Bruma no es tanto el fenómeno
atmosférico como la falta de claridad con que se expresan nuestros recuerdos.
Así lo pienso, Jane, a medida que se suceden estas cartas que le remito,
pobladas más con ecos de un pasado borroso que con la crónica de una actualidad
exterior poco estimulante. Es, salvando las distancias, lo que nos enseñó el
poeta José
Ángel Valente: “Hablar de la propia vida es entrar de lleno en el
terreno de la ficción”. Así mismo lo que escuchamos juntos, Santos y yo, en una
conferencia del escritor Torrente Ballester en nuestros años de estudiantes
universitarios. También la bruma me impide ser exacto, pero más o menos venía a
explicar que la novela es la vida de uno mismo atravesada por la imaginación o
la fantasía. Quizá por ello, quien un día recoja este epistolario y lo lea
desde la distancia, temporal y emocional, pensará que hay en él más de
novelesco que de real y no se equivocará. Sin embargo, usted y yo conocemos
bien cuanto contiene de cierto, a pesar de las neblinas.
Le hablo de la escritura y de
nombres a ella ligados que nos alimentaron en nuestra juventud: Valente,
Torrente, otros que han surgido en entregas anteriores… También, claro, Patick
Modiano y Paul Verlaine. De aquel viaje bautismal a París (1981, recuerde) nos
trajimos el botín de La rue des boutiques
obscures y Poèmes érotiques
después de pasear por librerías y buquinistas como bisoños devotos de una
religión pagana. La librería Shakespeare & Company
fue, por supuesto, el primer altar de nuestras oraciones, no así por comulgar
con el Ulises como por santificar los
mitos, que era obligación ineludible para los seminaristas de las letras. No
dejábamos de ser dos aprendices del idolatrado entonces Bernard Pivot y de
cuanto sabíamos (poco, muy poco en verdad) de su programa televisivo Apostrophes. Pura y
simple postura la nuestra, como la de tantos otros en aquellos años.
Leo ahora, en este periodo de mi
existencia, los suplementos culturales y otras publicaciones sobre la
actualidad literaria y le confieso que no llego, que la mayoría de los nombres
me son ajenos y que la velocidad de títulos y reseñas devora mi afán por
retener la información. Acabo desistiendo y regreso a mis lecturas habituales,
como regreso al cine y a la música de siempre, todo ese velo de la historia
personal que se expresa sin embargo con nitidez. Bien al contrario de lo que
sucedía en aquellos años en los que éramos capaces de seguir los ritmos de las
publicaciones y presumíamos de estar al día, quizá porque nuestros ritmos de
lectura eran otros también y nuestros ojos no se mostraban tan turbios como en
el presente. Tan sobrados andábamos que incluso nos permitíamos jugar con el
porvenir y Santos y yo nos dedicábamos a aventurar quiénes de entre nuestros
contemporáneos merecerían un día ser considerados clásicos. No teníamos dudas: Francisco Umbral por
encima de todos.
Embebidos andábamos por aquellos
años en Mortal y rosa él y en Las ninfas yo, y en ambas ambos, casi
nuestras lecturas de cabecera. Y en sus columnas periodísticas abrazadas por el
título de Spleen. Sin embargo, me
temo que aquel supuesto clasicismo no será tal, sobre todo si atiendo a quienes
encabezan hoy la lista de lecturas requeridas en los programas doctorales de
las universidades estadounidenses: Camilo José Cela y Carmen Martín Gaite. ¡Ah,
Carmen Martín Gaite!
¡Ella sí! Como Torrente, nos visitó por entonces en aquella universidad
expulsada del claustro urbano, con apenas una facultad y media y rodeada por
campos aún sin domesticar. Se asomó a una de las ventanas del Departamento de
Literatura y exclamó: “Esto sí que es un auténtico campus. ¡Tiene hasta
vacas!”.
Sí, vacas teníamos, señora, e
ilusiones juveniles que nos dejaron una huella inmarcesible. Incluso, con afán
de dandis, nos atrevíamos a remedar a Luis Antonio de Villena con unos guantes
amarillos. Todo esto no lo vio usted, pero yo se lo cuento con idéntica
devoción a la que, seguramente, empleaba Santos cuando le hablaba. En ello
insistiremos, si me lo permite. Con afecto.
Publicado en Tam Tam Press, 17 noviembre 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario