Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 29 de noviembre de 2020

Bocinas

 

            Fácil es suponer que de voz proceda bocina, aunque no tanto es conocer que su original latino significaba trompeta. Sea como fuere, lo que en la actualidad entendemos por bocina es directamente el instrumento que en los vehículos emite señales acústicas. Los más finos lo llaman claxon, que en realidad es una marca cuyo origen se tomó del griego, donde venía a significar chillar o rugir. En fin, la distancia que se aprecia entre, por un lado, voz y trompeta y, por otro, chillido o rugido es la misma que puede existir entre una bocina y un claxon.

 

            Últimamente están de moda las manifestaciones amenizadas por el sonido de los cláxones (así de esdrújula es la cosa) y no tanto por el de las bocinas. También en esto hay clases y manifestantes. No es lo mismo, evidentemente, hacerlo a pinrel que bien acomodados en el asiento de un automóvil. Como no es lo mismo un sonido de origen eléctrico o mecánico que gritar una consigna a voz en grito o haciendo bocina, es decir, ayudándose con las manos alrededor de la boca para amplificar la voz. Los finos simplemente tocan el claxon, aunque en verdad no es nada fino. Al contrario, es un signo de barbarie acústica, que es muy probable que esté en consonancia con el esplendor intelectual de quienes presionan el volante para que el artilugio atruene a quienes pasean al lado. En tal caso, bien podríamos llamar pito al artefacto, esto es, tocar el pito, aunque seguramente no sea una expresión acorde con gentes tan estudiadas. Me van a perdonar, pero eso es lo que gusta a las criaturas menores cuando se suben a un tiovivo: tocar el pito.

 

            Como casi todo en la vida, una manifestación también es forma y la forma dice tanto como el contenido que la motiva. En el caso de las manifestaciones rodantes de los últimos tiempos, casi todo es forma ante la debilidad de argumentos, una especie de aquí estoy yo intercambiable para la educación, la patria o la mascarilla, tanto da. El caso es hacer ruido y agrandar el tremendismo, que es el ruido total.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 29 noviembre 2020

domingo, 22 de noviembre de 2020

Soria


            Es natural ensimismarse a veces, sobre todo cuando los elementos son adversos, y buscar en uno mismo la descripción de lo que nos envuelve como si de un sentir general se tratase.

 

            Diré por eso que ha transcurrido un año desde mi última visita a Soria. Estuve allí en noviembre del año pasado, junto a Juan Carlos Lorenzana y Héctor Escobar, para la presentación del libro “Relatos mineros”. Debí haber regresado a finales de enero de este año, pues me había citado allí con la película “La defensa, por la libertad”, pero al cabo no fue posible. Luego, como un castigo, vino el aislamiento y la sucesión de meses cargados de cierta melancolía hasta este aniversario todavía en la distancia. Durante ese tiempo me han sobrado horas y días para revisar con cariño los paseos por El Espolón y por la calle Collado acompañado por Nicolás Sartorius, Rafael Saravia, Javier Dámaso, Rosa Martín, Marcel Camacho, Luis Díaz Viana, Joseba Eceolaza, Paco Naranjo y mi tocayo Toxo. También para volver a escuchar los conciertos compartidos con Agua Proyect en el Bar Avalón y con Ley Mostaza en la Alameda. Y, naturalmente, revivir conversaciones y momentos entrañables juntos a mis amigas y amigos sorianos, junto a Javier Moreno, Ana Romero, Juanjo Catalina, Isolda Morales, Cristina Ochagavía, María Enciso… Me gusta llegar a Soria solo porque esa soledad pronto se hace sonora. Me gusta viajar a Soria en uno de esos autobuses lentos e incómodos, bien por Burgos, bien por Aranda de Duero, atravesando poblaciones tan solitarias como cargadas de emociones para mí casi estudiantiles. Me gusta detenerme en Salas de los Infantes o en San Esteban de Gormaz. Me gusta incluso la pintada en uno de los muros de la desangelada estación de autobuses.

