Devoción por las palabras y por las canciones: ésas
son, tal y como dijimos en la entrega inicial, las señas que nos identifican y
por donde andaremos. De manera que si “en el principio era la palabra, y la
palabra estaba con Dios y Dios era la palabra” [http://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=304&capitulo=4215],
qué podemos hacer nosotros, laicos confesos no obstante, sino abordar la
relevancia de las palabras en la construcción de las canciones y su elevación a
categoría temática de las mismas. Al fin y al cabo, si el Evangelio de San Juan
lo dejó así sentado, no menos importante resulta la aclaración del ensayista
francés Joseph Joubert, para quien “las palabras son como el vidrio; oscurecen
todo aquello que no ayudan a ver mejor”. Ocupémonos de ello por lo tanto y
hagámoslo en clave musical, que es la que aquí interesa.
[http://www.youtube.com/watch?v=JrrMlpJTF-g]
“Palabras para cantar, / palabras para reír, / palabras para llorar, / palabras
para vivir, / palabras para gritar, / palabras para morir”. Eso nos enseñó el
abuelo Labordeta y casi ni haría falta seguir escribiendo para explicar mejor
el significado y el amplio sentido del término. Pero también nos engañaríamos
si se nos ocurriera pensar que con esto se cierra el mapa genético de este
vocablo y sus resonancias sonoras. Porque, frente al aparente prosaísmo con que
se expresa el cantante aragonés, se levanta otra dimensión, decisiva en nuestro
caso, cuando la palabra se encarna en poesía y alcanza la quintaesencia de la
expresión verbal. Otros lo han contado mucho mejor de lo que podríamos hacer
nosotros, lo cual nos lleva a remitirnos por ejemplo a Santiago Auserón, que
publicó el pasado mes de agosto un magnífico artículo, titulado El reto
poético de la canción,
donde hablaba de la muy necesaria recuperación de la unidad originaria que
formaron música y poesía [http://cultura.elpais.com/cultura/2012/08/15/actualidad/1345048244_943105.html].
Es algo que supieron muy bien los juglares, los
pasados y los presentes, pues por fortuna continúan entre nosotros los cantores
que conocen como nadie la adecuada combinación de la palabra con el ritmo.
Leonard Cohen, sin ir más lejos. Cuando en 1967 editó su primer disco, el arte
de los cantautores cambió para siempre; no en vano, los eruditos del momento
apuntaron: “En las canciones aparece poco más que la voz y la guitarra de
Cohen, situando el centro de atención en su ingenioso uso de las palabras y su
estilo agridulce”. Ingenioso uso de las palabras, he ahí una de las claves a
resaltar de aquel disco seminal: [http://www.youtube.com/watch?v=oBFQg7P5YKw].
Y, por otro lado, tampoco las palabras, las letras,
los textos pueden ser ajenos a la realidad por la que deambulan sus creadores y
sus públicos oyentes. Al menos si se persigue un encaje más distinguido que el
simplemente comercial –tan banal hoy en día- o una emoción no sólo epidérmica.
La transparencia prosaica y la fe lírica se convierten entonces en un martillo
que moldea la historia a fuerza de interpretaciones colectivas, que acaban
convirtiendo a las canciones en patrimonio de la humanidad, no importa en qué
tiempo se interpreten ni quién las entone, Pete Seeger [http://www.youtube.com/watch?v=QhnPVP23rzo]
o Bruce Springsteen [http://www.youtube.com/watch?v=oqT9yegqoRk&feature=related].
We shall overcome
fue, en efecto, el Himno del Movimiento por los Derechos Civiles en Estados
Unidos, allá por la década de los sesenta del pasado siglo, y no está nada mal
recuperarla en esta actualidad nuestra tan cruda, para seguir apostando,
mediante palabras cantadas precisamente, por los derechos ciudadanos que nunca
dejan de ser agredidos: “En lo profundo de mi corazón, yo tengo fe, /
venceremos un día”.
Pero, bien, vayamos concluyendo: [http://www.youtube.com/watch?v=x8qwWlJYkZE]
“Palabras nuevas, palabras llenas de remordimiento, / palabras que se lleva el
viento. / Palabras viejas, palabras sólo como pasatiempo, / palabras que soplan
en el viento, / palabras fáciles de olvidar”. Desde que Aristóteles, en el
principio de todo, convino que el ser humano no es más que un animal que habla,
toda nuestra existencia lo es porque es nombrada con palabras. De lo contrario,
sólo hay agujeros negros y olvido. Discursos, leyes, testamentos, voluntades,
lecciones, diálogos, monólogos, cartas, correos electrónicos, mensajes
telefónicos, exámenes, comentarios de textos, confesiones, mentiras,
prospectos, diagnósticos, homilías, himnos, declaraciones de guerra,
armisticios… todo o casi todo viene a ser expresado mediante esa herramienta
tan gratuita como poco apreciada. Entonces, en el epicentro de ese cataclismo
verbal, ninguna cima es más alta ni la sensibilidad es tan exquisita como
cuando las palabras y las canciones lo son de amor [http://www.youtube.com/watch?v=KDR4BCjMG7w].
Así pues, demostrado queda, a nuestro parecer, el
rango que hemos de conceder a la palabra en la arquitectura de las canciones
para ser tales y como tales degustadas. Moderato Cantábile, desde esta atalaya digital, se encargará de
demostrarlo, ofreciendo a la par una selección de cantables de obligado
cumplimiento. Sobre eso justamente nos extenderemos en el próximo capítulo para
completar la definición de nuestro genoma musical. Tres capítulos en total con
éste y con el que procedió, que nos servirán para recorrer la senda inagotable
del cancionero. La propuesta final por esta ocasión, introductoria de lo que
vendrá, no es otra que la referida a la que posiblemente sea la mejor canción
de la historia reciente: http://www.youtube.com/watch?v=dSfc662vXZU.
Publicado en Conecta León 2, noviembre 2012
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