
Uno
de los signos que identifican a esta época de confusión es la tensión creciente
entre lo que es y lo que parece ser. Cuanto mayor resulta el esfuerzo para
señalar lo que realmente es, tanto mayor es el ahínco de quienes se empeñan en
la imitación. Frente a la abundancia de denominadores de origen, indicaciones
geográficas protegidas, sellos de autenticidad y otros mecanismos para la
verificación de lo que se pretende único y original, se opone todo un ejército
de sucedáneos, copias, plagios y
reproducciones de todo tipo, cuyas diferencias respecto al referente son
en muchos casos difíciles de verificar. De ahí que la apariencia se haya
convertido, si no lo ha sido siempre, en elemento trascendental de toda
actividad humana en su esfera social. Mientras el individuo es dueño de optar,
o de acomodar su opción conforme a sus circunstancias, la disputa entre lo real
y lo figurado se mantiene dentro del plano de la desleal competencia en un
supuesto mercado de objetos o de ideas; pero cuando desaparece la posibilidad
de elección entre el modelo y su imagen, de modo que la apariencia aparenta ser
más de lo que es, entonces nace el problema y se genera un desorden todavía
mayor. Es el engaño.
Naturalmente,
un caos semejante se ha apoderado también del espacio político, añadiendo
desorientación a la desorientación generada por estos tiempos desnortados. En
otras épocas más maniqueas la presión surgía del choque, nunca del alboroto: al
Este se oponía el Oeste, lo mismo que sus respectivas formalizaciones
ideológicas. Nadie hubiera imaginado entonces que un país comunista liderara
una economía capitalista como sucede hoy con China, donde la planificación
totalitaria convive en aparente armonía con la filosofía más mercantil. Así
mismo, por situarnos en el extremo opuesto, ni los más aberrantes de entre los
nuestros hubieran sospechado que un día empresas de automóviles y grandes
bancos y aseguradoras estadounidenses serían nacionalizados. Claro que, en el
plano de la aberración, quien se lleva la palma es el Partido Socialista
francés, que tuvo en Dominique Strauss-Kahn un Presidente in pectore, para lo
que nada importaba ser Director Gerente del Fondo Monetario Internacional,
posiblemente el mayor agresor de las políticas sociales. ¿Cómo sorprendernos,
por lo tanto, de que poblaciones obreras tradicionalmente de izquierdas hayan
abrazado en ese país la opción electoral del Frente Nacional?

Viniendo
al plano corto, el de lo doméstico, España tiene en apariencia un Gobierno,
aunque en realidad confiesa ser un mandado que no gobierna. No de otra forma
puede interpretarse que su Presidente asegure que hace lo que no quiere, lo que
no le gusta, porque no tiene elección. También Europa tiene un Banco Central
aparente, que no funciona como tal porque no llega a existir una unión fiscal y
bancaria, sino que está para controlar la inflación, que es una vieja manía
alemana pero no del todo europea. Por otro lado, a veces se producen rescates
que no lo son, o se dice que no lo son porque se trata de créditos preferentes
que no entrañan condiciones, aunque acto seguido se aprueben ajustes por valor
de 65.000 millones de euros. También hay un Parlamento que discute y aprueba
leyes, si bien durante los últimos siete meses se ha dedicado preferentemente a
convalidar decretos leyes, que no se debaten ni pactan porque al fin y al cabo
han entrado en vigor al día siguiente de ser redactados por un Gobierno que
hace lo que no quiere hacer. Y dice el Presidente de ese no Gobierno que él
sube impuestos, pero que en realidad lo que querría es bajarlos, tal y como
apuntó en un programa electoral que no llegó a nacer y así sucesivamente.
Lo
que sucede entonces es que este país procura guardar las apariencias pero se
engaña a sí mismo. De hecho, por más que tratemos de sostener el ánimo social y
político de un ente moderno de corte occidental, los pilares sobre los que se
apoya ese tipo de comunidades se nos están haciendo pedazos de día en día.
Entre medidas engañosas y eufemismos aparentes, sería bueno que alguien nos
explicase qué será de una sociedad de consumo sin consumo, cuánto dura una
democracia burguesa sin pequeña y mediana burguesía (las clases medias), en qué
deriva un Estado sin Estado, dirigido por terceros y sin soporte público. Son cuestiones
básicas a las que convendría atender tanto o más que a lo inmediato que tan
grandemente nos perturba, pues los fenómenos inmediatos son también apariencias
con las que nos engañan y ocultan el destino que nos tienen reservado.
Explicaba en un artículo Juan Goytisolo hace unos días que “estamos al cabo de
un ciclo histórico y una crisis de civilización”. Ésa es la verdadera clave que
debiera centrar nuestro pensamiento, nuestro lenguaje y nuestra actitud como
país o comunidad política. Es lo que merece la pena considerar con el fin de
encontrar una salida a nuestro enredo actual y valorar con mayor certeza los
sacrificios que estamos dispuestos a soportar. Es la base teórica al menos
sobre la que poder reconstruirnos, pero para ello nos son muy necesarios unos
gobiernos que gobiernen no sólo en apariencia y que no nos engañen.

Publicado en Diario de León, 26 de julio de 2012