 

            En fin, un efecto secundario más de la enfermedad es que nos vuelve sentimentales. O tal vez no. Tal vez sea cierto que hemos perdido un año de vida y que habremos de releer de nuevo a Machado para confiar en que nuestro corazón conozca otro milagro de la primavera.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 22 noviembre 2020

domingo, 15 de noviembre de 2020

Empate


            Casi todo tiende al empate. La polarización no es sólo una cuestión política. La competencia severa a dos bandas se dirime en varios campos sin perspectiva de solución sencilla. Repasamos el desenlace de las tres grandes pruebas ciclistas de este año y observamos que en las tres el ganador lo ha sido por una escasa diferencia: 24 segundos en la Vuelta, 39 en el Giro y 59 en el Tour. Además, los candidatos disputaron el triunfo casi hasta el último kilómetro en las tres carreras. Por no mencionar que también reñidas fueron hasta la última línea las recientes clásicas Lieja-Bastogne-Lieja y Tour de Flandes, con los duelos entre Roglic y Alaphilippe y entre Van Aert y Van der Poel, respectivamente. Fueron siempre victorias agónicas.

 

            Dejando a un lado la épica de esos ejemplos, si aterrizamos en los barullos políticos cotidianos, observaremos que eso mismo sucede, con excepciones, en numerosos casos. No sólo en las recientes elecciones imperiales en los Estados Unidos, lo más actual y disparatado, sino también en el salto habido en España desde el bipartidismo al bibloquismo o en los interminables episodios del dichoso procés, donde independentistas y no independentistas parecen condenados al empate en casi todos los escrutinios. Ni en lo épico hay figuras que arrasen como en los tiempos de Hinault o Induráin ni en los procesos electorales hay mayorías absolutas a la antigua usanza. Incluso tienden a la igualdad, según las encuestas, los convencidos o los temerosos de la vacuna que nos tienen anunciada.

 

            La diferencia sustancial entre el ciclismo y la política radica en que un segundo en el primer caso es el triunfo absoluto, mientras que en política un voto de diferencia es suficiente para ganar pero no para gobernar. Tampoco para ser oposición sin más. Cabe exigir, pues, que del mismo modo que evolucionan las aritméticas así también debieran hacerlos los modos políticos, aunque no está tan claro. Frente a los tiempos nuevos, siguen vivos los viejos modos calamitosos.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 15 noviembre 2020

domingo, 8 de noviembre de 2020

Banderas

            Hablemos de otra cosa. De algo sin importancia. Del desprecio por el lenguaje, pongo por caso, que es asunto menor donde los haya.

 

            Resulta ahora que los medios de comunicación locales, todos los locales e incluso agencias, informaron unos días atrás de que el Parque de Quevedo de esta ciudad veía renovada su green flag gracias a su cuidado y biodiversidad. Esto escrito así en grandes titulares para que todos los aldeanos y aldeanas, notables angloparlantes, lo advirtieran de buenas a primeras sin mayor esfuerzo. Como cuando informan de que se han concedido no sé cuantos millones de banderas azules (no escriben blue flag en esos casos) a playas y otros charcos para el baño. Todo lleno de banderas y de flags, según se mire o se cuente.

 

            En fin, argumentarán que en el caso que nos ocupa la fórmula deriva de los llamados Green Flag Award, un galardón internacional concedido, curiosamente, por la Asociación Española de Parques y Jardines Públicos, que tampoco se llama así del todo, sino AEPJP, porque también les gustan las siglas como a los periódicos. Por eso lo del inglés. En cambio, lo de las banderas azules es otro galardón que no es de aquí, las concede la Fundación Europea de Educación Ambiental junto a otros organismos del viejo continente, de donde sí cabría esperar el inglés. Pero no, quizá a causa del brexit; o al menos de un brexit preventivo, pues se vienen otorgando desde 1985, cuando la Primera Ministra del Reino Unido era Margaret Thatcher y no Boris Johnson. Un lío.

 

