Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 28 de febrero de 2021

Esperanza


            La esperanza es un horizonte eternamente diferido. Esperanza es neurosis y pasividad. La esperanza nos convierte en rehenes de los dioses y de sus embajadas en la Tierra. Por eso, frente al dicho popular, defiendo que la esperanza es lo primero que se pierde. Sólo de ese modo abandonamos la quietud y actuamos, sólo de ese modo nos convertimos en actores de cambio que procuran cuanto está en su mano para alcanzar el paraíso ahora: “islas hay en el tiempo donde vivir querrías, / y pueblos donde son las tareas comunes”, cantaba Pablo Guerrero.

            Esto pienso a punto de cumplirse un año de esperanzas desesperanzadas en las que aún continuamos instalados. La realidad nos ha enseñado que en este caso todo se lo debemos al saber, al conocimiento, a la ciencia, no a la superchería, no a los embrujos, no a las rogativas. De habernos sentado en un queso para comer de otro, como recoge también el aforismo, ni habríamos abandonado las cavernas ni, un año después del primer cataclismo, estaríamos haciendo cola para recibir un inyectable sanatorio. Por no citar, claro, a quienes directamente niegan los hechos y los datos, de cuyo obrar dan testimonio sus resultados.

            Siempre sospeché que las virtudes teologales eran una trampa, otra trampa, y que de las tres la esperanza era la más corrosiva. Por sí misma y por su contraria, la desesperación. Una y otra son un freno para la vida. La una porque la deja a su albur; la otra porque la apaga. En cualquier caso, afrontada la enfermedad con solo esas herramientas intangibles no habría curación sino lasitud perpetua. Como ocurriría por igual allá donde mirásemos y fuese la materia que fuese. Acabaríamos ensimismados y aislados, que es exactamente lo opuesto a los logros colectivos, que son en definitiva los que transforman el mundo.

            De la fe y de la caridad podría escribirse otro tanto y hay tema para ello en este contexto, pero no toca. Concluiremos, pues, que si una esperanza nos mueve no es otra que la que solo sabe bailar cha cha cha.

Publicado en La Nueva Crónica, 28 febrero 2021

viernes, 26 de febrero de 2021

ABEL APARICIO: ¿Dónde está nuestro pan?

EL LIBRO

         "¿Dónde está nuestro pan?" es un libro que incluye tres relatos: el que da título general al conjunto más “Tren 485” y “La línea”. El escenario y una época concreta los une a los tres: entornos mineros de la provincia leonesa durante los años de la guerra civil y de la consiguiente posguerra. Además, especialmente en el primero y en el último de ellos, se destaca el papel jugado por las mujeres en esos espacios, en las luchas, en las reivindicaciones y en la resistencia con dignidad. Pocas veces se había abordado en el ámbito de la literatura la condición de “mujeres mineras”, lo que hace del libro un testimonio necesario y le concede un valor incluso más allá de lo puramente literario. En suma, historias con base real, que pueden ser abordadas desde ambas perspectivas y de ambas extraer aprendizajes y valores.

EL AUTOR

        Abel Aparicio es leonés (San Román de la Vega, 1980). Es colaborador habitual de los diarios Astorga Redacción y Diario de León. Ha publicado varios libros de poesía y de rutas viajeras, entre los que destacamos “Tintero de tierra” o “La ruta del Tuerto”.

 

EL TEXTO


        "Guiana bajó del coche y, dándose la vuelta, le dijo adiós con la mano. Camino del bar, volvió a pensar sobre lo que había visto. Aquello tenía que solucionarse. Ése no podía ser el reflejo de un valle. La lucha de su abuela merecía más, mucho más. Ahora le tocaba a su generación, era su momento".



domingo, 21 de febrero de 2021

Mocos

 


            Bajé del tren a primera hora de la mañana. Frescor. El andén estaba despejado. Apenas un guarda de seguridad y yo mismo. Estornudé. Por razones biológicas que no requieren explicación, retiré la mascarilla para sonarme los mocos. El guarda vino hacia mí como una centella y me advirtió de que no podía estar allí sin la dichosa prenda o lo que sea. “Estoy sonándome los mocos”, dije. “Usted sabrá, pero póngasela en cuanto termine”, respondió.

