Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 28 de septiembre de 2025

Asombro

            Asombro. No de otro modo puede explicarse el tiempo y el mundo en que vivimos. Con asombro y con una buena parte de su familia semántica, esto es, pasmo, desconcierto, estupefacción, estupor, extrañeza, conmoción, confusión, aturdimiento, sobrecogimiento, espanto, perplejidad, absurdo, insólito, inaudito, inexplicable, atónito… La oferta del vocabulario es amplia, suficiente al menos para que cada cual elija el producto de acuerdo con sus personales impresiones, aunque a mi juicio el asombro lo engloba todo sin necesidad de matices, es decir, causar gran extrañeza hasta el punto de dejarnos casi sin respuesta, sin explicación racional, sin escapatoria. Es un tiempo y es un mundo que cabalgan desbocados hacia la alucinación.

 

            Lo asombroso es algo de difícil comprensión y, por tanto, de complicada aceptación. Quizá por eso hubo un tiempo y un mundo más sencillos donde si salías a la calle o veías un programa de televisión o escuchabas un discurso y te asaltaba tal reacción, eso venía a significar que estabas envejeciendo en algún sentido, que te habías quedado varado en otro tiempo y en otro mundo. Así lo afirmó en una lejanísima entrevista el escritor Manuel Vicent y seguramente tenía razón. Entonces. Pero hoy el asombro no es un problema de generaciones, sino cultural, y, en consecuencia, afecta a las personas de un modo mucho más transversal, no importa la edad que se soporte. El asombro nos sitúa fuera de escena, fuera de campo, fuera de foco y no se encuentran herramientas cabales para recolocar la imagen.

 

            O tal vez sí, aunque parezca ingenuo decirlo: el pensamiento, ejercer la dura tarea de pensar, detenerse a pensar. Pensar cansa, pero no mata, como sí lo hace en cambio el asombro. Pensar supone alimentar las neuronas, es decir, ilustrarse, leer, observar, valorar, sopesar, decidir, verbos todos ellos de ardua conjugación, es verdad, pero no hay otra opción. Sobre todo porque después del pensamiento ha de llegar necesariamente la acción. Pero nunca al contrario.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 28 septiembre 2025

domingo, 21 de septiembre de 2025

Anillos

            Leo que la Junta de Castilla y León y las diputaciones provinciales han acordado “crear anillos de seguridad para evitar que el fuego llegue a las casas”. Se trata de realizar una especie de cortafuegos alrededor de las poblaciones para impedir que un incendio forestal, de haberlo, alcance casas y otras instalaciones digamos urbanas. Para ello, la administración autonómica se compromete a financiar la compra de maquinaria pesada: buldócer, retroexcavadora o motoniveladora.

 

            Bien está, aunque podría decirse que ya era hora porque la idea viene de muy atrás, solo que sin maquinaria por el medio. Hace años, fruto de acuerdos en el ámbito del diálogo social entre gobierno autonómico, patronal y sindicatos de clase, en lo que se llamó plan de empleo, se acordó que parte del empleo local que se financiaba para ayuntamientos y diputaciones tuviera como objetivo la realización de esa limpieza perimetral de las poblaciones, desbrozar, como todos decimos ahora cuando nos hemos vuelto listos de repente. Y así fue o así debió ser durante un tiempo, aunque sin máquinas espectaculares al parecer.

 

            ¿Por qué se detuvieron estas tareas? Pues porque cambió el gobierno, entro en él la ultraderecha y decidió incumplir todo tipo de acuerdo con los comunistas de los sindicatos. Y se dejó de contratar al personal. Así de sencillo. Es decir, se maltrató no a los sindicatos en cuestión, sino a los pueblos, como se hizo así mismo con otra parte de la población a la que esos acuerdos atendían: mujeres, migrantes, jóvenes… gentes sanas que requerían algún tipo de apoyo o asesoramiento laboral. Pero era cosa de rojos. El resultado de esas frivolidades lo hemos padecido en este verano con la catástrofe de los incendios, para cuya prevención se vuelve ahora a la casilla de salida con lo de los anillos.

