Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 29 de diciembre de 2024

Tratados

            Hace una década más o menos, desde luego antes de la pandemia, que es como ahora se mide el tiempo, hubo entre nosotros cierta agitación, disputas teórico-políticas y movimientos en las calles en virtud de los tratados internacionales de comercio que se andaban negociando. Un asunto bastante opaco éste que por lo general se aborda de espaldas a la ciudadanía, básicamente porque, en términos comerciales estrictos, su repercusión no suele ser favorable ni a productores ni a consumidores. Sólo los mercaderes obtienen beneficios. Aquello se diluyó y algunos tratados se remataron, se firmaron y están en vigor, como el CETA, Acuerdo Económico y Comercial Global entre la Unión Europea y Canadá.

 

            Ahora se habla del acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay) suscrito a principios del presente mes. Y hablan de ello sobre todo los agricultores y sus organizaciones profesionales a toro pasado, con ecos interesados del Partido Popular, curiosamente más que devoto de todo tipo de desregulaciones cuando gobierna, y de Vox, que busca fortalecer su caladero de votos en el mundo agroganadero. Es curioso, si se hace memoria de cuanto bullía diez años atrás, no encontraremos rastro en aquellas polémicas y manifestaciones ni de las organizaciones agrarias ni de los partidos de la derecha tradicional. Tampoco el PSOE se asomó. Supongo que no se necesita explicar el porqué de los comportamientos de antes y de ahora.

 

            Mas, siendo como es la actividad comercial un hecho común y corriente para toda la humanidad, cuando su regulación o desregulación se llevan a cabo a espaldas de la gente poco bueno se puede esperar de semejante proceder. Y de ahí también la fácil manipulación política, en cuya salsa mojan así mismo los traficantes sin mayores consideraciones. Nos queda, pues, para el rito de las uvas, desear que finalmente el acuerdo no sea ratificado por el Parlamento y el Consejo de la Unión a lo largo del próximo año. Es la última pelea en este caso.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 29 diciembre 2024

domingo, 22 de diciembre de 2024

Madreñas

            Se llevan las madreñas. Durante el último mes, dos procesiones han recorrido las calles de la ciudad, las calles céntricas naturalmente, no vayamos a pensar bien, con gentes que desfilaban por ellas calzando sus pies con ese vestigio del pasado. Se arremolinaba el público alrededor y lo celebraba, en muchos casos sin saber a cuento de qué ese jolgorio. Era jolgorio y punto. Incluso sin saber qué es una madreña, quizá un adorno navideño, ni el porqué de ese calzado ancestral. El pasado es otro vestigio más en muchas memorias. O una ignorancia. Por fortuna, esas gentes asombradas por el espectáculo no tendrán necesidad de calzar galochas, no pisarán el barro ni los humedales que fueron las calles de nuestros pueblos no hace tanto, hoy urbanizadas en mayor o menor medida; tampoco las necesitarán para pisar la nieve, sólo se asoman a ella con los trineos de los niños. Se quejarán, eso sí, de que todo está mal, básicamente porque hay que quejarse, y no percibirán la enorme distancia que media entre esos pintorescos zuecos y la luz fosforescente de sus zapatillas todoterreno. Creen que el mundo empieza hoy y que lo demás es un museo.

 

            En cierto modo, esas madreñas son el testimonio de lo que fuimos y de lo que somos, es decir, explican la distancia que separa el ayer del presente, lo artesano de la inteligencia artificial, la vida y los usos rurales del ajetreo de la ciudad, la economía de subsistencia de la sociedad de consumo. El error que cometemos a veces es pensar que la tradición es inmarchitable y estática, lo mismo que olvidamos que no hay un ahora sin un antes. En el primer caso mitificamos lo que ya no da más de sí y nos engañamos. En el segundo nos condenamos a repetir errores. Ambas cosas se llevan mucho ahora, tanto como las galochas en el último mes. Por eso es importante que cada cosa esté en su sitio y que haya un sitio y un tiempo para cada cosa. Y por eso mismo pasearse con madreñas sobre el asfalto a estas alturas no deja de ser un tanto exhibicionista.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 22 diciembre 2024

domingo, 15 de diciembre de 2024

Creación

            Si como se deduce de sus propias palabras, Jaime Mayor Oreja fue creado por Dios, en cualquiera de sus múltiples versiones, tengo la convicción de que cada día nos será más fácil declararnos ateos. No sólo declararse, eso es fácil según se ve por las declaraciones creacionistas en el Senado, sino practicar un ateísmo militante. Y qué pensar si incluimos en el lote de lo creado al patológico Donal Trump o al maleducado, como poco, García Gallardo. Incluso si pienso en mí mismo como creación divina me deprimo. De modo que si, como afirman los textos sagrados, Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, pobre Dios en verdad.

