Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 23 de febrero de 2025

Cabo

            A mi amigo le cupo en suerte, aquel 23F, servir como cabo a Dios y a España en la División Acorazada Brunete. De tal modo que, mientras Iñaki Gabilondo trataba de informarnos sosegadamente de cuanto estaba ocurriendo en aquella tarde oscura, él, mi amigo, el cabo Tomé, se apostaba con su acorazado frente a Prado del Rey siguiendo órdenes por lo que pudiera ocurrir. Muchos sabemos hoy lo que ocurrió, lo vivimos radiado o televisado, aquella imagen tabernaria de la España posfranquista, pero son muchos también los que lo ignoran, lo olvidan o lo manipulan. Como vienen haciendo con la historia toda, desde la mal nombrada reconquista hasta la terrible dictadura que tanto insisten en negar.

 

            Cuento esto porque mi amigo podría dar conferencias a los ignorantes, sobre todo a los jóvenes ignorantes, acerca de lo que le supuso a él perder un año de su juventud metido en un Transporte Oruga Acorazado para nada, absolutamente para nada, para cumplir un rito militar hoy, por fortuna, desparecido del calendario de esa juventud nostálgica no se sabe bien de qué. Una parte de esa juventud, bien es cierto. Y podría hablarles, de paso, de que mientras estudiábamos Magisterio un día asesinaron a Yolanda González, otra estudiante, otra joven, cuyo único delito fue luchar por la libertad con mayúsculas, no por una caña en un bar. Hubo otros muertos más durante aquellos años de estudio. En España se mataba, mataban los fascistas y las fuerzas del orden bien coordinados entre sí porque su objetivo era meternos a todos en una de esas orugas o, sencillamente, tratarnos como si fuésemos tal bicho, seres inferiores, no humanos. En eso consisten las dictaduras.

 

            Mi amigo, el cabo Tomé, es hoy un hombre bien jubilado después de servir a España con su trabajo. Un trabajo público, por cierto, algo, lo público, que se asienta en las bases de la democracia y de la libertad de todos y de todas. Un derecho peleado y conquistado, nunca otorgado por un rey en los estertores de aquella tarde mal nacida.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 23 de febrero de 2025


domingo, 16 de febrero de 2025

Rehenes

            Son tantos y tan insólitos los aconteceres que nos aturden que no es fácil detenerse a reflexionar serenamente acerca de ellos. Tal es la celeridad en su sucesión que ni tiempo hay para interiorizarlos, analizarlos y enfrentarlos en su caso. Tampoco sabe uno, por otra parte, si merece la pena escribir algo al respecto por temor a convertirse en su eco.

 

            Comentaré uno de ellos, si se me permite, que me tiene absolutamente atónito: los rehenes. Al parecer, no basta con ser retenido y convertido con ello en mercancía para la presión y para el pacto si se llega a él. No basta con el secuestro, con la anulación personal, con el temor. Ahora lo que se lleva es la humillación y, una vez más, el espectáculo. Así se libera a los rehenes en Gaza, sometidos a una exhibición teatral bélica repugnante, que se retransmite al mundo casi como una celebración litúrgica de una fe abominable. Es otro signo más de la barbarie. No será el último. Sobrecoge.

 

            Y el caso es que, sin llegar a tal extremo, todos somos en mayor o menor medida rehenes. Mercancía de algo o para alguien. Yo mismo soy rehén posiblemente del tabaco y no sé si quiero liberarme. Casi todos lo somos del consumo y tampoco está claro que vayamos a liberarnos. Algunos son rehenes de los sentimientos, de las emociones o de vínculos familiares que no contemplan ni siquiera la opción del pacto. Una inmensa mayoría es rehén de las pantallas y de sus servidumbres. Ser rehenes es formar parte de la sociedad poscontemporánea.

