Si la pugna entre contrarios tiene algo de benéfico, posiblemente nada nos redima mejor del calor sufrido que el recuerdo o la esperanza del frío. Luego, en unos meses, pensaremos lo contrario y obraremos a la inversa, pero ahora, culminada la canícula de agosto, el refresco nos llega de inmediato con sólo soñar la posibilidad de una temperatura que atempere: “Ma che fredo fa…” cantaba en el Festival de San Remo en 1969 la cantante italiana Nada Nalanima. Y escucharla reconforta.
Lo clásico se alza siempre por encima de lo moderno y por eso mismo no se necesitan ni virtualidades ni avatares ni inteligencias artificiales ni meta-nada para aliviar sofocos y limpiar sudores. Basta con asomarse al cancionero y salir a pasear con un puñado de cantables en las orejas a modo de ventilador elemental. Aseguro que funciona.
Al fin y al cabo, “in this life, coming in from the cold”, nos recordaría de inmediato Bob Marley desde su laberinto rítmico, a lo que habrían de replicar sin mayores aspavientos Manolo Tena y Enrique Urquijo al alimón, allá donde habiten: “Estoy ardiendo y siento frío…” Es de ahí de donde deriva el único inconveniente de ese campo semántico: que el frío cantado no es un fenómeno meteorológico sino una pose sentimental. A diferencia del calor, que es todo un mundo en sí dentro del repertorio musical, el frío pasa enseguida de lo externo a lo interno sin remedio y nos resfría el alma con extrema facilidad. Conviene, pues, tomarlo en pequeños sorbos. “La tentación de pecar me daba frío sin ti”, confiesan a dúo los muchachos de Navajita Plateá; y no se nos olvidé tampoco el martirio y la melopea de Jesús de la Rosa al frente de Triana: “porque a mí meatormenta en el alma tu frialdad”. Por cierto, salvo Nada, todo chicos quejosos.
De una forma o de otra, pronto una corriente heladora enlazará las cumbres del Moncayo y de Peña Ubiña para coronar otras estaciones. Tornaremos entonces a entonar canciones cálidas y bailables y nos abrigaremos hasta un nuevo verano.
Publicado en La Nueva Crónica, 27 agosto 2023
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