Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 13 de abril de 2025

Graduación

            Que los tiempos cambian y que nosotros hemos cambiado son percepciones que no sólo se recogen en los cantos de Bob Dylan o de Sole Giménez. Basta con mirar alrededor para reconocer que éstos no son ya nuestros tiempos, los tiempos de quienes venimos de lejos.

 

            Recuerdo a Carmen Martín Gaite, cuyo centenario del nacimiento se celebra precisamente este año. Una tarde, así mismo lejana, apareció por la Facultad de Filosofía y Letras en aquel campus que ni siquiera se llamaba de Vegazana, que no amontonaba edificios, que apenas si guardaba vehículos en los aparcamientos y que, en cambio, se adornaba con vacas pastando alrededor. Fue tal el asombro de la escritora que exclamó: ¡Esto sí es un campus, hasta tiene vacas! Hoy, en cambio, ese campus es un abigarramiento de edificios, una aglomeración de coches y no existe ni rastro de vacas. Eso sí, puede presumir de ceremonias de graduación. La última fue, casualmente, la de la quinta de Filosofía y Letras y fue recogida con detalle y despliegue fotográfico en los medios de comunicación. De haber estado presente, desconozco qué exclamación hubiese venido a los labios de Martín Gaite, pero algo sabroso se le habría ocurrido. Algo cándido seguramente porque sólo con candidez se pueden mirar esas imágenes. Para ponerle acidez podríamos contar con Raquel Peláez, que algo dice de los hábitos del vestir en su libro sobre la historia de los pijos y pijas en España.

 

            En fin, ni eran mejores aquellos tiempos ni lo son éstos. Ahora bien, para quienes nos licenciamos en aquellos primeros ochenta era impensable un show como los que ahora se estilan. Tampoco los muchachos y muchachas de ahora se imaginan cómo fue aquello. Todos necesitamos ritos y ceremonias, es verdad, aunque su mercantilización, su banalización y su formato final dicen mucho de cómo son los y las celebrantes y cómo es la sociedad en la que crecen. Esto es, dicen más de nosotros las formas que los títulos académicos. Esas formas de escribir que tanto cuidaba Martín Gaite.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 13 abril 2025

domingo, 6 de abril de 2025

Hematología

            Empeñados como están los colegios de médicos (y médicas) en encontrar algo que justifique mi condición de enfermo, me citaron en el servicio de hematología por aquello de los metales raros y demás condimentos que habitan en mi sangre de forma un tanto desequilibrada. Como si de una conversación sobre minería se tratase, convinimos que lo más oportuno era extraer el hierro, siempre y cuando la bocamina permitiera un fácil acceso a las galerías por donde viene circulando a sus anchas desde hace décadas. En suma, pactamos una auto-transfusión de ida y vuelta sin retorno del metal, que quedaría depositado en el exterior, mientras que el resto del aliño sanguíneo regresaría a sus aposentos limpio de toda contaminación férrica. Así de simple.

 

            Por lo general, a mí lo que más me inquieta es lo que se desecha. Es decir, qué ocurrirá con ese hierro desperdiciado a causa de su propio abuso, adónde irá a parar, me lo imagino en balsas de sedimentación como las de la mina de Aznalcóllar o en recipientes para residuos peligrosos como los que ahora se retiran de la central nuclear de Garoña. Me sucedía lo mismo cuando, antes de esta última aventura hematológica, especialistas más primarios recurrían directamente a las sangrías para aliviar el flujo contaminado de mis venas. En aquellas bolsas de plástico estéril se recogía una parte del líquido con todos sus ingredientes dentro, no valía ni para hacer morcillas, pero nunca conocí su destino último, si existía una planta de reciclaje sanguíneo o si se convertía en un vertido incontrolado. Debe ser una perversión de la economía circular de la que tanto se habla hoy en día.

 

            Por lo demás, casi nada me inquieta del paseo por el hospital ni de la consulta en sí. Los cuerpos marcan también sus ritmos y lo más cabal es acomodarse a ellos, si se puede. Y si no son ritmos rebeldes en exceso. La vida es la verdadera enfermedad y no tiene remedio ni hay dieta ni gimnasio que modifiquen su curso. Lo sabe la sangre y por eso a veces nos hierve.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 6 abril 2025