Aunque la
retahíla de datos actúa sobre nosotros como un narcótico y nada expresa mejor
la gravedad de lo descrito por ellos que un grito verdadero y grandioso,
conviene no obstante detenerse en su recapitulación para observar la entidad
del drama. Anotemos, por tanto, algunos de los últimos conocidos para común
estremecimiento: desde 2007 a 2011, Cáritas ha aumentado el número de personas
atendidas desde 370.000 a un millón; según estimaciones, en 2013 la cifra de
personas desempleadas sin cobertura superará los tres millones; la renta
familiar ha pasado de 26.000 euros por hogar en 2007 a 24.000 en 2011; en
opinión de técnicos de Hacienda, se ha incrementado en dos millones el número
de personas que en 2007 se encontraban en situación de precariedad; el
presupuesto para gasto de personal de las administraciones educativas se ha
reducido desde 2009 el equivalente al sueldo de 61.782 docentes; y así
sucesivamente. Pero con toda seguridad no hay datos más escalofriantes que
aquellos que hacen referencia a la locura de las finanzas, sobre la que pivota
nuestro existir presente y nuestro porvenir. Por ejemplo, constatar que desde
2010 se han evaporado 15.000 millones de euros de las cuentas para políticas
sociales, mientras que los bancos y cajas han recibido sólo en 2012 más de
40.000 millones dedicados a su supervivencia. O, yendo un poco más lejos,
confirmar que las estimaciones hechas hoy sobre el año 2008, en el origen de la
crisis, indican que el valor de los activos financieros y sus derivados era más
de veinte veces mayor que el valor de la producción real, es decir, una
auténtica hipertrofia financiera. Es verdad que el rostro auténtico del drama
es el de las personas, que son las que debieran situarse en el frontal de las
políticas, pero el decorado aquí expuesto viene a completar el cuadro y a
explicar algo de los que nos sucede. Esa es la calamidad contra la que conviene
seguir rebelándose.
Publicado en La Crónica de León, 22 marzo 2013
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