Unos
trenes vuelan y otros renquean. La desigualdad generalizada que se extiende y
crece allá donde dirijamos la mirada afecta incluso al ferrocarril, a su
presente y a su futuro. Y, como consecuencia, repercute así mismo sobre el
ahora y el porvenir de aquellos lugares por donde atraviesan sus trazados. El
signo de esta desigualdad es idéntico al que rige otros ámbitos de la vida
social y económica: favorecer a las élites, humillar a los débiles.
Lo
veníamos viendo así, y padeciendo, en el caso de la línea de la antigua FEVE:
una pérdida de más de la mitad de sus viajeros a causa de los eternos retrasos
en su integración urbana y de su paulatino abandono. Ahora, después de que les
haya ocurrido a otras localidades menores, les toca pasar el mal trago a
Astorga y Sahagún, cuyas estaciones se ha pretendido convertir en simples
apeaderos. No es poca cosa: dos cabeceras de comarca para las que el tren, que
fue en su día señal de progreso, se puede convertir hoy casi en acta de defunción.
Porque a las pérdidas sufridas en muchas otras materias se les pretende sumar
de este modo un mayor aislamiento con el desprecio para sus comunicaciones. Así
que tengamos muy en cuenta que para una provincia tan depauperada como la
leonesa la caída de sus cabeceras comarcales será también la caída de la
provincia toda.
Es
verdad que hemos reclamado un AVE en condiciones, que por otro lado no ha
llegado todavía, pero a la vez demandábamos una mayor consideración con el
transporte ferroviario convencional, que es el que al cabo vertebra los
territorios. De tal manera que en estos tiempos en los que se habla de agendas
contra la despoblación, no estaría de más que las administraciones cercanas,
locales y regionales, se luciesen menos en FITUR alrededor de la alta velocidad
y defendiesen con su ciudadanía el tren de los humildes. Precisamente el que
vuelve a ignorar RENFE en su más reciente campaña de publicidad: “I love
febrero, vuelve a enamorarte del tren”, proclaman con total alevosía.
Publicado en La Nueva Crónica, 7 febrero 2017
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