Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 28 de noviembre de 2021

Pasaporte

 

            Disponer de un pasaporte no representa tanto la capacidad de moverse como la idea de fronteras cerradas. Al fin y al cabo, un pasaporte continúa siendo hoy en día una prebenda para privilegiados y una carga para los desafortunados. Recordemos en tal sentido que, a principios del siglo XX, poco después del origen de este documento estandarizado, las mujeres casadas figuraban como una nota al pie en los pasaportes de sus maridos; ellos sí tenían verdadera libertad de circulación. En la actualidad no hay grandes diferencias entre excluyentes y excluidos, salvo en lo que se refiere a la sofisticación del control: microchips, hologramas, fotos biométricas, códigos de barras… En suma: menos movimiento y más vigilancia. Pensamos que habitamos en un mundo fácil de transitar, pero es todo lo contrario.

 

            Escribo esto a propósito del pasaporte-covid, de nuevo en primera página, y comprenderán bien sin más pormenores por qué me parece un desacierto ese término: demasiado prohibitivo una vez más. Aparte de que lo considero como una medida escasamente adecuada, más bien pura apariencia, una salida por la tangente que no aborda la raíz del problema: la trasmisión es solo una parte de la enfermedad. De modo que, puestos a dar nombre a las cosas, más certero  hubiera sido recuperar la palabra salvoconducto, algo así como que de un lado y de otro se reconoce la autoridad de los contrarios.

 

            En fin, metidos en estos berenjenales fronterizos, por lo general insanos, preferible es traer a colación las Solicitudes para una declaración de apatría, libro que firmó, allá por los primeros ochenta, junto a otros, mi amigo Hilario Franco, ido de la vida hace ya un largo año: “el otoño entonces / viene largo / y gris / de nube a viento / vendaval / o frío / qué distante tu voz / cuando la noche / qué distante / qué distinto / en la calle / cuando de pronto / decías boca / y sonaba trigo labisaliva / aire augurio / cintura ave / y todas las brisas / que circulaban / cuando septiembre / entonces”.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 28 noviembre 2021

martes, 23 de noviembre de 2021

La medida del tiempo

            Cuando nos hundimos de nuevo en el horario invernal, hace escasas fechas, la controversia volvió a animarse. Sucede siempre dos veces al año. Como si la polémica sobre el tiempo, sus usos y medidas se limitara a un vaivén estacional de las horas. A continuación todo vuelve a su ser.

 

            No obstante, el tiempo y sus fugas son un asunto perenne en nuestras conversaciones. Sobre todo, en nuestros lamentos: no tengo tiempo, necesito tiempo, dame tiempo… Y es, obviamente, materia de discusión, negociación e incluso legislación en muchos casos. Luego no es algo menor, sino central en el devenir humano y social. Tanto que, especialmente a partir de la pandemia, ha generado numerosas publicaciones, análisis y debates. También desde el punto de vista sindical.

 

            Señala el sociólogo Jorge Moruno que “si la ciudadanía del siglo XX se vinculó con el derecho al trabajo, la del siglo XXI tiene que hacerlo con el derecho al tiempo: el derecho a vivir con dignidad como algo garantizado al margen de la situación laboral”. Esta aseveración tan rotunda debe ser hoy, a nuestro juicio, el eje nuclear a la hora de pensar acerca de esa magnitud convencional que enmarca nuestras vidas y que llamamos tiempo. Pero la vida, esa vida, la de los trabajadores y trabajadoras, está condicionada de un modo determinante por la jornada laboral, a veces sólo en exclusiva (no olvidemos que trabajo no es sinónimo de empleo). Sin embargo, no sólo debe interesarnos la jornada laboral en sí. Todo lo otro es también decisivo: la vacación, el ocio, el abrir y cerrar de los comercios, el ejercicio de los derechos y deberes de ciudadanía, la cultura como nutriente, los cuidados, la relación con terceros, la atención a uno mismo… constituyen un sinfín de circunstancias que también nos determinan. Y es ahí precisamente donde adquiere total sentido la opinión de Moruno.

 

            Durante el pasado mes de octubre, la Fundación Jesús Pereda de CCOO de Castilla y León llevó a cabo unas jornadas tituladas precisamente “La medida del tiempo”. Participaron en ellas personas vinculadas al sindicalismo, a la sociología, a la gestión cultural, a la economía e incluso a la literatura. De sus intervenciones no se puede decir que hubiese una conclusión única, pero sí que convinimos que se trata de un asunto que requiere examen desde ópticas diversas, más allá de la laboral que todo lo puede, y que reclama decisiones. Fundamentalmente porque una defectuosa gestión de nuestro tiempo no sólo provoca infelicidad, más trabajo y menos bienestar, sino que, además, es germen de desigualdades notables.

