Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 28 de agosto de 2022

Boda

            Regresando andaré de una boda en Galicia cuando esta columna alumbre. Es importante. La boda, quiero decir. No tanto por sus protagonistas (ella, María, nos ha alegrado la vida desde niña y hoy lo continúa haciendo), como por el hecho de que alguien decida expresar con firmeza sus sentimientos. Sea en la forma que sea. En una sociedad donde también el amor y la amistad son precarios, casi líquidos en ocasiones, escurridizos, confirmar el afán de persistencia formal en una relación es un acto políticamente comprometido. Aunque eso no sea relevante para María y para Fran, sí lo es para su entorno, para esas redes de apoyo mutuo tan necesarias frente al reino del individualismo salvaje.

 

            Luego, bien lo sabemos, la vida dura lo que dura el amor. No a la inversa.

 

            En el fondo, el capital nos quiere sueltos. O ligeros en todo caso. Eso se acomoda mejor a sus exigencias de movilidad en todos los frentes. Enamorarse, en cambio, es un lastre para sus fines. Engancha, desgasta e incluso afirma la personalidad. Entonces el rendimiento se resiente y la realidad se cuestiona. Decía Ortega y Gasset que “según se es, así se ama”, aunque bien podríamos darle la vuelta al pensamiento y considerar que se ama para ser, lo cual produce una clara transformación individual y social. Eso es rebeldía en esta época adocenada, donde todo se consume a la carta a golpe de clic, donde los encuentros se producen mediante aplicaciones del móvil y donde el horizonte de una relación no va más allá del horario del ocio que llaman nocturno.

 

            Por todo ello una boda es estimulante, como lo es resolver una cita entre amigos eternamente postergada o la sonrisa cómplice de la funcionaria en el registro de parejas de hecho. Vale, deberíamos restarle comercio y oropel, pero eso queda a gusto del consumidor y no empaña lo sustancial: hay dos nuevos rebeldes que se suman al catálogo y nosotros hemos participado en la revuelta. Si lo pensamos tranquilamente, no están los tiempos para objeciones de conciencia.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 28 agosto 2022

domingo, 21 de agosto de 2022

Barbacoa

            De todo el vocabulario estival, con sus significados a cuestas, el término que consume toda mi benevolencia es barbacoa. No puedo con él ni con cuanto con él me llega. Tanto me da que se trate de ese método humeante para preparar la carne, en el que siempre se declaran expertos que no son tales y que convierten la merienda campestre en un cristo, como la salsa así llamada, que, contra lo que se dice, no da sabor a la carne, sino que directamente se lo quita. Tanto me da la extravagante canción de Georgie Dann así titulada, tan repetida y por tanto tan aborrecida casi como los vídeos de Rosalía -ese talento extraviado-, como el ágape convocado de ese modo y que no deja de ser un tostón de camaradería a pie firme y en disposición de marcha, es decir, cualquier cosa menos el sagrado arte de comer. En fin, si lo pensamos un poco, el verano todo es una barbacoa: para chuparse los dedos.

 

            No digo yo que esa estación no ofrezca mejores estampas, todos las hemos conocido en mayor o menor medida, pero cuanto se retransmite hoy acerca de los usos y costumbres veraniegas, que en el fondo es lo que hay y por eso se imita y se reincide, llama a amar el invierno con el mayor de los fervores. O a exiliarse al hemisferio opuesto, donde por estas fechas andarán más bien recogidos para esconderse del frío y no cantarán las mismas patochadas. De esto último no estoy muy seguro, francamente.

 

            El caso es que, si no fuera una frivolidad, podría afirmarse que la península Ibérica toda es una barbacoa en estos meses, una barbacoa de las tradicionales de leña, puro fuego bien atizado por todo tipo de elementos humanos e inhumanos. De todas maneras, si de frivolidades hablamos, siempre hay quien gane. Ese señor que nos vicepreside por acá, sin ir más lejos, un auténtico bombero-torero en materia de incendios y en cualquier otra materia que toca. Un verdadero Georgie de la política. De su boca salen, cada vez que habla, los peores estribillos de la canción del verano, apenas aptos para necios.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 21 agosto 2022