 

            El mundo se ha convertido en un pañuelo lleno de mocos y cada cual hace lo que puede para contribuir a ese espectáculo pringoso. Naturalmente, hay diferencias entre el exceso de celo de un guarda de seguridad y los resultados de la ultraderecha en una elecciones autonómicas, pero tampoco hay gran distancia, son mucosidades muy semejantes. De hecho, otro efecto de la globalización ha sido ése: la fácil transmisión de secreciones viscosas de un extremo a otro del planeta y desde unos comportamientos alejados hasta otros mucho más cotidianos. Por fortuna, las dichosas mascarillas nos evitan observar en crudo una parte de esas congestiones, salvo las mías, que soy un maleducado y por eso me llaman la atención en el andén de las estaciones. Debo confesar que también me han reconvenido por fumar o por comerme un bocadillo. En cambio, al parecer no hay problema ni riesgo de resfriado ni ofensa en que me obliguen a quitarme la ropa de abrigo, introducirla en el escáner con otras prendas y equipajes en plan orgía y volvérmela a poner en comunión con potenciales virus propios y ajenos. Según los guardas de seguridad, “es lo que toca”.

 

            Si no fuera por la mala leche que se adivina detrás de algunos procederes, bien podría decirse que estamos ante una regresión infantil como tantas otras que se suceden desde que se inventó el cine familiar. Mucho tiene que ver con cuando éramos niños o niñas lo de comerse los mocos, que por cierto dicen ahora los expertos que es algo sanísimo. Incluso hurgarse la nariz. Y recomiendan además hacerlo con orgullo.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 21 febrero 2021

viernes, 19 de febrero de 2021

VV.AA.: Conciencia de clase...


LOS AUTORES

        Varios son los nombres que firman esta colección de relatos y crónicas y variada también es su condición: periodistas como Joaquín Estefanía, Rafael Fraguas o Antonio Campos; sindicalistas como Unai Sordo; escritores como Elvira Lindo, Manuel Rivas o Benjamín Prado; historiadores como José Babiano, Maika Muñoz o Javier Tébar; economistas como Bruno Estrada; etc.

EL LIBRO

         “Conciencia de clase. Historias de las Comisiones Obreras” es un libro que incluye quince relatos más un epílogo que hablan de resistencia, de huelgas, de la lucha por los derechos de los trabajadores y trabajadoras y por la democracia. Una serie de vivencias que ilustran la historia de Comisiones Obreras, que es en gran parte la historia de este país y que es necesario contar y conocer, al menos para compensar otros relatos nada imparciales. Un mosaico compuesto por teselas emocionantes, hechos relevantes y figuras comprometidas que deben orientar también los rumbos futuros.

EL TEXTO

        Dice Joaquín Estefanía en el prólogo: "Las crisis y sus gestión. Hay muchas razones de ello (la política económica aplicada, la disímil correlación de fuerzas, la globalización realmente existente, etc.), pero una de ellas, de la que se habla poco siendo significativa, es la disminución del porcentaje de trabajadores sindicalizados. La pérdida de influencia de los sindicatos en sus labores de mediación y de confrontación con la realidad. Conforme ha ido disminuyendo esa influencia también ha empeorado la suerte de las clases bajas y medias, sobre todo en el sector privado, lo que hace interrogarse sobre qué sucedería si desapareciesen los sindicatos o quedasen extremadamente debilitados, como quieren los neoliberales más ideologizados".


domingo, 14 de febrero de 2021

Desenamorados

 


            Muy pocas fechas resultan tan almibaradas como el 14 de febrero. Aunque venga de lejos, al menos desde las fiestas romanas dedicadas a la fertilidad, fue la Iglesia Católica quien la cristianizó por medio del supuesto mártir San Valentín, con sus dudosas leyendas a cuestas, y fue el comercio quien la sacralizó definitivamente en el altar de los expositores para mayor gloria de las ventas de temporada.

