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La estación olvidada |
Mucho
es el daño que han causado los trenes eléctricos de nuestra infancia. Más o
menos como las piezas de Lego, los Exin
Castillos o aquellas arquitecturas de
madera coloreada que nos permitían recrear el mundo. Porque en eso consistía el
peligro precisamente: en levantar mundos a medida de nuestras ilusiones y de
nuestros bolsillos, que siempre solían quedarse cortos a la hora de adquirir
modelos superiores para facilitarnos ir más allá en nuestros delirios lúdicos.
Los
trenes constituían un apartado especial, que en muchos casos acababa derivando
hacia el coleccionismo o hacia el campo de las maquetas, hasta dar lugar a
muestrarios magníficos como los que pueden contemplarse, sin ir más lejos, en
la estación madrileña de Delicias, en verdad recomendable. El contratiempo de
todo ello es que, como en otras tantas expresiones donde se produce la
intersección entre lo real y lo fabulado, puede ocurrir que no se distinga el
límite entre lo uno y lo otro, ni siquiera con el peso de la edad o del saber.
Y si, por un casual, uno se sitúa en posición de gobernar los destinos de los
países, entonces se corre el grave riesgo de convertir la construcción de
infraestructuras en una especie de parque temático y los ferrocarriles, en
trenecitos de la factoría Disney.
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El fondo de saco |
En
buena medida, eso nos ocurre por estos páramos. El anuncio de que un día nos
llegaría la alta velocidad iba a permitir a la ciudad de León y a su entorno
afrontar dos problemas fundamentales (y digo únicamente dos porque lo demás venía
sobrando): la solución al paso a nivel del barrio del Crucero y el traslado de
los talleres ferroviarios a Torneros para asegurar su futuro y los 150 puestos
de trabajo a ellos ligados. Como digo, el resto del decorado era perfectamente
aprovechable, con las intervenciones pertinentes, sin megalomanías ni
grandilocuencias, y posiblemente, con la cautela oportuna, a estas alturas
tendríamos menos inconvenientes encima que los que al final han generado y
siguen generando los constructores de mundos desmesurados. Ni era necesaria una
estación tipo guerra de las galaxias ni
lo era un soterramiento excesivo ni otros aditamentos que se nos fueron
ocurriendo como cuando andábamos metidos entre juguetes. Cierto es que ya no
tenemos paso a nivel, pero del traslado y porvenir de los talleres envejecidos
nada se sabe y poco se espera. La inquietud ahora parece ser otra, una vez más
fruto de las fantasías infantiles: la construcción de un apeadero. Es decir,
que ni tenemos tren veloz ni hay constancia de cuándo se nos aparecerá, pero,
mientras se eliminan simultáneamente servicios convencionales, es muy probable
que a corto plazo esta ciudad cuente con tres enclaves para el tráfico
ferroviario: una antigua estación tristemente abandonada, una estación
provisional que llaman de fondo de saco y un apeadero. ¿Puede haber mayor
disparate?
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¿El apeadero? |
Sobre
lo último, lo del apeadero al final de la calle Orozco, se argumenta su
necesidad para evitar que los servicios entre Madrid y Asturias pasen de largo
sin detenerse a orillas del Bernesga. Pues bien, vuelve a ser un planteamiento
irreal porque se ignoran elementos muy relevantes, de los que citaremos al
menos dos. Por un lado, semejante iniciativa obligaría al desdoblamiento del
by-pass construido al sur de la ciudad y la subsiguiente prolongación sin
resolver la salida norte a través de San Andrés. Y, por otro, se olvida que los
trenes que pasan de largo seguirán pasando de largo, tal y como sucede en la
actualidad con la única composición que así lo hace, la que une los fines de semana
Madrid con Asturias y viceversa, que ya nace completa en origen y que, por no
detenerse, no lo hace ni en Palencia ni en Valladolid; y en esas ciudades,
evidentemente, nadie habla de apeaderos. En suma, la llamada alta velocidad, si
ha de tener continuidad algún día (primero tiene que llegar), la tendrá por el
canal previsto, esto es, gracias al soterramiento. Y, para ser sensatos, éste
habrá de ser limitado en un principio y servirse del edificio de la abandonada
estación sin mayores excesos.
Así
pues, sin relegar lo relativo a los talleres, no otra debe ser la prioridad. Ni
es correcto confundir a la ciudadanía con nuevas disneylandias urbanas ni, además, son ya posibles. Tampoco parecen
oportunas polémicas estériles sobre soterramientos por aquí o por allá cuando,
probablemente, no van a ser ejecutables en esta fase. Los justos términos del
proyecto original son con toda seguridad la única alternativa al alcance y en
ella deberían concentrarse todas las energías. De lo contrario, acabaremos
disputando la miseria, tal y como quieren que suceda con los aeropuertos
regionales, perdidos en un marasmo de palabras y de intereses locales sin que
casi nadie se inquiete por dotarlos de vida: la que haya de ser. Son cosas que
suceden por no haber superado bien esa etapa cándida y feliz de los juegos de
la infancia.
Publicado en Diario de León, 21 noviembre 2013