domingo, 14 de agosto de 2022

Piel

Mi dermatóloga me explica con minuciosidad científica a qué responde cada una de las alteraciones en mi piel: la edad, el sol y otros vicios dañinos son, según ella, las razones de su paulatina decadencia. Me receta un antibiótico temporal, una crema permanente y me recomienda que evite en lo posible las agresiones solares y que use para ello un protector de alto nivel. Antes de abandonar la consulta, se me ocurre comentarle que quizá sea la vida, sus dramas y sus venturas, la que ejerce un mayor e indefinido efecto sobre nuestras pieles, pues al cabo son nuestra primera coraza para lo uno y nuestro primer útil de comunicación para lo segundo. Naturalmente, me responde, con algo de ternura en su voz, que eso es poesía y que quizá debiera preguntar a otra especialista, una filóloga tal vez. Le digo que yo mismo soy filólogo y que quizá ése sea mi problema, una tendencia poco natural a rebuscar palabras en el vertedero de la vida y que, en ese hozar, la piel se me resiente mucho antes que otras vísceras mejor acomodadas en el cuerpo. En fin, nos despedimos cariñosamente, no vaya a ser que por este desencuentro disciplinar me aparezca otro lunar no se sabe dónde.

 

¿Quién soy yo para quitarle la razón a mi dermatóloga? Al contrario, cumplo escrupulosamente sus recomendaciones y procuro protegerme de la edad, del sol y de los vicios, si posible fuera. Sin embargo, persisto para mis adentros en que hay algo más que motivos clínicos en esta descomposición epidérmica. De hecho, cuando al llegar a casa contemplo en el televisor ciertas noticias del día, siento cómo la piel hierve, se brota y acaba poniéndose colorada, casi como cuando tú me miras. En cambio, superado ese trance, llegada la hora de acostarse, con el roce ligero entre pieles, sin ir más lejos, noto que mi piel se hidrata por sí sola, diría incluso que rejuvenece, se desviste de tumorcillos y se adormece suavemente. No sé, serás tú, será la luna o que no me entretengo con el vocabulario estéril de la vigilia…

 

Publicado en La Nueva Crónica, 14 agosto 2022

domingo, 7 de agosto de 2022

Sequía

            En aquellos años la sequía se apellidaba pertinaz. Fue un estribillo repetido por el régimen para ocultar su impasibilidad y disimular su falta de acción ante la hambruna de aquella década. Hoy las investigaciones han confirmado que en realidad sólo hubo un año en la primera posguerra con evidente déficit de agua. Echar balones fuera siempre fue muy propio de las derechas simples y extremas y lo sigue siendo. Basta con atender a esa alusión tragicómica al ecologismo radical para darle la espalda a la gestión cruel de los incendios. Basta escuchar a los autárquicos de nuestros días para convenir que no ha habido evolución en ellos ni la habrá. ¿Y en nosotros?

 

            Pero la sequía existe en verdad y va y viene y se enseñorea de cuando en cuando de esta tierra de conejos. No debiera, pues, provocar asombro sino inducir previsión, como quien sabe que habita un espacio sísmico y establece mecanismos de anticipación y de alerta. No sucede así en esta paramera. No sucede porque la civilización es el agua y la humedad, mientras que lo contrario es fiarse de la providencia sin más. ¿Cuántas piscinas particulares más hay desde el último episodio de sequedad? ¿Cuántos campos de golf? ¿Cuántos regadíos extraviados? ¿Cuántos acuíferos exprimidos?

 

            Por algo la leyenda situó el paraíso entre dos ríos y no en una tierra yerma, por algo respiramos al atravesar en dirección norte los túneles del Negrón o de la Perruca y descubrimos que orvalla, por algo el sonido del agua nos amansa. Reconocemos en todo ello nuestra cualidad primitiva de seres acuáticos, un besugo por aquí, una estrella de mar por allá, un tul de posidonias por vestido… En cambio, el sol, el estiaje y el agostamiento repetido, aparte de irritarnos y alejarnos, nos amojaman, hacen de nosotros carne seca, sudor y sal, una contra-evolución de la especie. Leamos, al menos para refrescarnos, a Juan Ramón Jiménez: “Quisiera que mi vida / se cayera en la muerte, / como este chorro alto de agua bella / en el agua tendida matinal”.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 7 agosto 2022