 

            Pensemos, por ejemplo, que el tiempo de vida en femenino no responde exclusivamente a criterios de racionalidad económica, como sí lo hace el modelo masculino productivista; de hecho, el tiempo de cuidados o doméstico no es equiparable en absoluto al tiempo de la jornada laboral, pero es así mismo un tiempo que nos consume. Pensemos que son diversas las medidas y los valores del tiempo: tiempo urbano y rural, ciclos de vida, condiciones y cualidades de los trabajos, diferencias entre tiempo libre y tiempo para el consumo…; luego se necesitan políticas del tiempo diferenciadas y planes territoriales de horarios. Pensemos que los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030 se marcan como una meta “reconocer y valorar los cuidados y el trabajo doméstico no remunerados mediante servicios públicos, infraestructuras y políticas de protección social y promoviendo la responsabilidad compartida en el hogar y la familia”; tengamos en cuenta que en España, según datos de 2015, eran 130 millones las horas diarias de trabajo no pagado dedicadas al cuidado. Pensemos que el 41,3 % de la población española declara que llega a casa

demasiado cansada después del trabajo (Eurofound); que El 65% de trabajadores y trabajadoras se sienten requeridos fuera de su horario de trabajo y el 41% no está satisfecho con el equilibrio entre la vida familiar y personal (Barómetro Edenred-Ipsos); que el 82,3 % está a favor de entrar y salir antes del trabajo y el 82,6% de adelantar el prime time televisivo (Barómetro Ulises). Pensemos, en fin, en el tiempo imprescindible para la participación en la esfera social y en las organizaciones que vertebran nuestro mundo; hagámoslo en el tiempo de la cultura, considerada en general como un elemento fundamental del ocio, pero que es mucho más, una base imprescindible para la generación de conciencias críticas, para la creación e incluso para sumar al PIB en términos puramente económicos. Y así sucesivamente.

 

            En definitiva, el catálogo de vericuetos por los que entrar al tiempo y su medida es casi inabarcable. Tan denso como el existir. Podemos considerar que estamos ante una batalla cultural a librar obligatoriamente en esta edad histórica en la que hemos entrado. En ella habrá tensión y discrepancia, fuerzas conservadoras y horizontes de porvenir, haz y envés en cada una de las esquinas que sorteemos en su itinerario. Pero es una batalla cultural ineludible, así para los individuos como para las organizaciones que aspiran a representarlos. Basta ser conscientes de lo que, adelantándose al propio tiempo o quizá porque es un pensamiento perenne fuera del propio tiempo, nos anunció Baltasar Gracián: “Lo único que realmente nos pertenece es el tiempo: incluso aquel que no tiene otra cosa cuenta con eso”.

 


Publicado en: 

El Día de Valladolid, 20 noviembre 2021

El Día de Soria, 20 noviembre 2021

Diario Palentino, 21 noviembre 2021

domingo, 21 de noviembre de 2021

Enanitos

 

            En línea con el gusto Disney de muchos de nuestros ayuntamientos, o debiéramos decir mejor de quienes los rigen, un municipio leonés ha inaugurado recientemente el bosque de los enanitos. Se suma así a esas sandeces de los columpios gigantescos, de los bancos con mejores vistas y de los contenedores panolis; o, peor aún, sigue la senda por donde han ido otras localidades atrevidas de Castilla y León a la hora del éxtasis infantil: un parque dedicado al ratoncito Pérez u otro en ciernes para la familia Simpson. No importa el grado del disparate, todos se explican del mismo modo: “el objetivo es atraer turismo, fijar población, generar empleo y oportunidades de negocio en el municipio”. ¡Cuánto daño está haciendo esa jerga al argumentario político!

 

            Poco importa que los enanitos en cuestión se sitúen en medio de un robledal milenario, al parecer eso no tiene ningún atractivo. Lo que destaca y vende es colocar estorbos artificiales y fuera de lugar, una tirolina por aquí, un merendero por allá, como si el bosque no guardase en sí suficiente interés para el recreo o para romper con nuestro ser anodino. Como si en el entorno cultural no existieran referencias para animar la vida y ensanchar el alma. Como si solo Halloween fuese la razón de existir. Nada son nuestros mitos, nuestros cuentos, nuestra tradición bien entendida al lado de ese proceso colonizador tan burdamente asumido.

 

            Se dirá, naturalmente, que a los niños y niñas les gustan las calabazas, el ratón Pérez o el enanito Gruñón y que con eso se justifica todo, pero también les gusta pegarse, escupir o meterse el dedo en la nariz. Del mismo modo que valoramos la educación en costumbres y en el ejercicio de las tareas ciudadanas, sabemos que se educa el gusto, el saber estar y el comportamiento. Es más, esa educación que supera las fronteras de la escuela es la clave para conocer, apreciar y tener juicio, algo de lo que posiblemente padres y madres, rendidos ante el bombardeo mediático y el consumo, hayan dimitido.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 21 noviembre 2021

domingo, 14 de noviembre de 2021

Terrazas

 

            Llegados a un supuesto fin de la pandemia, se suscita la polémica acerca de qué hacer con las terrazas que proliferaron de forma desordenada como consecuencia del  cierre de los interiores. Bien está que vuelvan a su ser si la vida vuelve al suyo, que está por verse. Pero, de paso, bien podría aprovecharse el momento para discutir y sacar conclusiones compartidas sobre las razones, usos y formatos de esa generosa cesión de espacio público para el aprovechamiento privado. No se hará.

 

            Alguien nos aconsejó años atrás que al visitar París lo mejor que uno podía hacer era sentarse en una terraza y ver pasar el mundo por delante. Debió ser en los tiempos previos a la mundialización, cuando el mundo sólo circulaba por las aceras de contadas y selectas ciudades, porque en las nuestras, casi como ahora si bien se observa, lo que pasaba y pasa por delante sigue siendo la vida provinciana. Con algún acento extra, es verdad, pero tampoco para tirar cohetes. Lo cierto es que, aparte de su destino preciso, dos son hoy los valores añadidos de esas instalaciones. Por un lado, servir de fácil y tumultuoso decorado, bien con el mundo de fondo, bien con el vaho de provincias como envoltorio, para rematar otro selfi más, pues, al fin y al cabo, yo soy lo único importante. Por otro, dejar correr el tiempo hasta que se cruza ante nosotros esa amistad a la que saludamos con un “cuánto hacía que no nos veíamos” y a la que despedimos con un “bueno, ya nos veremos”, mientras sigue pasándosenos la vida. Ningún otro provecho está por encima de estas dos frivolidades.

 

            Quizá sean esas las razones por las que también el ayuntamiento quiere añadir unas terrazas al bazar en que se ha convertido la calle principal de la ciudad, esa barahúnda de cacharros, ese alboroto de mobiliario urbano, ese sumidero de estorbos. Velar en suma por la amplitud de campo de nuestros autorretratos y fortalecer las amistades que se desvanecen por falta de constancia. Noble empeño posiblemente para tanto despropósito.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 14 noviembre 2021

domingo, 7 de noviembre de 2021

Mentiras

 

            Decía el poeta José Ángel Valente que “hablar de la propia vida es entrar de lleno en el terreno de la ficción” y no hay mejor ejemplo de ello que la literatura toda, incluso la mala literatura. Sin embargo, esa traslación no puede realizarse a la inversa salvo con intención maliciosa, es decir, convertir la ficción en vida, en toda o casi toda vida. Lo primero es creación. Lo contrario, mentira.

 

            Sucedió así siempre, no pensemos que lo nuestro es distinto. Ahora bien, lo que convierte a estos tiempos en especialmente engañosos es precisamente la generalización del procedimiento invertido que antes citábamos: la publicidad o la propaganda, ciertas artes políticas, los negacionismos sistemáticos, las finanzas, la manipulación del lenguaje… son sus principales y más comunes manifestaciones. Pero donde la mentira es norma sobre todo es en el creciente mundo virtual que se apodera de nuestro ser y de nuestro estar, esto es, del absoluto existir, con nuestra complacencia. El último eslabón en esa cadena, que está por ver si llega o si se trata solo de otra falsedad, se llama metaverso.

 

            Asusta por ello escuchar a ese tal Zuckerberg animándonos a entrar en un universo irreal para comprar, para divertirse y trabajar. También para relacionarnos entre nosotros. ¡Qué cosas! Someternos en suma a un molde de vida virtual diseñado por este artista y sus ingenierías, cuya intención última, no lo ignoremos, es engrandecer su cuenta corriente, no nuestra felicidad. Anular en suma nuestra capacidad de creación y sustituirla por el camelo. Y todo ello a través del cristal de unas gafas alienígenas que harán desaparecer el verdadero paisaje: ser y pantalla en un solo ente, una fusión fría, nada más allá ni más acá. A propósito de ello cabrá entonces recordar lo que, sin ir tan lejos, apunta ya el neuropsiquiatra Boris Cyrulnik: “Ante una pantalla el cerebro se entumece”. Y concluyamos en consecuencia que ese futuro, como parte de este presente, es tanto no creación como no pensamiento.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 7 noviembre 2021

viernes, 5 de noviembre de 2021

MARIO AMORÓS: ¡No pasarán!

 


EL AUTOR

Mario Amorós es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y licenciado y doctor en Historia por la Universidad de Barcelona. Ha sido profesor invitado en la Universidad de Chile y  entre sus obras destacan las biografías dedicadas a Salvador Allende, Pablo Neruda y Augusto Pinochet. En su faceta de periodista escribe habitualmente en medios de comunicación relevantes, tanto españoles como chilenos.

EL LIBRO

A partir de documentos excepcionales y en buena parte inéditos, “¡No pasarán! Biografía de Dolores Ibárruri, Pasionaria” es un relato biográfico riguroso y sobre todo necesario de una de las grandes figuras del movimiento obrero y comunista internacional, de una personalidad esencial para comprender la historia de la España contemporánea. El libro incluye también una pequeña muestra fotográfica de la biografiada.

EL TEXTO

Una cita al principio firmada por Pierre Vilar: "Ella siempre será para mí -y pienso que para la Historia- la encarnación, en un episodio clave, de la mujer, de la madre del pueblo, de una patria en peligro y de la fe revolucionaria".