El palabrerío, que es la degradación de la palabrería, que es la degradación de la charlatanería inútil, que es la degradación definitiva de la palabra, forma parte sustancial del estruendo de esta época y lo abona. Sin llegar a detenernos en la baba de barras y terrazas de bares, donde si pones la oreja lo más probable es que se te pudra, tanto da que nos fijemos en la frivolidad sobre el salario mínimo en boca de Feijoo que en unos obispos y en el presidente de CEOE de Castilla y León clamando por elecciones que en los diálogos sucios de los corruptos que en el silencio atroz de los corruptores que en los exabruptos del emperador atómico que en las sandeces siempre malintencionadas de Aznar que en la jerga mediática que lo envuelve todo. El palabrerío es un ruido más, tan estrepitoso como las 14 bombas de más de 13.000 kilos arrojadas sobre Irán, una sinfonía desafinada, un hablar por hablar, un griterío, un cacareo, una algarabía ensordecedora. En definitiva, como sucede con los bombardeos, también mata el palabrerío, mata neuronas, o es ejemplo de neuronas muertas o ladinamente mal empleadas.
Frente al palabrerío sólo se levanta la expresión recta y, un poco más allá, la poesía. Su demanda y su cultivo en estos tiempos pueden parecer algo iluso o utópico, pero ¿desde cuándo las utopías están mal vistas? ¿cuánto hace que perdimos la ilusión? Sobre esas dos negaciones y sobre el menosprecio del lenguaje se yergue, en cambio, la labia y la mentira que nos abruman como la sombra de esos aviones murciélago sobrevolando el sur de Teherán con su carga mortífera. No nos dedicamos a enriquecer uranio, pero nada nos libra de la onda expansiva de un proyectil garrulo. Por eso importa tanto militar en la infantería del buen hablar, es absolutamente imprescindible así para sobrevivir como para abrigarse con otros en pro de la razón y contra los grandes palabreros. Leamos poesía, escuchémosla recitar, entretengámonos en los versos procedentes de un paraíso perdido o no tanto.
Publicado en La Nueva Crónica, 30 junio 2025