 

            Sin embargo, tanta carga de amor lleva el día como fardos de desamor deja. O a la inversa, pues una y otros son haz y envés inseparables y cuanto más se ensalzan los enamoramientos más sobresalen a la postre los desenamorados, por más que no sean motivo de festejo ni se convoquen banquetes de desengaño. Lo decía de forma precisa y preciosa para la ocasión Rafael Sánchez Ferlosio: “No me quiere; tal vez no es Melibea… ¡Claro que es Melibea! Lo que pasa es que yo no soy Calixto”.

 

            Son los abatidos del amor, no los sumidos en el amor, quienes mejor expresan esos trastornos del sentimiento y por eso mismo habrían de ser celebrados tanto o más que quienes viven el arrebato. Sobrados van estos últimos de dopamina y otras sustancias químicas como para necesitar además mayor estímulo externo. En cambio, heroicos son quienes sobreviven a esos procesos y persisten en el sentir con devoción encomiable. Más aún en los tiempos del amor precario: se ama para toda la eternidad, sí, pero una eternidad fugaz y de episodios sucesivos; se ama hasta morir, sí, pero una muerte sutil y con retorno; se ama con todas las fuerzas, sí, pero unas fuerzas sometidas a un diseño leve y acomodado. Perenne es el arte de amar no obstante.

 

            Brindemos entonces por la obstinación sentimental pero con indispensable continencia, veneremos los ritos del amor con la cautela de quienes conocen la acidez de los desamores y recordemos siempre lo que nos advertía el sabio Manuel Vázquez Montalbán: “¿Cómo amaríamos si no hubiésemos aprendido a amar en los libros? ¿Cómo sufriríamos? Sin duda, sufriríamos menos”.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 14 febrero 2021

domingo, 7 de febrero de 2021

Sobredosis


            A nadie extrañará esa pugna entre contrarios que consiste en enfrentar la dosis y la sobredosis. En tiempos de contrastes agudos como los nuestros es al fin y al cabo una muestra más, aunque tenga sus matices. Sobre todo porque no hay equilibrio entre las partes.

 

            Frente a la agonía de las dosis (en su cantidad, en su aplicación y en su efecto), sobresale el exceso de las sobredosis que abruman, irritan e incluso matan. Enero fue un mes de sobredosis en todos los sentidos (en cifras, en borrascas, en espectáculos bochornosos y bárbaros) y parece no querer quedarse atrás este febrero loco que nunca se puede aventurar por dónde sale. Vivimos instalados en la desmesura: lo es la pandemia, lo es la sobreinformación, lo es la temperatura, lo es el lenguaje con que se habla de esos mismos desafueros. Todo tiende a la exageración y empequeñece por el contrario cuanto habría de sernos natural en debidas dosis: el trabajo, la compañía, la vacuna, el calendario… Quien se exprese con templanza es condenado al ostracismo. Quien acentúe el histrionismo es elevado a los altares.

 

            Con todo, lo insoportable es la sobredosis de ídolos que nos construyen o construimos para combatir la calamidad y que, a la postre, avivan la depresión cuando inevitablemente se tambalean y caen. Así ha ocurrido a lo largo de la historia y a ello volvemos con necedad incurable. Ídolos como la propia vacuna, a la que se apuntan incluso los consejeros incrédulos. Ídolos como las navidades que había que salvar a toda costa. Ídolos como las terrazas madrileñas. Ídolos como la autodeterminación, como la patria o como el gin tonic. Todos producen resaca.

 

            Sociedad pagana ésta en la peor de sus acepciones, que necesita cada vez más de fetiches, por lo general irreales, para no reconocer las propias miserias y encararlas con sensatez y en la su justa proporción. Tal vez de ese modo no estaríamos mucho mejor de salud, pero nunca peor. Sabemos desde Paracelso que es la dosis lo que diferencia el veneno del remedio.


Publicado en La Nueva Crónica, 7 febrero 2021