Ciertos días te
despertabas y había muertos. No muertos sin más: muertos asesinados. Despertar
de ese modo es algo bastante abrupto y la causa no suele ser un mal sueño, sino
una vigilia salvaje que genera pesadillas.
Allá por el curso
1979/80 tres estudiantes fueron asesinados: José Luis Montañés y Emilio
Martínez por la policía y Yolanda González a manos del Batallón Vasco Español.
No importaba el contexto, en ese caso el rechazo a la Ley de Autonomía
Universitaria de la UCD; la extrema derecha, uniformada o no, seguía actuando
con impunidad contra uno de los colectivos que con mayor fuerza luchaba por la
libertad y por la democracia: los estudiantes.
No había redes
sociales ni teléfonos inteligentes, pero la noticia se desplazaba con la misma
velocidad de la rabia hasta llegar a los últimos terminales, que acto seguido
se convertían en los primeros en reaccionar: facultades, escuelas
universitarias, institutos… A punto de amanecer todavía, se constituían las
asambleas y se decidían los paros; la sesión continuaba entonces con otras
propuestas de acción inmediata: saltos, encierros e incluso alguien hubo,
estudiante de Magisterio él, que sugirió romper las vidrieras de la catedral
porque eso nos aseguraría una página en Interviú. Las tardes eran para la
coordinación con la gente de otros centros y para preparar tareas un poco más
complicadas: una manifestación legal, por ejemplo. No era poca cosa, alguien
tenía que dar la cara, es decir, firmar la solicitud ante el Gobierno Civil,
que te la podía autorizar o no. En aquella ocasión, si no recuerdo mal, fue un
joven rubio, de las Juventudes Socialistas creo, que luego, con los años, se
hizo bastante famoso. Y sí, el ilustrísimo Gobernador nos permitió salir a la
calle ordenada y discretamente, tanto que condujo el itinerario hacia el paseo
a la orilla del río, un lugar magnífico para pasear o manifestarse una
tarde/noche de invierno en un fría ciudad de provincias.
Aquel era, pues, un
paisaje corriente, ni mejor ni peor que el actual, pero con objetivos más
claros y, por lo general, mucho más compartidos, mucho más sentidos desde la
epidermis hasta el tuétano. La estela de los muertos era poderosa.
Por lo demás,
estudiábamos, jugábamos al mus y hacíamos bailes de fin de carrera. Y
naturalmente leíamos historietas gráficas, sobre todo El Papus y Por Favor, que junto a El Viejo Topo y Popular 1 fueron textos tan fundamentales
en nuestra formación académica como el Ferrández/Sarramona/Tarín o algunas
perlas de Rodari. En los pasillos siempre había alguien que te vendía El
Mundo Obrero u
otras publicaciones de combate y que, cada vez que ocurría alguna movida, veía
renacer el espíritu de mayo del 68. No fue así, me parece que por fortuna: ya
tuvimos bastante con el espíritu y la carne del 79.
Texto para exposición y
catálogo de Manuel Jular:
“Humor –gráfico- en tiempos revueltos”