Día clave, señora, este 14 de
Frimario, que da fecha a la séptima carta de nuestra correspondencia. Sé que me
permitirá la indelicadeza porque todo, o casi todo, está ya a la vista de
cualquiera y no hay reserva que valga para aniversarios y otras funciones. De
manera que, aun desconociendo sus usos particulares al respecto, pues de ello
nunca hemos hablado, me atrevo a reunirme con usted en este su 71 cumpleaños,
tal y como habituado estoy no sé bien ya desde cuándo.
O tal vez sí. La memoria, que es lo
más resbaladizo de estos andurriales de la edad, me devuelve inevitable a la
adolescencia, que es el momento en que uno empieza a construir sus propios
mitos y a desterrar los heredados. Los eróticos entre los primeros, cuando
usted se ocultaba al fondo de un pupitre en aquellos posados escabrosos al lado
de Brigitte y el baile
de hormonas ponía en serio riesgo la disciplina salesiana. Los pretenciosamente
culturales tiempo después, cuando obligatorio nos era comulgar con toda forma
de supuesta transgresión y el cine nos unió también a Santos y a mí en la
visión de Blow-up
de Antonioni. Lo musical simultáneamente, cuando ya nos habíamos rendido al
efecto Gainsbourg
y todo lo que desde él nos alumbraba, incluido ese nuevo episodio de la
relación entre la bella y la bestia. Finalmente, claro, aquel verano de 1981 en
París y cuanto después nos sucedió. Un día indeterminado, en medio de todo ese
tránsito, anoté la fecha de su nacimiento y desde entonces lo he celebrado con
tanta fidelidad como discreción. Ni siquiera Santos, a pesar de tanta
complicidad, fue invitado nunca a la gala.
Lo cual que aquí estamos, acumulando
historia, que es lo mínimo que uno debe hacer con la vida para que aquella
pueda ser transformada. Y acumulando prole y enfermedad, que son los temas que
protagonizan las conversaciones a medida que uno se aleja más y más del pupitre
y de la edad transgresora. A pesar de que en esa construcción y acopio el yo
resultante, como sentenciaba nuestro admirado Umbral, “se hace innumerables
trampas a sí mismo” y ni la historia ni las conversaciones son fieles a lo que
fueron. Máxime si hay intención de engaño a la manera en que se estila en este
país o en tantos otros parajes, donde la mentira reina sin pudor hasta
consagrar este manglar tramposo en que se ha convertido el mundo.
En fin, Frimario dijimos y ese fue
el mes elegido por el destino para disponer el accidente fatal de Santos (como
vuelve a hacerlo ahora con el mutis de Johnny Hallyday).
Capricho o providencia, nadie lo sabe, lo cierto es que nacimiento y muerte se
me unieron para siempre en el tiempo de la escarcha. Los años subsiguientes al
de la fatalidad lo fueron de respeto y luego, finalmente, de apartamiento.
Hasta hace unos días, cuando Tomás me propuso que regresásemos en este
aniversario a Palomares. Quién sabe qué o quién permanecerá allí. Nuestros
pueblos se deshabitan como si residieran en un eterno invierno implacable, de
tal modo que en ellos no queda ya ni quien cuente el paso de las estaciones,
condenadas también a la confusión por eso de los climas locos. Comprenderá
usted, por tanto, que siempre me haya confortado mucho más atender a la
sucesión de años que han escrito su biografía, incluso en los jalones de
tragedia que la han envuelto a veces. Tengo cerca para esta ocasión el disco
que se adornó con fotografías de su hija Kate, desaparecida no casualmente para
mí en otro mes de Frimario. Ya sabe, el titulado Rendez-vous. Así que,
cerraré el sobre con esta carta, me acercaré a la oficina de correos y, de
regreso a casa, creo que me embeberé una vez más en su escucha y en mi deseo de
que su cumpleaños le sea feliz. No dude que, de ser así, yo sabré advertirlo y
celebrarlo. Suyo.
Publicado en Tam Tam Press, 14 diciembre 2017
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