Sería interesante conocer qué pensaría la inteligencia artificial acerca de la inteligencia natural en situaciones incalificables. Por ejemplo, cómo interpretaría el hecho de que las bibliotecas municipales de la ciudad de León cierren por las tardes, es decir, en el horario, presumiblemente, de mayor afluencia de público. Se preguntaría posiblemente a qué inteligencia natural se le ocurrió tan brillante decisión y su porqué.
Pues bien, se le ocurrió al propio gobierno del ayuntamiento y fue así porque, fruto del llamado proceso de consolidación de empleo llevado a cabo, el personal laboral que atendía estos centros ha sido funcionarizado, supongo que para su bien, y no se contempla para el personal funcionario municipal la turnicidad. Es decir, que trabajan por la mañana. Apurado como está ese ayuntamiento, su cabeza visible al menos, en garantizar que nuestras calles, plazas, rincones y otros enclaves de la ciudad sean copados con los nombres de todas las cofradías del mundo, más alguna que otra reliquia religiosa, y en difundir que todos nuestros males vienen de fuera, no tuvo la suficiente inteligencia natural para prever la catástrofe bibliotecaria. Eso pasa cuando se está a lo que se está. Esto es, a lavar y planchar la banda que lucirán en el pecho con los colores de cierta bandera local en las procesiones que llegarán en unos días. Que eso sí que es cultura y no lo de las bibliotecas. Y quien diga lo contrario miente.
Una inteligencia artificial, hasta la más barata del mercado, hubiera previsto la circunstancia y, con toda probabilidad, habría dispuesto fórmulas para evitar el disparate. Haberlas haylas. Pero como los males todos nos vienen de fuera y el ojo ajeno está lleno de paja, la inteligencia natural no cae en el detalle menor de la viga que habita en el ojo propio, una viga descomunal. Quizá por eso mismo tanto culto y oficio religioso, porque la fe en el ser humano, en ciertos seres humanos, se derrumba con extrema facilidad. Sin hablar de Trump.