            Es lo que tienen las banderas, que es fácil enredarse en ellas o con ellas. Y es lo que tiene así mismo la tontería hispana, que llama awards a los premios no se sabe bien si para combatir el complejo de inferioridad o para ensanchar su megalomanía pueril. Tanto da, el caso es perseverar en el maltrato que concedemos a la lengua propia, para el cual no hay límites ni estado de alarma ni confinamientos mentales. No llega a la categoría de pandemia, pero ahí andamos. Pronto migraremos al mandarín.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 8 noviembre 2020


jueves, 5 de noviembre de 2020

MARTA SANZ: pequeñas mujeres rojas


LA AUTORA

            Marta Sanz es Doctora en Literatura Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid. Además de su labor como novelista, ha escrito cuentos, poesía y ensayos. Ha sido Premio Ojo Crítico de Narrativa con Los mejores tiempos, finalista del Premio Nadal con Susana y los viejos y Premio NH Vargas Llosa de Relato. Como editora, ha dirigido las antologías Metalingüísticos y sentimentales: antología de la poesía española (1966-2000), 50 poetas hacia el nuevo siglo y Libro de la mujer fatal. Es también crítica literaria y colabora habitualmente en los periódicos El País y Público. pequeñas mujeres rojas completa una trilogía de la que forman parte Black, black, black y Un buen detective no se casa jamás.

 

EL LIBRO

            De pequeñas mujeres rojas dice la autora que “es una novela contra el discurso del odio, contra los bulos y los relatos pervertidos de la memoria que corrompen con mentiras que nadie cuestiona. En la literatura española el relato de la memoria se ha teñido a menudo de una solemnidad y un sentimentalismo que no nos hace ningún favor. Planteo recuperar la memoria combatiendo los bulos e intentando construir nuestra calidad democrática a través del sentido del humor vitriólico y crítico, mediante un coro de niños perdidos y mujeres muertas que cuentan la realidad desde dentro de una fosa”. La novela se construye con un doble punto de vista “que va del pasado al presente, para contar que el presente está lleno de pasado; y desde lo profundo de la fosa hacia arriba, con la metáfora de los pájaros, para dar una necesaria panorámica de la realidad. A veces nuestro punto de vista es sectario y pequeño. Es crucial escribir desde la profundidad de lo que hay bajo la realidad, de lo que damos por hecho, de los relatos históricos oficiales y de los propios relatos literarios. Esa es la hondura de la lectura crítica: mirar al mismo tiempo desde la raíz y desde arriba. Se trata de sacar el relato de la historia de las frases hechas y de los tópicos”.

 

EL TEXTO

            “Ahora, cogemos aire. Nos recuperamos. Quedamos atentas. Empiezan malos tiempos para las que son como nosotras y sabemos, por esta historia y otras  que aún no han sido contadas, que ni los ángeles custodios ni las mujeres mártires resultan eficaces en las tareas de protección paranormal”.


 

domingo, 1 de noviembre de 2020

Responsables


            Una década atrás, en medio de las crisis financiera, de deuda y del ladrillo, se extendió el mensaje interesado de que todos éramos responsables de cuanto sucedía por haber vivido, decían, por encima de nuestras posibilidades. En la actualidad, a causa de la crisis de salud pública que sufrimos, se apela constantemente a la responsabilidad individual para combatir de un modo eficaz contra la agresión del virus. Hay responsabilidades y responsabilidades, no cabe duda, y no todas son del mismo tipo, pero esa insistencia en diluir lo particular en lo general no deja de ser perversa. Sobre todo porque maquilla la realidad y porque convierte a toda la población en culpable de lo que padece: ya llegará un día el cielo que nos tienen prometido.

 

            Con esa insistencia, por ejemplo, nos han llevado a hablar menos de otros elementos básicos en la actuación contra la enfermedad: la más que frágil situación de la atención primaria, la imperdonable escasez de rastreadores, las penurias del sistema de salud como consecuencia del desprecio que ha padecido… Todo esto ha pasado a segundo plano en las conversaciones y en los informativos, lo relevante es que seamos buenos. No hemos escuchado todavía a ningún responsable político de los años de los recortes pedir disculpas por aquellas decisiones bárbaras. No hemos escuchado tampoco a los dueños de la sanidad privada, beneficiados por esas mismas decisiones, ponerse a disposición de las necesidades actuales del sistema. No hemos escuchado ni escucharemos nunca a los adalides de las privatizaciones, auténticos gestores de la muerte y no de la vida, reconocer sus excesos y humillarse respetuosamente.

 

            Al contrario, somos nosotros, los enfermos, con nuestro incivismo y con nuestros atrevimientos emocionales, los que no estamos obrando bien. Del mismo modo que fueron los modestos ahorradores los culpables de las quiebras bancarias. Estos juicios sumarísimos a los que somos sometidos son una muestra más del dichoso neoliberalismo del siglo XXI.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 1 noviembre 2020