 

            Bueno es conocer todo este trayecto a la hora del intercambio de anillos, esto es, a la hora del voto, que no deja de ser un matrimonio con riesgo de fracaso. Para los cónyuges y para toda la humanidad.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 21 septiembre 2025

domingo, 14 de septiembre de 2025

Suciedad

            Las calles de la ciudad donde vivo lucen suciedad. Sus barrios la lucen. Porque, no obstante, siempre hay una reserva con mayores cuidados para que adorne el fondo de los selfis que se hacen quienes nos visitan. Se argumenta desde la autoridad competente que no llueve y que por tanto no hay una limpieza natural, llevamos meses sin unos buenos chaparrones. Es un argumento pueril, evidentemente. Lo mismo podría decirse, con esa lógica, de los incendios: la culpa fue de que no llovió. Sobran explicaciones.

 

            Pero no, mi argumento es otro. La ciudad donde vivo es un lugar vanguardista. Su mugre enlaza directamente con la grasa que, de un lado, habita en el lenguaje público y con la sordidez que, de otro, se enseñorea de los usos políticos aquí y allá. Y mucho peor aún: de sus consecuencias. Durante un tiempo estuvo de moda lo basura: vuelos basura, televisión basura, hipotecas basura, pensamiento basura… Hoy la basura lo llena todo. Por eso la ciudad donde vivo está sucia. Porque es una ciudad a la moda, al día, a la altura de las circunstancias. Y sus habitantes, que debemos de ser un tanto guarros para qué nos vamos a engañar, somos felices porque estamos de acuerdo con lo que se lleva, con lo que se predica, con lo que se vende. Me refiero sobre todo a los habitantes de las terrazas y centros de esparcimiento y a los titulares de esos negocios. Esos sí que son auténticos enclaves de progreso astroso.

 

            Dicho esto, es verdad que no nos vendría mal que lloviera, a cántaros a ser posible, como entonaba Pablo Guerrero en tiempos un poco más aseados, para limpiar no sólo esta ciudad desaliñada, sino también el lenguaje grosero, las formas zafias y sus mayores excrecencias: la guerra y la liquidación de los pueblos. Que cayeran chuzos de punta sobre algunas cabezas, no nombraré a ninguna, pero ustedes ya saben, sobre algunas mentes obtusas, sobre los violentos. Quizá la lluvia, que siempre tiene algo de terapéutico, nos pudiese liberar de toda esta inmoralidad insoportable.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 14 septiembre 2025

domingo, 7 de septiembre de 2025

Desarraigo

El desarraigo es, seguramente, una cualidad de esta edad histórica. Es lo contrario a las nociones de cercanía, proximidad, ciudadanía, comunidad… Lo opuesto a vecindad. En nuestro tiempo, al contrario de las ideas anteriores, prevalecen todo tipo de movilidad y desapego alimentados a través de la globalidad, de las migraciones, del turismo desquiciado, de la ubicuidad económica, de la fluidez financiera, de la precariedad laboral, de las deslocalizaciones empresariales… Todo es desarraigo. Incluso un partido de la liga de fútbol española se jugará próximamente en Miami.

 

El desarraigo es también consecuencia del destierro de las personas, cuyos motivos son diversos, aunque en general tienen mucho que ver con lo antes dicho. En numerosos casos, la raíz, el arraigo que perdura, es el recuerdo, el paisaje que fue nuestro en el pasado, las casas de quienes nos precedieron, las fiestas estivales a las que regresamos, las historias que nos contaron, la memoria que todavía permanece. Todo eso es emoción y está bien y es vital, pero la distancia impuesta nos aleja del territorio y de la realidad corriente de esos espacios que se han vuelto remotos. Es decir, perdemos algo así como la carta de vecindad, aquel título que se concedía a quienes eran reconocidos como vecinos. Y de ese modo también nos abandonan derechos y deberes, por más que en ciertas épocas, en los veranos pasajeros de la vida, nos creamos en su pleno ejercicio.

 

            Algo así se ha observado en el drama de los fuegos del pasado mes de agosto. Efectivamente, hubo y hay en ellos abandono, vacío, despoblación, envejecimiento, liquidación de formas de vida, aparte de otros asuntos de gestión en los que no entro. Pero no ignoremos el desarraigo. Lo explica bien el saber popular: uno es de donde pace, no de donde nace. De forma que, si restamos lo emocional, muy importante, qué se puede esperar en estos tiempos de una población obligada a ser errante, urbana y muy poco apegada a ningún suelo. Ni al de nacer ni al de pacer.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 7 septiembre 2025