Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 1 de noviembre de 2012

Palabras como vidrio



Devoción por las palabras y por las canciones: ésas son, tal y como dijimos en la entrega inicial, las señas que nos identifican y por donde andaremos. De manera que si “en el principio era la palabra, y la palabra estaba con Dios y Dios era la palabra” [http://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=304&capitulo=4215], qué podemos hacer nosotros, laicos confesos no obstante, sino abordar la relevancia de las palabras en la construcción de las canciones y su elevación a categoría temática de las mismas. Al fin y al cabo, si el Evangelio de San Juan lo dejó así sentado, no menos importante resulta la aclaración del ensayista francés Joseph Joubert, para quien “las palabras son como el vidrio; oscurecen todo aquello que no ayudan a ver mejor”. Ocupémonos de ello por lo tanto y hagámoslo en clave musical, que es la que aquí interesa.

[http://www.youtube.com/watch?v=JrrMlpJTF-g] “Palabras para cantar, / palabras para reír, / palabras para llorar, / palabras para vivir, / palabras para gritar, / palabras para morir”. Eso nos enseñó el abuelo Labordeta y casi ni haría falta seguir escribiendo para explicar mejor el significado y el amplio sentido del término. Pero también nos engañaríamos si se nos ocurriera pensar que con esto se cierra el mapa genético de este vocablo y sus resonancias sonoras. Porque, frente al aparente prosaísmo con que se expresa el cantante aragonés, se levanta otra dimensión, decisiva en nuestro caso, cuando la palabra se encarna en poesía y alcanza la quintaesencia de la expresión verbal. Otros lo han contado mucho mejor de lo que podríamos hacer nosotros, lo cual nos lleva a remitirnos por ejemplo a Santiago Auserón, que publicó el pasado mes de agosto un magnífico artículo, titulado El reto poético de la canción, donde hablaba de la muy necesaria recuperación de la unidad originaria que formaron música y poesía [http://cultura.elpais.com/cultura/2012/08/15/actualidad/1345048244_943105.html].

Es algo que supieron muy bien los juglares, los pasados y los presentes, pues por fortuna continúan entre nosotros los cantores que conocen como nadie la adecuada combinación de la palabra con el ritmo. Leonard Cohen, sin ir más lejos. Cuando en 1967 editó su primer disco, el arte de los cantautores cambió para siempre; no en vano, los eruditos del momento apuntaron: “En las canciones aparece poco más que la voz y la guitarra de Cohen, situando el centro de atención en su ingenioso uso de las palabras y su estilo agridulce”. Ingenioso uso de las palabras, he ahí una de las claves a resaltar de aquel disco seminal: [http://www.youtube.com/watch?v=oBFQg7P5YKw].

Y, por otro lado, tampoco las palabras, las letras, los textos pueden ser ajenos a la realidad por la que deambulan sus creadores y sus públicos oyentes. Al menos si se persigue un encaje más distinguido que el simplemente comercial –tan banal hoy en día- o una emoción no sólo epidérmica. La transparencia prosaica y la fe lírica se convierten entonces en un martillo que moldea la historia a fuerza de interpretaciones colectivas, que acaban convirtiendo a las canciones en patrimonio de la humanidad, no importa en qué tiempo se interpreten ni quién las entone, Pete Seeger [http://www.youtube.com/watch?v=QhnPVP23rzo] o Bruce Springsteen [http://www.youtube.com/watch?v=oqT9yegqoRk&feature=related]. We shall overcome fue, en efecto, el Himno del Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos, allá por la década de los sesenta del pasado siglo, y no está nada mal recuperarla en esta actualidad nuestra tan cruda, para seguir apostando, mediante palabras cantadas precisamente, por los derechos ciudadanos que nunca dejan de ser agredidos: “En lo profundo de mi corazón, yo tengo fe, / venceremos un día”.

Pero, bien, vayamos concluyendo: [http://www.youtube.com/watch?v=x8qwWlJYkZE] “Palabras nuevas, palabras llenas de remordimiento, / palabras que se lleva el viento. / Palabras viejas, palabras sólo como pasatiempo, / palabras que soplan en el viento, / palabras fáciles de olvidar”. Desde que Aristóteles, en el principio de todo, convino que el ser humano no es más que un animal que habla, toda nuestra existencia lo es porque es nombrada con palabras. De lo contrario, sólo hay agujeros negros y olvido. Discursos, leyes, testamentos, voluntades, lecciones, diálogos, monólogos, cartas, correos electrónicos, mensajes telefónicos, exámenes, comentarios de textos, confesiones, mentiras, prospectos, diagnósticos, homilías, himnos, declaraciones de guerra, armisticios… todo o casi todo viene a ser expresado mediante esa herramienta tan gratuita como poco apreciada. Entonces, en el epicentro de ese cataclismo verbal, ninguna cima es más alta ni la sensibilidad es tan exquisita como cuando las palabras y las canciones lo son de amor [http://www.youtube.com/watch?v=KDR4BCjMG7w].

Así pues, demostrado queda, a nuestro parecer, el rango que hemos de conceder a la palabra en la arquitectura de las canciones para ser tales y como tales degustadas. Moderato Cantábile, desde esta atalaya digital, se encargará de demostrarlo, ofreciendo a la par una selección de cantables de obligado cumplimiento. Sobre eso justamente nos extenderemos en el próximo capítulo para completar la definición de nuestro genoma musical. Tres capítulos en total con éste y con el que procedió, que nos servirán para recorrer la senda inagotable del cancionero. La propuesta final por esta ocasión, introductoria de lo que vendrá, no es otra que la referida a la que posiblemente sea la mejor canción de la historia reciente: http://www.youtube.com/watch?v=dSfc662vXZU.

Publicado en Conecta León 2, noviembre 2012

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