Lo
que tiene el carbón es que mancha y contamina. Esa suciedad natural se torna
simbólica en numerosas ocasiones y llega incluso a confundir la realidad o su
visión, que no siempre son coincidentes. Asistimos de nuevo a otro episodio donde
el mineral y sus circunstancias –pues nada son el uno sin las otras y
viceversa- vuelven a situarse en el centro de la polémica y, como en momentos
precedentes, la polución y la tizne condicionan una vez más el análisis, la
narración y el posible desenlace del conflicto. Por eso, contribuir
modestamente a enfocar con otra claridad ciertos aspectos del mismo es nuestro
propósito.
Ocurre,
por ejemplo, que el mismo día 23 de mayo, mientras los mineros en huelga
cortaban las carreteras de la provincia, León acogía
una jornada temática sobre almacenamiento geológico de CO2, ese
veneno que arroja la combustión. En ella el director general del Ente Regional
de la Energía de la Junta de Castilla y León sostenía que el futuro del carbón
debe “ir unido” a este tipo de proyectos que tienen que “abastecerse en su
mayor parte con carbón de cuenca”. Por su lado, el presidente de la Plataforma
Tecnológica Española del CO2 concluía: “siempre digo que España y
Castilla y León tienen una oportunidad de desarrollo tecnológico y de poner en
valor esa tecnología”. Es decir, que la paradoja llega al extremo de invertir
en una nueva tecnología, de resultados todavía dudosos, a la vez que se liquida
la materia prima llamada a alimentarla. Si esto es una planificación industrial
coherente, no cabe duda entonces de que los principales afectados por los
efectos nocivos del dióxido de carbono son el Cuerpo Superior de
Técnicos Comerciales y Economistas del Estado y los profesores
titulares de Fundamentos del Análisis Económico, pues uno y otro grupo son el
origen profesional de los dos últimos Ministros de Industria. Para quienes no
hemos alcanzado tan altas dignidades, la cuestión es más simple: ¿no sería
lógico y hasta razonable acomodar un ritmo a otro y en función del éxito o fracaso
de la investigación adoptar decisiones bien pautadas en cuanto a la producción?
¿No será que, puestos a recortar, como sucede en otros campos de la crisis, lo
que hacemos es saldar deudas o pagar favores a otros lobbys de presión más
poderosos que los carboníferos? ¿No será, como ya hemos señalado, que no existe
una auténtica planificación energética ni en España ni en Europa?
Mientras
tanto, se han sucedido manifestaciones y cuentan que a una de ellas, en
Villablino, asistieron 200 personas, que no está nada mal para tratarse de la
capital cultural de las cuencas mineras. Y cuentan que en otra de ellas, en un
rincón de la plaza, junto a contenedores para reciclar residuos, se vio al
empresario de la cosa por antonomasia, haciendo gala probablemente de lo que es
propio del señorío cacique de toda la vida: el paternalismo. Poco importa que
no se haya situado nunca en vanguardia del empleo, por lo que al cumplimiento
de los planes se refiere, o que no le duelan prendas a la hora del secuestro de
las nóminas de sus empleados; el caso es que allí estaba, mostrándose como el
buen pastor comprometido con su rebaño y pelillos a la mar. Como curioso es
también, por lo menos, que alcaldes y parlamentarios de los de la mayoría
absoluta no comparecieran a la cita para, en cambio, continuar nadando entre
dos aguas como pocas especies son capaces de hacer; aunque, no obstante, esa
misma aritmética democrática les permitirá aprobar mociones de urgencia en sus
ayuntamientos que puntualmente remitirán a los medios de comunicación a modo de
escaparate. Lo dicho, que no se sabe bien si los humos del carbón son
propiamente tóxicos o
sencillamente alucinógenos.
Y,
en fin, no existe elemento potenciador de esos efectos extraños tan eficaz como
la épica. Quienes mejor lo conocen y lo explotan son los reporteros gráficos,
que en cada capítulo de las revueltas mineras encuentran siempre un filón para
eludir las rutinas informativas y retratar con arte las glorias de esos héroes.
De inmediato y en paralelo, no suelen tardar en sumarse a la veta orfebres del
titular, cronistas de la novela gótica y otros comentaristas más o menos
ilustrados –seguramente como un servidor- para construir todo un relato
literario de altura como raras veces en los periódicos acostumbra a verse. No
se trata aquí de menospreciar el significado de las gestas, que en algunos
casos alcanzan el desafío vital y eso merece respeto, pero sí debemos convenir
que los cantares, desde sus orígenes medievales, exaltan, confunden y turban. A
los protagonistas porque les coloca al borde del narcisismo, que es lo más
antiheroico que conocemos, y así pasa lo que pasa y lo que pasó un triste 29 de
septiembre. Al público anónimo porque sólo falta que le animen a romerías, que
tanto le da una cabalgata de reyes que una procesión de semana santa o una
marcha negra. Y a los aguerridos empresarios locales porque se llegan a creer
que el futuro de la provincia es eso de verdad y ya tienen una coartada más
para rasgarse las vestiduras con el agravio y otras parálisis permanentes.
Es lo que
tienen la suciedad y el hollín, que se notan. Como el rastro que en nosotros
van dejando la memoria y el presente del carbón. Por redactarse queda su
porvenir y en ello estamos.
Publicado en Diario de León, 31 mayo 2012
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