía en la memoria y obliga a seguir hablando de aquella barbarie humana y ambiental. La floración del valle fue siempre la antítesis del ahogamiento y en ella persistimos para auto-redimirnos.

 

            Celebrábamos entonces, casi a la par, la revolución de los claveles, que en aquella España de pandereta sonaba a orquesta sinfónica. Me recuerdo todavía paseando por las calles de Braganza en el año 1975, observando de reojo, casi como un héroe, a un pobre soldado portugués que se nos cruzó de frente. Luego, siguieron cenas de amistad y camaradería cada 25 de abril hasta que se fueron extinguiendo con los años, como nos extinguimos todos, salvo la elegancia de los claveles.

 

            Y el muguet, poco común por estos pagos, la flor del primero de mayo, extramuros ya del mes de abril, pero que en él florece blanca, globosa y de suave olor almizclado. Se la conoce también como lirio de los valles. Sirve a los franceses y afrancesados para desear felicidad a quien se la ofrecen en esa fecha. Es hermoso entonces ver las calles llenas habitualmente de gente con su ramillete de muguet en las manos. Como dicen allí, un “porte bonheur” (portador de felicidad), un símbolo adoptado desde el congreso fundacional de la II Internacional Obrera, allá por 1889, que aún nos perdura.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 17 abril 2022

domingo, 10 de abril de 2022

Dioses

            El camino del calvario, que abusivamente ocupa las calles estos días, se flanquea de bares, pastelerías y otros desenfrenos para recodarnos nuestro politeísmo: hay un dios que sufre y hay un dios que goza. Lo cual quiere decir que los dioses son eminentemente humanos y que son diversos en su naturaleza. Diversidad compatible y combinable. Casi a la carta.

 

            Los dioses siempre son excesivos, se mire como se mire, pero lo son más aún en su corporeidad humana, es decir, en su representación teatral, a la que son muchos los que se suman con vehemencia. No los ateos, que no somos pocos en verdad, a quienes tanto nos da lo uno como lo otro, esto es, todo tipo de liturgias religiosas o paganas. Eso sí, somos obligados a soportar la función con notable paciencia. Solo el auto-confinamiento, como en una mala pandemia, nos libra de aguantar procesiones y gentíos alborozados. Pero no del todo y tampoco es plan: ¿quién escapa del sonido estridente de tambores y trompetas? ¿quién consigue eludir el andalucismo creciente de los ritos? ¿quién no se topa en alguna esquina con los efectos sucios de la celebración? También hay un dios de la piedad, pero está seguramente en cuarentena por estas mismas fechas.

 

            En realidad, el triunfador, en esta semana y en cualquier otra, de todo el catálogo de dioses es el de los no practicantes. Los que sí pero no, los de por si acaso no vaya a ser, los neutrales: seres indeterminados, indefinidos, amorfos, memos, manipulables, peligrosos. Seres neutros, como los calificaba Unamuno. Sí, también hay un dios no practicante, un dios neutro que teje su red en el Olimpo y en nuestras mentes olímpicamente dóciles, acomodadas y huidizas.

 

            En fin, nadie escapa, ni los ateos, de todo el fervor religioso de siglos y, como contradicciones divinas las tenemos todos, seré honesto y confesaré yo las mías, que son al cabo las del ingenuo Calixto: “¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo y a Melibea amo (…) En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios”.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 10 abril 2022

domingo, 3 de abril de 2022

Europa

            Curados de espanto como creíamos estar, nos espantan ahora los espantos de una guerra que nunca pensamos que volviera a producirse en Europa. ¿Nunca? La última, la de los Balcanes, fue retransmitida en directo por televisión hace unos treinta años y también nosotros, como parte de la OTAN, bombardeamos Belgrado entonces. Leve memoria la nuestra. No nos rasguemos las vestiduras alegremente.

 

            Siempre hemos sido un continente guerrero y no dejaremos de serlo. Conviene hacer hincapié en nuestras señas de identidad, ahora que como potencias económicas y políticas hemos sido casi definitivamente orillados en el mapa mundial. La cultura, sin duda, pero también lo que se ha llamado el modelo social y, por supuesto –volvemos a lo que aquí nos trae- la violencia y la guerra. En todo ello hemos sido sobresalientes. Las dos últimas hemos sabido además exportarlas y hemos alentado aventajados alumnos con los que todavía competimos. El modelo social, por su parte, declina y, por desgracia, no hemos sabido buscarle hueco en el orden globalizado. Así pues, posiblemente, sólo sea la cultura la materia que reste con cierto predicamento para que pueda reconvertirse en elemento de cohesión interior y de proyección exterior suficiente.

 

            Mas la desolación nos nace cuando observamos el papel que juega Europa en las conversaciones cotidianas y en las situaciones domésticas. Aparte de las crisis diversas, sólo el fútbol provoca pasión o permite al menos nombrar algún personaje actual reconocible de otros países europeos. ¿Quién citaríamos de Portugal, quién de Francia o de Italia, quién de Alemania o de Irlanda por no irnos más al Este? Se trataría, pues, de ponerle el cascabel al gato para empezar, por ejemplo, reclamando que quien se encarga en la Comisión de los asuntos culturales tenga tanta presencia pública como Ursula von der Leyen, Lagarde o Borrell. ¿Sabe alguien que existe una Comisaria de Innovación, Investigación, Cultura, Educación y Juventud que se llama Mariya Gabriel? Es búlgara.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 3 abril 2022