 

            Ahora bien, lo mínimo que se puede exigir es no ser humillados, que parece que es hacia donde caminamos, tanto da que nos desprecie una soldadesca que un matón con poder y dinero. Son extremos que se tocan y que se necesitan el uno al otro para someternos. Por eso, entre otras razones, no sé si tengo ganas de dejar de fumar. En particular, si no estoy acatarrado. La enfermedad, todas las enfermedades también nos hacen prisioneros, algunas incluso con saña inmerecida. Y en muchos casos sin liberación posible.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 16 febrero 2025

domingo, 9 de febrero de 2025

Marianne

            No nació bueno el año y su mes primero así vino a demostrárnoslo: madres que enferman, madres que mueren, ausencias eternas que engendran eternos desconsuelos; amigos y amigas que de forma inesperada dicen adiós para siempre: Paz Martínez, Jesús Anta; y el remate final de Marianne Faithfull. Por unas razones o por otras, ella siempre fue el remate o el principio de algo. Sucede así con todas las leyendas, en especial con aquellas que llevan grabada la etiqueta de supervivientes: “me siento y miro cómo pasan las lágrimas”, cantaba ella en los primeros y excesivos años sesenta.

 

            De eso se trata, de que las lágrimas pasen, si es que existiera algún remedio. Una película quizás, una melodía, una exposición de Ai Weiwei… el arte siempre es balsámico. De modo que el día último de ese mes fatal me senté ante el televisor y vinieron a rescatarme unas palabras de Candela Peña desde la película que se proyectaba: “existimos porque alguien piensa en nosotros”. Unas palabras perfectamente aplicables a la contrariedad y así mismo a la serenidad, a uno y a otro lado de la existencia. Continuamos siendo porque se nos piensa, pero somos sin más porque formamos parte de otros pensamientos. Lo contrario es la intemperie, el vacío, la nada, el no ser ni en uno mismo ni en nadie más. En suma, el alivio que habita entre la memoria manriqueña y un diálogo entre putas tristes, entre coplas y princesas. El arte, una vez más, que nos redime y nos salva.

 

            Sin desmerecer a nadie, la biografía de Marianne sabía de esto casi mejor que cualquier nadie. Recuperarla, junto a sus canciones, es una forma sencilla de fortalecernos en un año que no nos nació bueno. Ya es febrero. Vendrán pronto los vientos de marzo, las lluvias de abril y las flores de mayo en un pasaje repetido y sin fin, la ruta inversa de la vida, cuyos vientos, lluvias y flores no conocen el retorno salvo que alguien las piense y las resucite para sí: “haré todo lo posible para que te sientas libre / si vienes y te quedas conmigo”.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 9 febrero 2025

domingo, 2 de febrero de 2025

Odio

            El odio es gratuito en su doble sentido, es regalado y es arbitrario. Su opuesto, llamémosle amor, amistad, afecto, compañerismo, camaradería… es caro, supone esfuerzos, obliga, cansa. Cansa tanto como pensar. Para una sociedad como la actual, donde triunfa lo frívolo, lo superficial, lo espectacular y lo simpe, el odio es terreno abonado. Más todavía si el abono procede de los poderosos y se siembra mediante sus herramientas también poderosas. El odio es, de hecho, el principal instrumento para su dominio y perpetuación. También el miedo, que no deja de ser una consecuencia necesaria de aquel. Además, odio y miedo tienen la ventaja de lo maniqueo. Su contrario, en cambio, llamémosle como queramos, se despliega en una escala de grises, exige conocimiento, obliga a elegir, compromete, no se sujeta con fórmulas sencillas. Por eso mismo el odio es pueril, mientras que su antagonista es símbolo de madurez, exige crecimiento. Y de ahí que en esta sociedad nuestra, tan infantil, tan cándida a veces, tan trivial, encuentre fácil acomodo ese sentimiento de aversión y rechazo, una definición muy fina del odio, en tanto que su antítesis, lo que sea, decae, se precariza, tiende a licuarse. En suma, el odio vence porque en más vistoso que su oponente, mucho más llamativo, aunque solo sea epidérmico y no contenga sustancia, para qué, lo importante en esta sociedad descompuesta es que luzca, y vaya que si luce, por qué inquietarse por lo sustancial, que suele ser mucho menos brillante en sus apariencias, no es televisivo, apenas si es pantallable, es woke, como lo denominarían el Supremo Señor del Odio y toda su corte internacional, unos con disimulo, otros con desprecio absoluto.

 

            A mi parecer, sólo hay un odio respetable, el de aquella apolillada canción de Alaska y los Pegamoides ¡qué tiempos!, que repetía en su letra: “Tú me persigues por todo Madrid. / Veo tu cara acercarse hacia mí / y salgo corriendo, / eres algo horrendo. / Sólo siento por ti, oh sí, / odio, odio por ti”.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 2 febrero 2025