Cuando
nos hundimos de nuevo en el horario invernal, hace escasas fechas, la
controversia volvió a animarse. Sucede siempre dos veces al año. Como si la
polémica sobre el tiempo, sus usos y medidas se limitara a un vaivén estacional
de las horas. A continuación todo vuelve a su ser.
No
obstante, el tiempo y sus fugas son un asunto perenne en nuestras
conversaciones. Sobre todo, en nuestros lamentos: no tengo tiempo, necesito
tiempo, dame tiempo… Y es, obviamente, materia de discusión, negociación e
incluso legislación en muchos casos. Luego no es algo menor, sino central en el
devenir humano y social. Tanto que, especialmente a partir de la pandemia, ha
generado numerosas publicaciones, análisis y debates. También desde el punto de
vista sindical.
Señala
el sociólogo Jorge Moruno que “si la ciudadanía del siglo XX se vinculó con el
derecho al trabajo, la del siglo XXI tiene que hacerlo con el derecho al
tiempo: el derecho a vivir con dignidad como algo garantizado al margen de la
situación laboral”. Esta aseveración tan rotunda debe ser hoy, a nuestro
juicio, el eje nuclear a la hora de pensar acerca de esa magnitud convencional
que enmarca nuestras vidas y que llamamos tiempo. Pero la vida, esa vida, la de
los trabajadores y trabajadoras, está condicionada de un modo determinante por
la jornada laboral, a veces sólo en exclusiva (no olvidemos que trabajo no es
sinónimo de empleo). Sin embargo, no sólo debe interesarnos la jornada laboral
en sí. Todo lo otro es también decisivo: la vacación, el ocio, el abrir y
cerrar de los comercios, el ejercicio de los derechos y deberes de ciudadanía,
la cultura como nutriente, los cuidados, la relación con terceros, la atención
a uno mismo… constituyen un sinfín de circunstancias que también nos determinan.
Y es ahí precisamente donde adquiere total sentido la opinión de Moruno.
Durante
el pasado mes de octubre, la Fundación Jesús Pereda de CCOO de Castilla y León
llevó a cabo unas jornadas tituladas precisamente “La medida del tiempo”.
Participaron en ellas personas vinculadas al sindicalismo, a la sociología, a
la gestión cultural, a la economía e incluso a la literatura. De sus
intervenciones no se puede decir que hubiese una conclusión única, pero sí que
convinimos que se trata de un asunto que requiere examen desde ópticas
diversas, más allá de la laboral que todo lo puede, y que reclama decisiones. Fundamentalmente
porque una defectuosa gestión de nuestro tiempo no sólo provoca infelicidad,
más trabajo y menos bienestar, sino que, además, es germen de desigualdades
notables.
Pensemos,
por ejemplo, que el tiempo de vida en femenino no responde exclusivamente a
criterios de racionalidad económica, como sí lo hace el modelo masculino productivista;
de hecho, el tiempo de cuidados o doméstico no es equiparable en absoluto al
tiempo de la jornada laboral, pero es así mismo un tiempo que nos consume.
Pensemos que son diversas las medidas y los valores del tiempo: tiempo urbano y
rural, ciclos de vida, condiciones y cualidades de los trabajos, diferencias
entre tiempo libre y tiempo para el consumo…; luego se necesitan políticas del
tiempo diferenciadas y planes territoriales de horarios. Pensemos que los
Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030 se marcan como una meta “reconocer
y valorar los cuidados y el trabajo doméstico no remunerados mediante servicios
públicos, infraestructuras y políticas de protección social y promoviendo la
responsabilidad compartida en el hogar y la familia”; tengamos en cuenta que en
España, según datos de 2015, eran 130 millones las horas diarias de trabajo no
pagado dedicadas al cuidado. Pensemos que el 41,3 % de la población española
declara que llega a casa
demasiado cansada después del trabajo
(Eurofound); que El 65% de trabajadores y trabajadoras se sienten requeridos
fuera de su horario de trabajo y el 41% no está satisfecho con el equilibrio
entre la vida familiar y personal (Barómetro Edenred-Ipsos); que el 82,3 % está
a favor de entrar y salir antes del trabajo y el 82,6% de adelantar el prime
time televisivo (Barómetro Ulises). Pensemos, en fin, en el tiempo imprescindible para la participación en la
esfera social y en las organizaciones que vertebran nuestro mundo; hagámoslo en
el tiempo de la cultura, considerada en general como un elemento fundamental
del ocio, pero que es mucho más, una base imprescindible para la generación de
conciencias críticas, para la creación e incluso para sumar al PIB en términos
puramente económicos. Y así sucesivamente.
En definitiva, el catálogo de
vericuetos por los que entrar al tiempo y su medida es casi inabarcable. Tan
denso como el existir. Podemos considerar que estamos ante una batalla cultural
a librar obligatoriamente en esta edad histórica en la que hemos entrado. En
ella habrá tensión y discrepancia, fuerzas conservadoras y horizontes de
porvenir, haz y envés en cada una de las esquinas que sorteemos en su
itinerario. Pero es una batalla cultural ineludible, así para los individuos como
para las organizaciones que aspiran a representarlos. Basta ser conscientes de
lo que, adelantándose al propio tiempo o quizá porque es un pensamiento perenne
fuera del propio tiempo, nos anunció Baltasar Gracián: “Lo único que realmente
nos pertenece es el tiempo: incluso aquel que no tiene otra cosa cuenta con
eso”.
Publicado en:
El Día de Valladolid,
20 noviembre 2021
El Día de Soria,
20 noviembre 2021
Diario
Palentino, 21 noviembre 2021