Explican
los diccionarios de dichos y de frases hechas que antiguamente era normal que
muchos legos, que entraban en los conventos como cocineros, acabaran tomando
los hábitos. Ya sabemos que hoy, por extensión, se aplica este emparejamiento
para hablar de alguien que, antes de ocupar determinado puesto, ha desempeñado
otra actividad que le permite al menos opinar sobre ella. O, yendo más allá,
ejercerla con el respaldo de un supuesto argumento de experiencia.
Por
lo tanto, si invirtiéramos el sentido de la expresión y echásemos una mirada
sobre las cocinas en las que se aprende y ejerce cuando todavía se es seglar,
obtendríamos a veces tanta claridad acerca de los comportamientos como esos
descensos a las simas íntimas a que nos someten psicólogos o psiquiatras, pero
sin tanta patología. De este modo, si conocemos que una buena parte de los
gestores de la economía europea, entre ellos los españoles naturalmente,
crecieron entre las marmitas y los fogones de los más señalados piratas
financieros globales y locales, a nadie puede extrañar el tipo de decisiones
que adoptan, los enredos a los que nos arrastran y al servicio último de quién
sitúan las liturgias ahora, cuando ya han logrado profesar. Por supuesto que en
toda religión hay conversos y apóstatas, pero no es muy común que quien hizo fe
de los vicios privados se comporte después como un adalid de lo público, salvo
para acomodarlo a aquellas doctrinas, que es lo que en realidad sucede.

Lo
mismo ocurre con otro género de políticos en boga, abogados del estado sobre
todo o muy altos funcionarios de las administraciones, que hoy nos gobiernan a
golpe de decreto, como quien maneja un manual de Derecho sin más
contemplaciones políticas, es decir, sin el componente mínimo del espíritu
político, que no es otro que el del acuerdo. También los hay que antes fueron
registradores de la propiedad, en cuyo caso no cabe esperar de ellos más que un
estoicismo mal entendido con los ademanes propios de quien viene acostumbrado a
ser un asentador de actos, por más que muy bien pagado. Todo ello, sin olvidar
otras escuelas gastronómicas, especialmente las más piadosas, donde palabras
como austeridad, sacrificio o contención han sido siempre un condimento
tradicional, salvo bula en contrario.
Aprendizajes
de este tipo son los que llevan luego a que el Presidente Rajoy nos confiese
que quien le ha impedido cumplir su programa electoral es la realidad. ¿Dónde
estaba el Presidente Rajoy entonces cuando redactaba ese programa? ¿En qué
realidad habitaba? ¿Le ocurre tal vez al Presidente Rajoy como le sucedió antes
al Presidente Zapatero, que también renunció a su último programa electoral,
quien no veía crisis real por ningún lado hasta que cayó del caballo para
decirnos que iba a seguir otro camino costase lo que costase? ¿Cuál era la
realidad del Presidente Zapatero? ¿En qué hornos se formó antes de tomar los
hábitos neoliberales? Son dudas que conviene resolver, y más que nada despejar,
para entender y poder dar solución a mucho de cuanto nos ocurre.

Una
forma de hacerlo, por ejemplo, es volver a definir la realidad entre todos para
que nadie se llame a engaño. Y al colaborar juntos en esa definición, lo que
conseguiremos, de paso, es condicionar un poco los influjos de esas cocinas
donde nuestros frailes de hoy en día adquirieron unos estilos culinarios tan
sesgados y tan distantes del mundo de los hambrientos. Es lo que algunos
pretendemos al proponer un referéndum sobre las decisiones gubernamentales de
los últimos meses, que han constituido un auténtico fraude electoral,
básicamente porque quién ganó la mayoría absoluta el pasado noviembre no sabía
en qué realidad vivía. Claro que posiblemente tampoco lo supieran sus muchos
votantes, la mayoría de ellos hoy evaporados después de un buen hervido. Y con
ese fin, precisamente, un amplio grupo de organizaciones sociales marcharemos
en la ciudad de Madrid el próximo día 15 de septiembre, porque otra cocina y
otros frailes son también posibles.
Quizá
ese objetivo no se alcance con sólo esta iniciativa, pero mostraremos que sigue
viva una escuela democrática, otro arte culinario en suma, donde algunos
aprendimos y, en consecuencia, ejercemos todavía. Porque nos asusta observar
algunos comportamientos de nuestra gente pública que nos hacen temer por el tipo
de guisos donde se adiestraron. Me refiero a esos que nos proponen las
tragaperras o las montañas rusas para remediar la anorexia de nuestra economía;
a esos otros que arrojan de territorio español a unos seres vivos, exhaustos e
inocentes como si fuesen fardos; a esos que argumentan la existencia de
mosquitos para despreciar las playas extranjeras, como si éste no fuera un país
de moscas; a esos que vuelven a programar corridas de toros en la televisión
pública mientras encarecen por la vía de los impuestos el acceso a la cultura;
a esos que dicen regenerar la política y los políticos privándoles de sueldo
porque ellos viven de las rentas. En fin, el convento no pinta bien y se hace
necesaria una actitud de rebeldía persistente y tenaz, porque nada sería peor
frente a esta congregación que lo gobierna que la resignación hasta ser
cocinados a fuego lento.

Publicado en Diario de León, 13 septiembre 2012