 

            Crear no es ninguna frivolidad. Tampoco lo es ser creador. Crear es producir, no siempre desde la nada, como al parecer sucede con lo divino, es también inventar, realizar, componer, construir… Es una actividad que requiere capacidad, ideas, imaginación, sudor… Todo eso, bajado al suelo, es el trabajo. Trabajar es crear incluso cuando hablamos de los trabajos menos creativos en apariencia. Cuestión aparte es en qué condiciones se trabaja y cómo se valora, lo cual condiciona notablemente la creatividad, no entraremos en ello. Pero ningún otro acto humano como el trabajo desafía ciertamente el poder creativo de la divinidad. Ni siquiera Prometeo llegó a tanto cuando se le ocurrió robar el fuego sagrado de los dioses en el monte Olimpo para entregarlo a los humanos. Es lo que nos enseñó Karl Marx cuando afirmó que “el trabajo dignifica al hombre”, aunque ignorase lo divino: “el trabajo es una actividad específica del individuo donde puede expresar su humanidad. Esa materialización del ser humano mediante el trabajo cobra vida en su producto que es externo al individuo, es creado por él y al mismo tiempo el propio hombre sufre modificaciones en su constitución”.

 

            Así pues, bueno es saber de qué se habla cuando se habla de creación. Como es bueno así mismo saber de qué hablamos cuando hablamos. En suma, menos creacionismo y más trabajo bien pagado.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 15 diciembre 2024

domingo, 8 de diciembre de 2024

Estados

            Pocos, muy pocos elementos restan ya para describir, por exclusión, lo que es un Estado, lo que era. Nos enseñaron que, básicamente, su entidad residía en las fronteras, las relaciones exteriores, el ejercicio de la fuerza y la acuñación de moneda. Todo lo demás o era posible descentralizarlo, según modelos federales o autonómicos, o era susceptible de ser elevado a instancias internacionales compartidas. Hay ejemplos de todo ello. Pero hoy los estados ya no acuñan moneda: lo hacen, como sucede en Europa, un ente superior, pongamos que el Banco Central Europeo, o bien los especuladores de las criptomonedas, que hurtan ese rol exclusivo a los viejos estados. Por otro lado, las relaciones exteriores son así mismo y por lo general fruto del acuerdo con terceros y resultado de políticas más o menos comunes. De modo que lo que queda son las fronteras y la fuerza. A lo primero aluden todo tipo de nacionalismos viscerales y a lo segundo, toda suerte de militarismos hoy desatados. Así estamos y de ahí esas dos insistencias por parte de los antiguos poderes.

 

            Todo apuntaba a que caminábamos hacia otro mundo diferente al que fue en la edad contemporánea y en sus precedentes, un mundo donde precisamente la caduca noción de estado local no tendría sentido y no lo tendrían por tanto sus cualidades definitorias. Pero no, hete aquí que lo más enmohecido de todo ello tiende a fortalecerse y nace la paradoja de un futuro escrito con una caligrafía herrumbrosa. No es la única explicación, pero explica bien la fiebre belicista, los muros de todo tipo y el descrédito de organismos internacionales como la ONU o la Corte Penal Internacional. Incluso se entiende la debilidad de la Unión Europea frente a países donde triunfa la política macarra. Son procesos propios de estos tiempos inestables que tarde o temprano acabarán pasando también a mejor vida, a pesar del dolor de cabeza que nos ocasionarán durante una temporada. Confiemos en que sea corta. Más corta si hay botón nuclear por medio.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 8 diciembre 2024

domingo, 1 de diciembre de 2024

Esperanzas

            Muy mal debe de andar el mundo para que la esperanza se haya puesto tan de moda en nuestras librerías. Sin agotar el catálogo, a lo largo de este año que agoniza se han editado al menos los siguientes libros: “La esperanza no defrauda nunca” del Papa Francisco; “El espíritu de las esperanzas” de Byung-Chun Han; “Revolución, rebeldía y esperanza” firmado por varios autores; también, pero por varias autoras, “Futuro con esperanza: mujeres actuando ante el cambio climático”; “Hispanoamérica: canto de vida y esperanza” de José Luis López-Linares; “Esta vana esperanza” de Emili Albi; “Jonás y la esperanza” de Juan Carlos Rodríguez Torres; “Una idea de esperanza” de Ximo Puig; y el libro de conversaciones entre el músico Nick Cave y el periodista Sean O'Hagan titulado “Fe, esperanza y carnicería”.

 

            También nosotros hemos sido insistentes desde esta columna y es ya la tercera vez que nos dedicamos a opinar acerca de ese estado de ánimo, virtud o ilusión, seguramente siempre sin éxito. Por eso lo del plural del título: van ya muchas esperanzas, tantas como las que se nos fueron disolviendo por el camino. Porque la esperanza tiene eso precisamente, se disuelve, la realidad es siempre mucho más sólida y acaba imponiendo su ley. Recuerdo cómo en el año 1982 se decía que los españoles y españolas habían votado a Felipe González con esperanza y quizá por eso lo que siguió después fue el desencanto. Nadie dijo lo mismo cuando se votó a Zapatero, como mucho alguien se atrevió a afirmar que se había obrado con expectativas, algo mucho más físico y medible. Tal vez por ello el sentimiento posterior no fue el mismo. Son sólo ejemplos, pero suficientes para explicar el sentido corrosivo del término. De modo que si ahora volvemos a alardear de esperanzas, más vale que nos vayamos preparando para el desengaño. O mucho mejor, si tenemos los pies en el suelo, que nos armemos con otras herramientas más sensatas y efectivas frente a cuanto nos toca vivir en estos tiempos en verdad desaforados.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 1 diciembre 2024