Que los tiempos cambian y que nosotros hemos cambiado son percepciones que no sólo se recogen en los cantos de Bob Dylan o de Sole Giménez. Basta con mirar alrededor para reconocer que éstos no son ya nuestros tiempos, los tiempos de quienes venimos de lejos.
Recuerdo a Carmen Martín Gaite, cuyo centenario del nacimiento se celebra precisamente este año. Una tarde, así mismo lejana, apareció por la Facultad de Filosofía y Letras en aquel campus que ni siquiera se llamaba de Vegazana, que no amontonaba edificios, que apenas si guardaba vehículos en los aparcamientos y que, en cambio, se adornaba con vacas pastando alrededor. Fue tal el asombro de la escritora que exclamó: ¡Esto sí es un campus, hasta tiene vacas! Hoy, en cambio, ese campus es un abigarramiento de edificios, una aglomeración de coches y no existe ni rastro de vacas. Eso sí, puede presumir de ceremonias de graduación. La última fue, casualmente, la de la quinta de Filosofía y Letras y fue recogida con detalle y despliegue fotográfico en los medios de comunicación. De haber estado presente, desconozco qué exclamación hubiese venido a los labios de Martín Gaite, pero algo sabroso se le habría ocurrido. Algo cándido seguramente porque sólo con candidez se pueden mirar esas imágenes. Para ponerle acidez podríamos contar con Raquel Peláez, que algo dice de los hábitos del vestir en su libro sobre la historia de los pijos y pijas en España.
En fin, ni eran mejores aquellos tiempos ni lo son éstos. Ahora bien, para quienes nos licenciamos en aquellos primeros ochenta era impensable un show como los que ahora se estilan. Tampoco los muchachos y muchachas de ahora se imaginan cómo fue aquello. Todos necesitamos ritos y ceremonias, es verdad, aunque su mercantilización, su banalización y su formato final dicen mucho de cómo son los y las celebrantes y cómo es la sociedad en la que crecen. Esto es, dicen más de nosotros las formas que los títulos académicos. Esas formas de escribir que tanto cuidaba Martín Gaite.